Nunca como hoy en toda la historia había sido más fácil y rentable ser una víctima. Hay una verdadera carrera de todos contra todos para conseguir la codiciada condición de pertenencia a un «grupo oprimido», real o inventado, porque, paradójicamente, ser una víctima certificada te coloca en la cúspide de la escala social. Hasta se han inventado conceptos nuevos, como el de «microagresiones» para que todo el mundo tenga sus cinco minutos de victimismo, ya sea una banquera multimillonaria de conocidísimo apellido o un miembro de ese colectivo/sopa de letras tan oprimido que tiene un mes entero dedicado a desplegar su opresión.
Naturalmente, esta idolatría de las víctimas pone especial cuidado en ignorar los grupos que más víctimas han tenido en el pasado reciente, y por eso es una alegría y un alivio saber que la Fundación Conmemorativa de las Víctimas del Comunismo (VOC) abre un museo en la capital de Estados Unidos (Washington). Y cualquiera que pase cinco minutos en él tendrá que preguntarse cómo es posible que no miremos al comunismo con el justificado horror que sentimos hacia el nazismo, o por qué estoy escribiendo esto bajo un Gobierno que tiene ministros orgullosos de llamarse comunistas.
El nuevo museo, único en su especie, abrió este pasado lunes en el centro de Washington para honrar la memoria a los más de 100 millones de personas asesinadas por los regímenes comunistas. Todavía hay más de 1.500 millones de personas viviendo bajo gobiernos comunistas.
Se trata del primer museo en el mundo dedicado a describir tanto la historia del comunismo como su alcance global actual en Europa, Asia y América del Sur. El museo consta de espacio para exposiciones, conferencias y eventos con un total de 9.492 pies cuadrados. Su primer piso alberga tres galerías principales que guían al visitante a través de la historia comunista: cómo y dónde comenzó, cómo funciona y cómo las personas que viven debajo de él se han resistido tanto históricamente como hoy. Los visitantes pueden ver películas y participar en exhibiciones interactivas de última generación que dan vida a las historias de víctimas y sobrevivientes.
El comunismo no tuvo su Núremberg
A finales del siglo pasado el mundo entero vivió un glorioso momento de iluminación, tan abrumador que fue imposible negar la evidencia ante sus ojos. Con la caída del Muro (el muro por excelencia entonces), surgieron casi como fantasmas pueblos enteros que el más odioso, opresivo y criminal régimen de todos los tiempos había apartado de la historia, de la propia y de la mundial. Salió a la luz entonces, sin posibilidad apenas de mirar hacia otra parte, una historia de feroz represión y tortura, de asesinatos masivos de grupos enteros, de miseria económica y ruina moral, de mentiras constantemente repetidas desde las instancias oficiales, únicas existentes.
Pero fue un momento, y el comunismo no solo no tuvo su Núremberg, sino que mantiene su viejo hechizo sobre un número alarmante de occidentales que no han vivido aquel inefable horror. «A partir del colapso de la Unión Soviética en diciembre de 1991, la gente comenzó a olvidar rápidamente el legado del comunismo y la influencia que tenía sobre millones de personas en todo el mundo», señala el Dr. Lee Edwards, cofundador y presidente emérito de VOC. «Los partidos comunistas en el poder todavía controlan una quinta parte de la población mundial, y abrimos este museo para servir como un monumento a los que murieron a causa de él y un faro de esperanza para los que se resisten».
Entre los que resisten (o aguantan) están los chinos, los súbditos de una tiranía que mantiene el nombre y las estructuras políticas de opresión y represión del comunismo, al tiempo que recurre a mecanismos de mercado que han permitido enriquecerse al país, por no mencionar reliquias como Corea del Norte y Cuba.
Pero quizá el principal peligro esté entre ese Occidente próspero que nunca han tenido la fatal y difícilmente reversible experiencia de lo que supone el comunismo. Por fijarnos en el país que más se ha significado en la lucha contra el comunismo, Estados Unidos, una encuesta encargada por VOC y realizada por YouGov en 2020 encontró un inmenso aumento en el apoyo al socialismo durante el último año, particularmente en personas entre 16 y 39 años. Dentro del grupo de la Generación Z (de 16 a 23 años), el apoyo al socialismo aumentó casi diez puntos porcentuales en el transcurso de un solo año: del 40 por ciento en 2019 al 49 por ciento cuando se realizó esta encuesta en septiembre de 2020.
El museo sin fines de lucro es operado y administrado por la Fundación Memorial de las Víctimas del Comunismo, una organización educativa, de investigación y de derechos humanos que fue autorizada en 1993 por una Ley unánime del Congreso firmada como Ley Pública 103-199 por el presidente William J. Clinton el 17 de diciembre de 1993. El 12 de junio de 2007, el presidente George W. Bush dedicó el Memorial de las Víctimas del Comunismo en Washington, D.C.
‘Un lugar para recordar los crímenes globales del comunismo’
«El Museo de las Víctimas del Comunismo es un lugar para recordar los crímenes globales del comunismo, pasados y presentes», dijo el Dr. Edwin J. Feulner, presidente de VOC. «A través de nuestros esfuerzos, nos esforzaremos por lograr un mundo libre de la falsa esperanza del comunismo y para reforzar y promover los valores de la libertad individual, una economía libre, el estado de derecho, el autogobierno democrático y los derechos humanos».
Dicen que nadie escarmienta en cabeza ajena, y que la única manera de vacunarse del todo contra el comunismo es pasarlo, como con las enfermedades víricas. Pero nadie en su sano juicio querría someterse a semejante cura. Por eso es bastante mejor que proliferen museos como este en todo el mundo.