«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
lenin fue el inventor del totalitarismo

A propósito de Lenin

El 21 de enero de 1924 murió en Gorki Vladimir Ilych Ulyanov, Lenin. El hombre que había cambiado el destino del mundo sucumbió tras una larga agonía. Cuando los médicos se apresuraron a hacer su autopsia se encontraron con unas arterias cerebrales colapsadas, pues sufría de aterosclerosis, que le habían causado durante esos años varios infartos cerebrales. Célebres son las fotos del que fue su sucesor y gobernó con puño de hierro, Stalin, visitándole, con un físico muy mermado, en la mansión al sur de Moscú en la que vivió durante sus últimos años.

Los ecos de la noticia de la muerte del hombre que había fulminado el centenario régimen de los zares retumbaron en todo el mundo. El diario mexicano El Universal abrió su número del 23 enero con un retrato de Lenin en portada y un rótulo que narraba «Lenin murió cuando Rusia más necesitaba a su líder». Los medios españoles también se encargaron de dar la noticia. Por ejemplo, El Debate le dedicó una columna, también en portada, en la que decía «Ha muerto Lenin. El fallecimiento ocurrió a las siete de la tarde del lunes a 20 kilómetros de Moscú». Además, dedicó, en segunda plana, una explicación de su biografía y del contexto soviético, en el que narraba que «la muerte del dictador encuentra a sus seguidores profundamente divididos».

Una de las anécdotas respecto a la muerte del líder soviético de mayor curiosidad, y quizá más premonitoria, fue la reacción que tuvo el entonces presidente del Consejo de Ministros del Reino de Italia, el líder fascista Benito Mussolini. Al enterarse de la noticia, el general de Bono le dijo a El Duce: «Con la muerte de Lenin, tienes un enemigo menos». A lo que Mussolini respondió: «No, tenemos un inmortal de más».

No le faltaba razón, pues la figura del dictador fue dotada de una carga simbólica casi religiosa, de construcción mitológica que no solo le convertía en el en el Pater Patriae soviético, sino en el libertador de los pueblos, la personificación de la causa de los oprimidos, aunque esa imagen distara mucho de lo que en realidad fue: el inventor de una ideología y de una forma de estado que acabó con millones de personas en todo el mundo a lo largo de la historia.

Incluso Curzio Malaparte llegó a escribir en su obra «El buen hombre Lenin» una definición sobre él que si se aproximaba más a la realidad: «Nunca Lenin peleó por la libertad… sino por el poder, nada más que por el poder. […] A las hordas de soldados que abandonan las trincheras para volverse sobre Petrogrado, Lenin no promete la libertad, sino la venganza y la paz. A los mujiks que hacen retumbar en las campiñas el canto del gallo rojo, Lenin no promete la libertad, sino la venganza y la tierra. A los obreros que se aprietan alrededor de los oradores rojos en los patios de las fábricas, Lenin no promete la libertad, sino la venganza y el poder».

Sin embargo, la construcción del mito de Lenin, hecha ya durante su vida, se intensificó tras su muerte. En primer lugar, los estalinistas, y los marxistas del mundo, se aunaron en una afiliación: el leninismo, la doctrina del socialismo, de los hijos del país de Lenin. De hecho, insignes figuras como George Orwell, quienes estuvieron profundamente desencantadas con el devenir totalitario de Stalin, sus purgas, mentiras, control de los medios y de la verdad, su represión y recorte absoluto de las libertades, mantenían una imagen idealizada de Lenin. Un ejemplo de ello es la asimilación —aunque sujeta a interpretación y discusión— del idealizado El Viejo Comandante de la distopía animal «Rebelión en la Granja», frente a la crítica de la degeneración del régimen soviético de Stalin o el cerdo Napoleón.

Tras su muerte, el Estado y los mandatarios soviéticos no escatimaron en realizar continuas muestras de afecto público hacia la figura de Lenin: estatuas, hagiografías sobre él, dar al nombre del dictador a la antigua capital de los zares, homenajes, nombres de plazas y de calles o celebraciones públicas. Además, embalsamaron su cadáver, lo expusieron, tras un tumultuoso funeral de estado, en un ataúd de cristal para que los soviéticos pudieran ir a rendirle tributo y ordenaron la construcción de un megalómano mausoleo en la Plaza Roja de Moscú, digno de líderes como Alejandro Magno, Ciro el Grande o Darío I.

Sin embargo, no hay que perder de vista lo que Lenin, el movimiento que encabezó y la ideología a la que dio forma significó. Lenin fue, tal y como indica Stéphane Courtois, el inventor del totalitarismo, de la extensión de un Estado hacia todos los aspectos de la vida y de la drástica reducción de la libertad, por no hablar del debate y la disidencia política. Además, el régimen que instauró fue uno de los causantes directos, junto a las otras corrientes totalitarias de Europa, del estallido de la peor guerra que ha vivido la humanidad. También de la imposición de una cosmovisión política, cuyos efectos han trascendido las fronteras y el propio colapso de la Unión Soviética.

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