La Unión Conservadora Estadounidense celebra estos días su tercera CPAC en lo que va de año. La CPAC, es decir la Conferencia de Acción Política Conservadora, es un encuentro al que acuden ciudadanos de todos los rincones de los Estados Unidos y parte del extranjero, para asistir a talleres, escuchar charlas o conocer a periodistas, activistas y políticos, desde representantes locales a Donald Trump.
Esta edición transcurre en Dallas y sucede a la de Orlando, en honor al gobernador de Florida, Ron DeSantis, y a la de Budapest, primera celebrada en Europa, a mayor gloria de Viktor Orbán. Precisamente, el mandatario húngaro inauguró la versión texana de la CPAC con un discurso paradigmático de la popularidad que mantiene entre sus compatriotas y del recelo, cuando no odio, que despierta entre los burócratas de la Unión Europea.
En su intervención instó a unir fuerzas a ambos lados del Atlántico para combatir al globalismo: «Recuperemos las instituciones de Washington y Bruselas. Son los dos frentes en la batalla por la civilización occidental». Ofreció su experiencia, aseveró que en Hungría saben cómo derrotar a los enemigos de la libertad en el «campo de batalla político» y sostuvo que la clave para que la nación, la familia y las raíces cristianas prevalezcan incluso bajo la hegemonía relativista es dar esa batalla «al cien por cien».
«Los progresistas de hoy intentan separar una vez más la civilización occidental de sus raíces cristianas. Están cruzando una línea que nunca se debe cruzar. Si separas la civilización occidental de su herencia judeocristiana, suceden las peores cosas de la historia. Las acciones más malvadas de la historia moderna fueron realizadas por personas que odiaban el cristianismo», sentenció antes de centrarse en algunos de los principales impulsores y patrocinadores de la imposición del globalismo entre la gente corriente.
Viktor Orbán conoce muy bien a George Soros. Son enemigos íntimos desde hace décadas: «No cree en nada de lo que representamos. Tiene todo un ejército a su servicio: dinero, organizaciones no gubernamentales, universidades, institutos de investigación y la mitad de la burocracia de Bruselas». El primer ministro húngaro recordó que el oligarca «utiliza ese ejército para imponer su voluntad a sus oponentes, tratando de hacer creer que los valores que todos apreciamos llevaron a los horrores del siglo XX, cuando es al contrario: nuestros valores nos salvan de volver a cometer los mismos errores».
El jefe de gobierno magiar también tuvo palabras para la administración de Joe Biden por mantener a su país y a toda Europa bajo la misma presión ideológica que se inició durante los años de Barak Obama en la Casa Blanca. Del anterior presidente demócrata recordó cómo quiso obligar a Hungría a cambiar su propia Ley Fundamental y eliminar de ella las referencias a la fe. «Los demócratas me odian, me calumnian a mí y a mi país, así como os odian a vosotros, y calumnian a los Estados Unidos que representáis», dijo dirigiéndose de forma directa a la audiencia.
Por lo general, el votante medio republicano conoce bien a Orbán, gracias a su relación personal con Trump y a que se ha convertido en un referente para Tucker Carlson, el comunicador más influyente de la derecha sociológica estadounidense. No es de extrañar que los asistentes a la CPAC le ovacionasen durante todo el discurso, en especial cuando dijo: «Todos los globalistas pueden irse al infierno, que yo he venido a Texas». Al estado más extenso del país se le llama «de la estrella solitaria», y allí uno se la encuentra por todas partes, desde la bandera, las instituciones públicas, los puentes de las carreteras o en cualquier casa. El propio líder europeo, ya referente para millones de estadounidenses, recordó que representa la independencia, la libertad y la soberanía, justo antes de proclamar que «Hungría es el estado de la estrella solitaria de Europa».
El predicamento de Viktor Orbán en los Estados Unidos se debe en buena parte a las políticas de su gobierno para fomentar la natalidad o, dicho de otro modo, favorables a la civilización occidental. Unas medidas que ya empiezan a dar resultados opuestos a los registrados en los países de la UE de los doce: nacen niños, crecen las familias y el gobernante puede salir a la calle sin recibir insultos de sus electores. «En Hungría no sólo hemos construido un muro físico en nuestras fronteras y un muro financiero alrededor de nuestras familias, sino que también hemos construido un muro legal para proteger a nuestros hijos de la ideología de género que los ataca».
El primer ministro concluyó su referencia a la subversión del orden natural que llamamos globalismo recordando algunas de esas verdades vetadas por las instituciones y los burócratas dedicados a retorcer la realidad: «Los vínculos familiares se fundamentan en el matrimonio o en la relación entre padres e hijos. En resumen: la madre es una mujer, el padre es un hombre. ¡Dejemos a nuestros hijos en paz! Punto. Fin de la conversación».