A veces, lo más importante de una noticia no es el qué, sino el cuándo, cómo y, sobre todo, por qué. Ya sabemos todos que a Biden le crecen los enanos en el asunto de los documentos clasificados. A los hallados en el Biden Penn Center de la Universidad de Pensilvania se suman ya otros encontrados en su garaje, que no es exactamente el lugar más indicado para almacenar información sensible para la seguridad del Estado.
Naturalmente, los medios del sistema, como ya hemos contado, se lanzaron como un solo hombre a aclarar que esto no es lo mismo que el caso de Trump que justificó el asalto a su residencia de Mar-a-lago. Y no lo es, pero en perjuicio de Biden que, siendo vicepresidente cuando se llevó los documentos, carecía de la facultad de desclasificarlos. Y, en cualquier caso, ¿qué hace información comprometedora para el Estado en un garaje?
Pero eso es el qué. Vayamos al cuándo, y aquí es donde empiezan a saltar las alarmas. Tomamos las palabras del fiscal general Merrick Garland: «En la noche del 4 de noviembre de 2022, la Oficina de Archivos Nacionales del Inspector General se comunicó con un fiscal del Departamento de Justicia y le informó que la Casa Blanca había notificado a los Archivos que se identificaron documentos con marcas de clasificación en la oficina de Penn. Centro Biden. El 14 de noviembre, de conformidad con la Sección 600.2B de los reglamentos de los abogados especiales, asigné al Fiscal Federal Lausch para que realizara una investigación inicial».
Hagamos memoria: ¿Pasó algo entre el 4 y el 14 de noviembre? Seguro que lo recuerdan: las elecciones de medio mandato que podía poner las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos en manos de los republicanos, una esperanza que se vio frustrada a medias. Es decir, una información crucial para determinar el voto se le hurtó al electorado el tiempo suficiente. Porque una cosa es perjudicar la imagen del senil presidente y otra poner en peligro la hegemonía de los demócratas.
Hay más en cuanto al «cuándo», pero lo dejaremos para después. Vayamos con el «cómo» y el «por qué», sumamente interesante. Lo más obvio del «cómo», por comparación, es que al Fiscal General, una vez informado de este grave asunto, no se le pasó por la cabeza mandar un pelotón de agentes del SWAT a registrar de arriba abajo la residencia de Biden, a diferencia de lo que habían hecho con Trump.
A medias entre el cuándo y el por qué está la decisión misma de esta decisión. Los documentos clasificados que se llevó Biden tras su paso por la vicepresidencia, después de todo, llevan acumulando polvo en el armario del Biden Penn Center y al lado de su Corvette desde 2017, hace seis años. Y nadie es capaz de explicar cómo se da el caso de que justo ahora los abogados de Biden se den de bruces con tamaño y comprometedor descubrimiento.
Para entender qué hace esta revelación especialmente sospechosa hay que recordar que la Administración Biden, y muy especialmente su ideologizadísimo fiscal general, no han mostrado, por ser suaves, un escrupuloso respeto por la imparcialidad de la ley. Baste recordar cómo agentes del propio FBI, un centenar, testificaron en los medios en el sentido de que el contenido del portátil de Hunter Biden era falso y se trataba de una maniobra rusa de desinformación, algo que se rectificó cuando ya no podía hacer daño a las posibilidades de elección de Joe Biden en las pasadas presidenciales. Los esfuerzos por tapar este escandaloso asunto, bastante más grave para la seguridad nacional que una montaña de documentos clasificados, fueron extremos y reveladores.
Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo con esto, que lleva seis años durmiendo el sueño de los justos? ¿Por qué ponerse justo ahora tan puntillosos con el cumplimiento estricto de la ley?
Bueno, es posible que tenga algo que ver con las declaraciones de Biden hace unos meses en el sentido de que estaba decidido a presentarse a la reelección, algo que quizá no sea lo que los jerarcas del Partido Demócrata y sus generosos donantes tengan en mente.
No es ya solo que la senilidad del presidente sea ya imposible de disimular. No es ya solo que su nombre haya quedado indisociablemente unido a la invasión masiva desde la frontera sur, a la vergonzosa retirada de Afganistán, a la inflación y a las crisis energética y de abastecimiento y al deterioro evidente de la seguridad. No, también es que un partido que se ha movido agresivamente hacia la izquierda «woke» se avergüenza no poco de presentar a un anciano blanco, varón y heterosexual, y a que muchas promesas del partido están deseando competir por ocupar su lugar.