Varios países de la Unión Europea, entre los que se encuentran Francia, Alemania, Austria, Portugal y España, debaten la eliminación de las monedas de uno y dos céntimos basándose en «su coste de producción, el escaso uso real que tienen y la incomodidad que generan en el día a día». Aunque todavía se mantienen en circulación, cada vez son más las voces que proponen dejar de acuñarlas, siguiendo el ejemplo de países como Bélgica, Italia, Finlandia, Irlanda, Países Bajos y Eslovenia, que ya aplican un sistema de redondeo en los pagos en metálico.
La retirada de estas pequeñas monedas no tendría un impacto relevante en el funcionamiento de la economía, pero sí representa un nuevo paso en la paulatina retirada del dinero físico. Y aunque la desaparición total de los billetes y monedas no parece inminente, la tendencia a favor de los pagos electrónicos es evidente y continúa ganando terreno año tras año.
En muchos lugares de Europa, pagar con dinero en efectivo empieza a parecer una rareza. Cada vez es más habitual que en supermercados y pequeños comercios el datáfono se ofrezca por defecto, incluso antes de preguntar cómo se desea abonar la compra. Las tarjetas bancarias, los pagos con el móvil y las aplicaciones han transformado el comportamiento cotidiano de los consumidores, haciendo que los billetes y monedas queden relegados a un segundo plano.
No obstante, este cambio de paradigma genera también inquietudes. La posibilidad de un futuro completamente digital en materia de pagos plantea serios desafíos, ya que la eliminación del anonimato en las transacciones supondría una merma de la privacidad financiera de los ciudadanos.
Además, expertos en ciberseguridad y economía advierten de los riesgos tecnológicos asociados a una digitalización total del sistema de pagos. Una caída de la red eléctrica, un ataque informático masivo o incluso un fallo técnico puntual podrían dejar a millones de personas sin acceso a su dinero, imposibilitando la compra de productos esenciales. En este contexto, depender por completo de las plataformas digitales podría suponer una vulnerabilidad estratégica.