El Departamento de Eficacia Gubernamental (DOGE) que lidera el multibillonario Elon Musk sembró el pánico con un correo que todos los funcionarios federales deben responder so pena de acabar en el paro: «¿Qué hiciste la semana pasada?». La respuesta debe indicar en cinco puntos las tareas realizadas por el receptor del mensaje durante la semana previa, un procedimiento normal en el sector privado que ha causado verdadera indignación entre los empleados federales. Para colmo, el propio presidente ha dado su plácet a la iniciativa, indicando que no responder al correo sería causa de despido.
Pero, ante las críticas, Musk ha doblado la apuesta: dar cuenta de las tareas semanales será una obligación de ahora en adelante. Llegó al buzón de los funcionarios con un ominoso asunto: «¿Qué hiciste la semana pasada? Parte II». Las instrucciones eran las mismas: especificar las tareas realizadas de forma sucinta y reenviar la respuesta con copia a su supervisor. Pero hay un añadido fatal: «De ahora en adelante, complete la tarea anterior cada semana antes de los lunes a las 11:59 p. m., hora del este de EEUU».
La reacción de la burocracia fue similar a la del primer correo. Algunos departamentos instruyeron explícitamente a sus empleados que no respondieran al correo. Entre estos, el propio Departamento de Estado (Asuntos Exteriores) que lidera Marco Rubio, en un correo interno en el que se aseguraba que el propio departamento responderá por su plantilla. El Departamento de Energía, por su parte, escribía a sus empleados: «De acuerdo con las instrucciones del Secretario, por favor, no respondan, si aún no lo han hecho».
No se trata de que los departamentos federales, encabezados por responsables elegidos por Trump, quieran torpedear las iniciativas de su jefe o que quieran cubrir a sus empleados absentistas o perezosos; es que ven con malos ojos que alguien de fuera, que ni siquiera está incardinado en la administración, se meta en sus propios asuntos. Se trata, digamos, de una disputa sobre competencias.
Musk se defiende diciendo que el correo no pretende ser un examen sobre la eficacia o diligencia de los empleados, sino un medio de descubrir «muertos o ausentes» en las plantillas que pueden seguir cobrando de las arcas públicas, algo así como una «fe de vida». Críticos con la medida alegan que los empleados pierden un tiempo precioso en responder al correo, del que ven depender su modo de vida, de la forma más completa posible. Funcionarios perdiendo el tiempo, quién podría imaginar algo así.