«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
A Churchill se le acusó de «promover la guerra santa»

Trump otra vez en la diana, como Reagan, como Churchill, como siempre

Donald Trump tras su intento de asesinato en campaña. Redes sociales

Poco menos de dos meses le llevó al presidente Trump hacer resurgir la corriente de desprecio hacia su persona y gestión, de parte de la comunidad internacional bienpensante. No hablamos sólo de los miembros del Partido Demócrata, sino también de la casi totalidad de la grey política, periodística e intelectual europea y hispanoamericana. Y no hablamos sólo de izquierdistas sino de la casi totalidad del centrismo político, de socialdemócratas diagnosticados o asintomáticos y sommeliers de modales.

Curiosamente, este sensible coro de ofendidos polirrubro, vienen apelando a figuras como Churchill y Reagan con el objetivo de establecer un contraste moral y político desde donde lanzar la primera piedra contra el Presidente 47. Pero si repasamos la forma en que las élites y los medios principales trataron tanto a Churchill como a Reagan, lo cierto es que no se diferencian del juicio sumarísimo al que exponen a Trump, aún cuando los resultados de sus gestiones están por verse.

Los sucesos finales de la guerra de Ucrania han despertado las sesgadas ínfulas de historiador de muchos. Así es como comparan hasta el hartazgo, por ejemplo, un eventual acuerdo de paz en 2015 con el pacto firmado en la conferencia de Munich de septiembre de 1938 cuando no había ni guerra ni nukes. Y con la misma liviandad se compara a Trump con Neville Chamberlain, exigiendo que el norteamericano se comportara como lo hiciera Reagan en su discurso frente al muro de Berlín o como Churchill en su discurso posterior a la Operación Dínamo. Como si la historia fuera sólo una foto.

Pero lo cierto es que la historia no discurre como en el guión de una película infantil y los hombres que la protagonizan, aún los mejores, van y vienen, dudan, se equivocan y eventualmente triunfan. Y al igual que Trump, en momentos cruciales, van probando su fuerza, tanteando el terreno, haciendo declaraciones contundentes aunque ofendan, palmeando la espalda de los ruines, siendo crueles y muchas veces ilícitos, reacomodando la estrategia y pactando con los malos de cada ocasión, conforme les convenga de acuerdo a las opciones que tienen en el tablero.

En el apogeo de la Guerra Fría, Nixon tenía como principal contendiente a la URSS. Esa era su amenaza vital, para los países no todas las amenazas son iguales, algunas son más importantes o inmediatas que otras. Bueno, la Unión Soviética era la amenaza más importante para EEUU, así que Richard Nixon buscó mejorar las relaciones con China. Esto se conoció como «diplomacia triangular», una forma en la que EEUU buscaba terciar entre potencias que eran sus enemigas pero que a su vez estaban en pugna entre sí.

La cuestión es que para propiciar este acercamiento, Nixon no se detuvo en cuestiones como que China era un sostén de Vietnam del Norte, su enemigo en una guerra en curso. Y si no se detuvo en el hecho de que China era uno de los factores que permitían que los soldados norteamericanos volvieran a casa en un ataúd, menos si fijó en el hecho de que el líder chino era uno de los mayores carniceros del siglo: Mao Zedong, personaje infinitamente peor que Putin. La coyuntura, la amenaza vital y el diagnóstico realista del tablero bélico llevaron a Nixon a propiciar esta estrategia, para subsistir en ese momento en esa guerra. Y fue acertado en ese momento y en esa guerra. Ahora imaginemos al coro de ofendidos que hoy defenestran a Trump, si Trump hubiera tomado un camino similar.

