Según datos de la Organización Internacional para la Migración, tras el veto de la presencia de algunas ONGs y la mayor presencia de la guardia costera libia, la cifra de muertos se ha reducido a cero.
El cadáver de un niño, Aylán Kurdi, en una playa turca, ahogado cuando su familia trataba de alcanzar las costas de Europa copó todas las portadas y se reprodujo hasta la saciedad en telediarios y redes sociales, sirviendo de banderín de enganche para los partidarios de abrir de par en par nuestras fronteras a los recién llegados.
La respuesta de las autoridades fue, inicialmente, la de una ‘generosa acogida’, con lo que cientos de miles se echaron al mar en pos del sueño europeo con la consecuencia que cualquiera con dos dedos de frente hubiera podido prever: los ahogamientos se multiplicaron.
Los ahogados dejaron de fotografiarse, porque el fin ya se había alcanzado y porque hacerlo ahora podría tener el resultado contrario al pretendido, a saber: confirmar la vieja perogrullada de que lo que se incentiva se multiplica, y que multiplicar las travesías suponía indefectiblemente multiplicar los naufragios.
Para hacernos una idea, en lo que va de año se han ahogado tratando de cruzar el Mediterráneo de África a Europa 2.410 personas. Claro que esa terrible cifra supone un descenso con respecto al mismo periodo de 2016, cuando perdieron la vida en el mar 3.228 personas.
Armadas de toda la UE, incluyendo la española, así como multitud de ONGs globalistas -algunas conectadas a la Fundación para la Sociedad Abierta de George Soros, como tratamos en su día- han dedicado más y más medios en vano para minimizar estas muerte, constituyéndose en verdaderos servicios de ferries que recogían a los inmigrantes a pocos kilómetros de las costas africanas.
Pero ahora se cumplen veinte días sin una sola muerte de este tipo que lamentar, según datos de la Organización Internacional para la Migración. ¿Qué ha cambiado? Según indica la agencia de fronteras de la UE, Frontex, en el diario austriaco Salzburger Nachrichten, la razón de este afortunado récord es que ha aumentado la presencia de la guardia costera libia en esas aguas.
Pero, sin ánimo de enmendar la plana a Frontex ni desmerecer la labor de los guardacostas libios, hay otra coincidencia que podría, al menos, haber contribuido al feliz resultado: cada vez son más las ONGs de ‘rescatadores’ que suspenden actividades en el Mediterráneo.
Es cierto que los guardacostas libios han rescatado en las últimas semanas numerosos grupos de inmigrantes en alta mar para devolverlos a Libia, pero su actividad renovada también ha servido para frustrar las operaciones de rescate de diversas organizaciones de voluntarios, acusados algunos de ellos de connivencia con las mafias de traficantes de seres humanos, al dar órdenes a sus navíos de que abandonen la zona.
Ya a principios de año Frontex había advertido que estas organizaciones, que a menudo actúan en aguas jurisdiccionales libias, ejercen un ‘efecto llamada’, animando a un mayor número de inmigrantes a embarcarse en el peligroso periplo.
Las ONGs Médicines Sans Fronters y SOS Mediterranee se quejaron recientemente de un agudo descenso en el número de embarcaciones de inmigrantes a consecuencia de la presencia disuasoria de los guardacostas libios. Ambas organizaciones comparten el navío Aquarius, uno de los últimos en operar en la zona de búsqueda y rescate.
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