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'AGENDA HUNGRÍA' (IV)

Orbán advierte de la desaparición de las naciones como consecuencia de la inmigración

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. REUTERS
El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. REUTERS

La parte central del discurso de Orbán una vez ha demostrado el declive de Europa en el conflicto de los grandes espacios se destina a relatar los grandes desafíos de Hungría – que son los de Europa, que son los de España–.

“El primer y más importante desafío”, afirma, “sigue siendo el índice de natalidad y la demografía”. En Hungría, a pesar de las activas políticas de fomento y ayuda a la natalidad, el número de nacimientos sigue sin superar el punto de inflexión de la curva que marca el crecimiento demográfico. En España, los gobiernos populares y socialistas asisten impasibles – alguno diría que entusiasmados – ante el infierno demográfico nacional.

La España despoblada crece inexorablemente y nada se hace durante décadas más que fomentar la llegada de inmigrantes, legales o ilegales. Pero como recuerda Orbán, si abandonas tu territorio, otros lo ocuparán. Quienes andamos preocupadísimos por esto, somos acusados de xenófobos. Da igual. Hemos de insistir. Si no invertimos de forma inmediata y violenta la evolución de los índices de natalidad, vamos al suicidio como comunidad nacional reconocible.

Para ello, hemos de comprender que lo que está en juego es la pervivencia de aquello que hace fuerte a nuestros compatriotas, lo que les da identidad: su familia, su nación, su religión, la fijación a un territorio o su vocación profesional.

El segundo desafío, lógico y exigencia del primero, es la inmigración, “intercambio o inundación de poblaciones”, dice el líder húngaro. Y lo hace con palabras muy duras. Refiriéndose – sin citar – a Bélgica, Holanda, Francia, afirma que esos países de Europa donde pueblos europeos y no europeos cohabitan en el mismo espacio, han dejado de ser naciones. Ya no es el Occidente, sino el post-Occidente.

La progresión matemática permite concluir que en 2050 se producirá el cambio demográfico definitivo: en las grandes ciudades de esos países, la proporción de las personas de origen no europeo superará el 50 por ciento de la población. España debe poner a remojar sus barbas. La del vecino han sido peladas en Mollenbeck y en Saint Denis. Llevo años desgañitándome con este tema.

Los procesos inmigratorios han existido siempre. Claro. Y siempre ha habido una natural resistencia de la población de destino. Si no la hay, deviene sustitución o reemplazo, Si el proceso inmigratorio es forzado y subvencionado, porque conviene a conglomerados económicos transnacionales y a gobiernos débiles que prefieren ver diluidas sus comunidades pues saben de sobra que sin nación  y sin familia fuerte el hombre puede acabar siendo un juguete en manos del algoritmo y la propaganda,  el desastre está servido.

En el otro lado, la otra mitad de Europa, lo que queda de Occidente, Europa Central; que es ese espejo mágico donde el post-Occidente puede ver reflejadas sus miserias; y por ello, les quiere borrados del mapa. Bruselas quiere imponer su política inmigratoria de puertas abiertas, multiculturalismo forzoso e islamismo. En todos los lugares. Unos se defienden, otros bajan los brazos. Y Orbán dice que él solo quiere que les dejen en paz, que les dejen vivir como húngaros, como europeos.

La civilización islámica avanza constantemente hacia Europa. Hace siglos fue detenida en Poitiers y en Belgrado, en Viena y en las Navas. Ahora, el Islam ha visto que por Hungría, Eslovaquia o Polonia es más difícil. Y por eso han decidido entrar en masa por el sur, convencidos de que no habrá otro Poitiers. Con esa claridad lo expone Orbán. No dudo que en los despachos de Bruselas, los que riegan con miles de millones el Fondo de Ayuda a la Inmigración (FAMI) se rasgarán las vestiduras. Se les ha puesto cara de Don Rodrigo.

La frase más dura del discurso de Orbán es esta: “Tenemos que defendernos no sólo del sur, sino también del oeste, y llegará el momento en que de alguna manera deberemos recibir a los cristianos que vendrán de allí y deberemos integrarlos en nuestra vida. Esto ya ha sucedido antes, y aquellos a quienes no queramos dejar entrar – independientemente de Schengen – tendrán que ser parados en nuestras fronteras occidentales”. Ojalá seamos capaces de comprender que ese escenario puede no estar muy lejos.

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