Evidentemente Trump ha evaluado que la amenaza vital es ahora China, lo dijo alto y claro cada vez que pudo y lo sostuvo en campaña del mismo modo en que prometió a sus votantes que no estaba dispuesto a financiar a Ucrania en una guerra que no podía ser ganada y cuyo comienzo atribuía a un mal manejo de las RRII entre los miembros de OTAN y Rusia. También Trump ha dejado claro, implícitamente, que EEUU no puede librar guerras en dos frentes. El país está agotado financieramente y sus brutales esfuerzos para bajar el gasto así lo demuestran. El presidente, del que la élite bienpensante se burla e insulta, no puede destinar sus limitados recursos a Europa porque los va a necesitar en el Indo-Pacífico. Rusia podría ser quién establezca el desequilibrio del poder chino que favorezca a Estados Unidos. Esa es la jugada que va a intentar el norteamericano y en esa jugada, más allá de que los tertulianos idealistas despotriquen, Vladimir Putin puede llegar a serle necesario.

¿Por qué llegar a un acuerdo con Putin (cuán maldito sea) para poner fin a una guerra desastrosa que no constituye una prioridad para EEUU sería peor que lo que hicieron otros venerados presidentes norteamericanos acordando con los monstruos de antaño? ¿Por qué Trump no puede hacer lo que hicieron antes Wilson, Roosevelt, Nixon, Carter o Reagan? ¿Eran mejores que Putin acaso Stalin, Brezhnev o Mao? ¿Cuál es la alternativa a la propuesta de Trump, por cierto? A la fecha llevamos «3 urgentes reuniones cumbre 3» de mandatarios europeos y no ha salido de ahí ni una propuesta seria, más allá de una ruinosa ampliación de la deuda y el gasto sin plan bélico que la respalde. ¿Por qué entonces el blanco de la crítica sigue siendo Trump?

Aunque nos parezca un fenómeno novedoso, lo cierto es que las clases dirigentes y mediáticas se comportan más o menos igual, siempre. Una mezcla de pánico moral, autocomplacencia y conveniencia cosecha un discurso oficial unánime que se acomoda con el tiempo y las modas. Pero los ejemplos mitológicos de Churchill y Reagan, usados actualmente; fueron en su momento hombres tan criticados como lo es hoy Trump. Y fueron esas clases dirigentes y mediáticas las que se mostraron condescendientes, cuando no propagandistas, con una URSS genocida y liberticida que extendía sus garras por todo el planeta mientras una enorme cantidad de políticos, artistas, intelectuales y periodistas lavaban sus pecados mientras condenaban a EEUU, su imperfecto pero único adversario.

Cuando Reagan pronunció su discurso sobre el «imperio del mal» el mismo establishment que se alza a diario para criticar a Trump, condenó sin piedad a Reagan: el historiador de la Universidad de Columbia, Henry Steele Commager, dijo que fue «el peor discurso presidencial de la historia de Estados Unidos». Por sus apelaciones religiosas se lo acusó de «promover la guerra santa» y «el prejuicio religioso». El New York Times, calificó el discurso de «escandaloso» y «primitivo, la única palabra que existe para describirlo». El Washington Post, dijo: «Pregunta: ¿Qué tiene en común Ronald Reagan con mi abuela? Respuesta: Ambos son fanáticos religiosos». The New Republic lo acusó de retórica «profundamente divisiva» y, extrañamente, de no saber de historia. En la revista Time se escandalizaban de la actitud agresiva de Reagan hacia la Unión Soviética y lo culpaban de la relación «venenosa» con Moscú.

La oposición a la ayuda del presidente Reagan a los contras en Nicaragua y a la liberación de Granada, conformó la narrativa que se propaló desde Hollywood hasta las universidades de todo occidente. No hubo insultos que no hubieran caído sobre el Presidente 40°. ¿Alguien puede imaginar lo que habría dicho el coro bienpensante, que hoy alaba a Reagan en aquel entonces?

Lo cierto es que el accionar y la retórica de Trump son mucho más cercanos a Reagan que lo que la mitología socialdemócrata nos está diciendo. Reagan tuvo, también, una muy controvertida y tensa relación con los medios de comunicación; cuyas aristas, hoy, provocarían más de un ataque de histeria. El mainstream y el establishment lo despreció y condenó su religiosidad y anticomunismo. Después de que Reagan llamara a los soviéticos a «derribar» el Muro de Berlín, los representantes demócratas declararon su «absoluto desprecio por Reagan» y cuando Reagan dijo que el régimen comunista iría a «el basurero de la historia», el mundo bienpensante se escandalizó por sus formas.

