¿En qué se parecen Estados Unidos, Nicaragua y Camboya? Que los tres están entre los siete países del mundo que en este siglo han detenido al líder de la oposición.
El descenso de la democracia continuada más antigua del mundo a la categoría de la república bananera no es ningún chiste. Pero fue precisamente un chiste lo que puede dejar a Douglass Mackey diez años en prisión.
Durante los días previos a las elecciones presidenciales que dieron la victoria a Donald Trump, Douglass Mackey, un tuitero extraordinariamente popular entre las filas MAGA con el nombre de guerra de Ricky Vaughn, publicó un meme en Twitter burlándose de los seguidores de la candidata Hillary Clinton. Y ahora esa broma, en el país de la libertad de expresión protegida por la Primera Enmienda de la Constitución, le ha valido ser hallado culpable de un delito para el que piden diez años de prisión.
Apenas había pasado un día completo después de que un gran jurado de Manhattan citara al probable rival de Joe Biden en la próxima carrera presidencial, cuando otro jurado también en Nueva York hallaba culpable a Mackey.
El delito de Mackey consistía en un falso cartel publicitario en el que se animaba a los votantes de Clinton a ahorrarse la cola y el viaje al colegio electoral votando por SMS. Claramente, no se pretendía engañar a nadie, porque no puede haber nadie tan idiota; era solo, evidementemente, un modo de reírse de los partidarios de la exsecretaria de Estado. Caramba, lo estaba diciendo un tipo que aparecía con la prescriptiva gorra MAGA, no alguien que se hiciera pasar por una fuente oficial.
De hecho, en esa misma campaña, desde el campo contrario, Kristina Wong, publicó un tuit prácticamente idéntico: «Hola, seguidores de Trump. Sáltense las colas y envíen su voto por sms». Pero nadie ha molestado a la señorita Wong, sencillamente porque lo que cuenta aquí no es el qué, sino el quién. Es la misma razón por la que se hacen mangas y capirotes para enjuiciar a Trump por un delito inexistente mientras el FBI sigue mano sobre mano con el portátil de Hunter Biden, que implica a media familia del presidente -y, con toda probabilidad, al propio presidente- en gravísimos delitos que afectan directamente a la seguridad del Estado.
Otro tanto sucede con la célebre lista de clientes de Jeffrey Stein. El millonario pedófilo murió en la cárcel, presuntamente suicidado (una versión que creen los mismo que creen que Estados Unidos no tiene nada que ver con la voladura del Nord Stream 2), y recientemente se condenó a su socia, Ghislaine Maxwell, por proporcionar menores de edad para ser abusados por millonarios. Pero ninguno de ellos ha sido enjuiciado, ni siquiera se han hecho públicos sus nombres.
O el caso de Sam Bankman-Fried, autor del mayor crimen financiero de la historia. Nadie sabe cómo ha podido pagar su fianza de 250 millones de dólares. Quizá tenga algo que ver que Bankman-Fried era uno de los mayores donantes del Partido Demócrata.
El caso de Mackey, aunque afecte a un tipo virtualmente desconocido y sin peso político alguno, tiene una importancia gigantesca. Porque significa no sólo que el régimen está decidido a perseguir con toda la fuerza del Estado a sus enemigos políticos, por insignificantes que sean, sino que lo hacen públicamente para amedrentar a quienes puedan sentir la tentación de disentir. Estados Unidos ha caído.