«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
PERFIL

Kamala, humo, sombra, nada

Kamala, humo, sombra, nada

También es mala suerte ser el candidato demócrata en esta época y saber que uno o una pasará a la historia como el hombre o la mujer que se enfrentó a Donald Trump, ya sea para perder frente a él o para, de algún modo, imponerse en las urnas.

Trump es el protagonista indudable de esta liza como de la anterior, y así el rasgo más destacable de Kamala Harris y su mayor mérito con diferencia es no ser Trump. Todo lo demás de su persona y plataforma queda eclipsado por ese dato, que convierte estas elecciones en una referéndum sobre la supervivencia de Estados Unidos tal como lo hemos conocido.

Y es una pena, porque si la personalidad y las gracias de Harris son de una mediocridad sin apenas paralelo en la historia de Norteamérica, las circunstancias de cómo llegó a presentarse a la carrera presidencial resultan de lo más interesantes y significativas, absolutamente excepcionales.

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La presidencia de los Estados Unidos es la magistratura política más alta de la tierra en nuestros días, y nadie ha llegado a aspirar a ella sin méritos personales, por más que al gobernado puedan parecerles insuficientes. Cuando no son inteligentes son, al menos, astutos. No es el caso de Kamala, y esto la hace extraordinaria.

Kamala es el vacío, la futilidad, la nada. Por motivos profesionales, que no por gusto, he tenido en estos días que escuchar o leer sus entrevistas, sus discursos, sus entrevistas. Y de las ensaladas de palabras que constituyen su especialidad retórica he advertido una sorprendente evidencia que, tengo que creer, no ha podido escapar a muchos, incluyendo sus partidarios: Kamala apenas sabe nada de la realidad sobre la que debe gestionar. Sabe menos de política real, de la actualidad, de los debates ideológicos determinantes de nuestra era o incluso de la historia reciente que la mayoría de la gente en Twitter o de quienes ven regularmente el telediario.

Los medios son, en su abrumadora mayoría, de izquierdas, o lo bastante de izquierdas como para odiar a Trump y tratar con guante de seda a Kamala y entrevistarla con preguntas amables y poniéndoselas como a Fernando VIII, pero por cortesanos que intenten ser los entrevistadores siempre hay alguna cuestión que revela la absoluta inanidad intelectual de Kamala. Y no hablamos de tirar balones fuera en temas polémicos en los que es mejor no retratarse, no: realmente no sabe de lo que le hablan.

La razón es que Kamala nunca se ha movido en la política con mayúsculas, esa que exige una posición y un conocimiento reales de la situación internacional, o el mercado, o los problemas de seguridad. No, lo que ha aprendido a lo largo de su carrera —y es pasablemente buena en eso— es el politiqueo, la trastienda de la política, el chalaneo partidista en el que lo importante es frenar a este o aliarse con este otro. Durante la mayor parte de su carrera ha sido una cara sonriente, la política de partido sociable que soltaba perogrulladas y que podía salir adelante con un poco de teatrillo político y ‘luchas’ fingidas.

Es lo que sabe hacer, y la presidencia, como antes la vicepresidencia, le queda muy grande. Ahora se espera que sepa mínimamente de una serie de temas, y no le da la vida. Y, aunque disimulan, sus partidarios están viéndolo claro.

Kamala no llegó a donde está mediante un ‘cursus honorum’ normal, convencional. La primera parte de su vida política la inició como «amiguita» de Willie Brown, el factotum del partido demócrata en California y primer alcalde negro de San Francisco. Brown la fue colocando en varios chiringuitos oficiales de esos en los que es imposible romper muchas cosas o quedar en evidencia, y así fue subiendo hasta ser votada para la Fiscalía General de California, donde jugó a ser implacable.

Lo demás es historia, una historia más bien deprimente. Los dos grandes méritos políticos de Harris para llegar a la vicepresidencia son dos circunstancias que no ha elegido ni la hacen mejor gobernante: ser mujer y no ser blanca. Es una vicepresidente de cuota, y si a alguien le parece injusta esta afirmación, debo decir que no es mía, sino del propio Joe Biden: cuando se le preguntó por su compañero de fórmula electoral antes de la pasada campaña, el senil mandatario contestó que aún no había decidido quién sería, pero sí que tenía que ser mujer y de color.

La última carambola en esta carrera inverosímil llegó cuando los grandes donantes, tras hacerse evidente en el debate con Trump que Biden era un anciano senil que se ponía en evidencia cada vez que abría la boca, se negaron a abrir la bolsa si el viejo iba a ser candidato frente a Trump.

El problema es que ya se habían producido las primarias demócratas y Biden había arrasado. ¿Cómo quitas a tu candidato a estas alturas, cuando es el elegido por abrumadora mayoría de la base de tu partido y, sobre todo, es el propio presidente en ejercicio? Pero sí, se puede. Un día estaba Biden tuiteando que no pensaba renunciar a la candidatura y al siguiente salía presentando en público una sorprendente renuncia.

Se dudaba sobre su reemplazo. Kamala no es querida, por usar una expresión amable, entre los suyos, por no hablar de que en las primarias tuvo que retirarse después de no superar apenas un uno por ciento del voto. Pero era la vicepresidente, conocida por todos, era de color (ahora negra, como antes fuera india) y era mujer. Y ya conocen esa superstición moderna de que hay que elegir a una mujer para lo más alto por lo menos una vez. El resto corría a cargo de la maquinaria.

Y la maquinaria sacó aquello de «Joy«, «alegría», contentos de tener un candidato tan vacío que podían llenarlo a placer con sus consignas. Su inanidad, como la de Biden, era incluso una ventaja si lograban posicionar bien el producto, porque eso la hacía más dócil a las instrucciones de los lobbies y la burocracia permanente, eso que llaman ‘Estado Profundo’.

Pero la alegría ha mutado en una campaña bronca, a cara de perro, con acusaciones de nazismo y «amenaza para la democracia». Y esa es una mueca que Kamala compone con la misma naturalidad que sus carcajadas de madrastra de Blancanieves.

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