Lo mismo ocurre con Churchill, vilipendiado en su época y puesto hoy en un pedestal. Quienes seleccionan las partes de la historia que convienen a su sesgo, olvidan que en octubre de 1944, Churchill se reunió con Joseph Stalin en la Segunda Conferencia de Moscú y le propuso dividirse en porcentajes a Rumania, Grecia, Yugoslavia, Bulgaria y Hungría con los rusos. Winston Churchill anotó en un papel la división de la influencia entre el Reino Unido y la Unión Soviética en los Balcanes y, según estas notas, Rumanía estaría en un 90 % bajo la influencia soviética y en un 10 % bajo la británica; Grecia, en un 90 % bajo la británica y en un 10 % bajo la soviética; Yugoslavia y Hungría, en un 50 % bajo la británica y en un 50 % bajo la soviética; y Bulgaria, en un 75 % bajo la soviética y en un 25 % bajo la británica. ¿Qué habrían dicho en aquel entonces quienes sostienen que Winston se revuelve en su tumba por el accionar de Trump?

Y en cuanto a la inflamada retórica… cabe recordar que Churchill declaró a lo largo de su vida cosas que dejarían al vicepresidente JD Vance, (hoy destinatario del odio de los aprendices de diplomáticos), al nivel de un poroto. Tal vez el ejemplo más pintoresco sea el desprecio que profesaba al dirigente del movimiento de independencia de la India contra el Raj británico Mahatma Gandhi. Churchill no tuvo problemas en expresar sus ideas contra el líder hindú a pesar del prestigio que este tenía a nivel mundial. Lo llamó «fanático subversivo maligno» y «un abogado sedicioso del Middle Temple, que ahora se hace pasar por un faquir de un tipo bien conocido en Oriente, subiendo semidesnudo las escaleras del palacio virreinal». En un telegrama al virrey Linlithgow, denunció que Gandhi tomaba glucosa: «He oído que Gandhi suele tomar glucosa en el agua cuando hace sus diversas payasadas de ayuno». Imaginemos el escándalo que estas declaraciones generarían en las tertulias de los canales de noticias que hoy se rasgan las vestiduras por Trump.

El mismo selecto grupo, alto en la pirámide, que en el pasado criticó a Reagan y a Churchill, hoy se ensaña con Trump. Las comparaciones son odiosas, y lo único ciertamente comparable de estos tres hombres es el desprecio que tuvieron que campear en su momento. Sin embargo,  no son los promotores del statu quo los que salvan al mundo cuando el mundo se va al demonio. Son los hombres imperfectos, dispuestos a llegar a acuerdos en aras de lo que creen mejor y con lo que la coyuntura les brinda.

El presidente Donald Trump quiere terminar esta guerra con lineamientos que seguramente favorecerán al invasor. Si puede evitarlo, no se enfrentará con Rusia cuyo interés en Ucrania es mucho mayor que el de EEUU. En tanto que Putin unido cada vez más a China, sí representa una amenaza para los intereses de los estadounidenses.

Las relaciones internacionales del siglo XXI no van a inventar nada nuevo y la guerra tiene sus reglas (crueles e injustas) desde el principio de los tiempos. Tal vez lo novedoso sea ese confortable espacio de fantasía en el que occidente vivió mayormente a lo largo de las últimas décadas y que hizo que nos creyéramos nuestras suaves mitologías de guerras sin muertos y de líderes prístinos y 100% buenos e infalibles. Pero la guerra en Ucrania nos trajo de los pelos a la vida real, y se equivocaba el poeta en decir que «nunca es triste la verdad» aunque sí acertaba en decir que «lo que no tiene es remedio».

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