El 64% de los franceses estiman que el islam, segunda religión nacional ante el aumento de la inmigración ilegal y el crecimiento demográfico de origen extranjero, no es compatible con los principios fundamentales de la República. Así lo refleja una encuesta reciente del instituto CSA, publicada por CNews, Europe 1 y Le Journal du Dimanche, que pone en evidencia una brecha ideológica y cultural cada vez más profunda dentro de la sociedad francesa.
Francia, con más de 68 millones de habitantes al comenzar 2024, cuenta con entre seis y siete millones de ciudadanos de confesión musulmana, muchos de ellos nacidos en el país. Aunque existen múltiples corrientes dentro del islam francés, la mayoría prioriza los preceptos religiosos por encima del marco legal estatal, lo que genera tensiones en un sistema que se basa en la laicidad y en una concepción muy estricta de la neutralidad religiosa.
Las respuestas a esta creciente tensión no han tardado en llegar desde el aparato del Estado. El presidente Emmanuel Macron ha encargado la redacción de una ley específica para contrarrestar la expansión de organizaciones islamistas como los Hermanos Musulmanes, cuya influencia se considera “alarmante” según diversos informes policiales. Esta legislación, aún en fase de elaboración, pretende estar lista antes de que finalice el año y buscará contener el auge del islamismo radical dentro del territorio nacional.
Las tensiones religiosas también se reflejan en la escena política. Mientras que la mayoría del espectro de derechas, el centro e incluso sectores tradicionales de la izquierda (socialistas y comunistas) consideran que el islam está en conflicto con los valores republicanos, la extrema izquierda y algunas franjas de la izquierda periférica intentan atraer el voto de los jóvenes musulmanes, cada vez más ideologizados y activos políticamente. Este sector del electorado suele alinearse con posturas cercanas a Palestina y a menudo se deja ver en protestas con simbología vinculada a Hamás.
Este fenómeno no es nuevo, pero se ha intensificado tras el ataque del 7 de octubre de 2023 lanzado por Hamás, que provocó un cambio de actitud entre muchos musulmanes franceses y generó divisiones internas en sus comunidades. La tradicional moderación del voto musulmán ha dado paso a una movilización mucho más politizada y, en algunos casos, radicalizada, que se manifiesta en marchas, concentraciones y en la implicación con partidos como La Francia Insumisa (LFI), segunda fuerza política del país.
Otro indicador de esta fractura es la creciente influencia de líderes religiosos de corte radical. Aunque algunos imanes —una minoría entre los cerca de 2.000 que predican en Francia— promueven el respeto a las leyes de la República, muchos enfrentan amenazas por parte de grupos extremistas por adoptar posturas conciliadoras. La respuesta del Estado ha sido contundente: continúa la expulsión de predicadores extranjeros que promueven ideas contrarias a los principios democráticos, una medida respaldada por el 90% de los ciudadanos, aunque insuficiente para resolver el fondo del conflicto.
La Gran Mezquita de París, en otro tiempo símbolo de integración y de diálogo con las instituciones, también ha comenzado a sufrir presiones internas por parte de sectores más radicales. Lo que fue un monumento al sacrificio de los soldados musulmanes en la Primera Guerra Mundial, corre el riesgo de convertirse en terreno de disputa entre facciones religiosas enfrentadas en torno a la supremacía espiritual frente a la autoridad republicana.