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TRAS CIEN DÍAS DE MANDATO

El discurso de Biden para inventar un Estados Unidos ‘woke’

A los cien días de su investidura, plazo emblemático, Biden se ha presentado en la Cámara de Representantes para dar un discurso que resume lo que Trump advertía y tantos demócratas-de-toda-la-vida se negaban a ver: América será ‘woke’ o no será.

El voto a Biden -que quizá nunca sabremos si fue realmente mayoritario- parecía bastante comprensible. Sí, Trump había promovido una bonanza económica como no recordaban los más viejos del lugar, y al final no había resultado ser el tirano fascista y el pistolero loco que clamaban unánimes los grandes medios y toda la oposición; pero, por otra parte, su estilo bronco, chulesco y “poco presidencial” y la propaganda 24/7 en su contra acababan dejando en muchos la impresión de vivir en una anomalía insoportable. Y, después de todo, Joe Biden era un político de toda la vida, que había echado los dientes en Washington y del que no cabía esperar sino la vuelta a cierta mítica ‘normalidad’.

Solo que Biden no es Biden; es lo que quieren los que le han puesto de pantalla, confiando en que su ambición personal le lleve a representar fielmente su papel. En estos cien días, ya hemos visto bastante para hacernos una idea. La intervención en la Cámara no hizo más que confirmar esa ominosa impresión. Y si hay que cambiar el sistema para conseguirlo, pues se cambia y santas pascuas.

De las primeras cosas que dijo Biden, que se presentó con su preceptiva mascarilla aunque está ya vacunado y habla a unos diputados que están todos igualmente vacunados (todo un símbolo), es que Estados Unidos no es exactamente un país, sino “una idea”.

Es una vieja y desastrosa tesis esa de la ‘nación proposicional’. El principio es que, a diferencia del resto de los países, que se basan en un pueblo conviviendo bajo instituciones comunes en un territorio a lo largo de una historia compartida, Estados Unidos es el conjunto de gente que quiere vivir bajo cierta “idea”.

La tesis es completamente absurda para quien conozca mínimamente la historia o el país, pero es más que conveniente para una clase política decidida a destruir los lazos nacionales y las raíces evidentes en favor del proyecto globalista. Que Estados Unidos sea una ‘idea’ significaría que Biden es el presidente de, no sé, un tipo de Bhután y otro de Zimbabwe que comparten esa misma idea, y no lo sería de los americanos nativos de varias generaciones que no la comparten.

De hecho, y si tomamos como criterio aproximado el vídeo de la comparecencia en Youtube (empresa de la que no puede decirse que no favorezca a la Administración), a los americanos no les gustó nada esa idea de la ‘idea’: por cada ‘like’ que recibió el vídeo hay dos ‘dislikes’. De acuerdo, no es un plebiscito, pero es lo más aproximado que tenemos.

Por supuesto, habló con horror y temblor del ‘asalto al Capitolio’ del 6 de enero, esa patochada que han convertido en mito fundacional del nuevo régimen, y que calificó como un evento peor que Pearl Harbour y los atentados del 11-S, señal de por dónde van a ir los tiros a partir de ahora (esperemos que en sentido metafórico). Seguirán con esa disparatada visión según la cual el verdadero problema del país es el “supremacismo blanco”.

De hecho, los planes de Biden (por así decir) son tan ambicios y revolucionarios y es tan escaso el apoyo popular a los mismos y tan cerrada la oposición de los republicanos que tendrá que cambiar el sistema para lograrlos. Como dice en una reciente tribuna de opinión Jenny Beth Martin, cofundadora de los Tea Party Patriots, “Biden sabe que su agenda es tan radical, tan extrema, que no puede esperar aprobarla y mantenerla intacta sin cambiar antes de manera radical las reglas del juego político. En consecuencia, está dando todos los pasos para hacer exactamente eso”.

Y así, quienes votaron por Biden para volver a cierta ‘normalidad’ se encuentran ahora con una administración que no quiere aplicar meramente su propia política dentro del marco institucional habitual, sino dejar Estados Unidos, por citar a nuestro Alfonso Guerra, “que no lo reconozca ni la madre que le parió”.

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