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El CEO de la petrolera Shell cree que Europa sufrirá sucesivas crisis energéticas

Un agente de la Guardia Civil observa el derribo de las torres de refrigeración de la central térmica de Andorra (Teruel). Europa Press

En el mundo real, lejos del universo de fantasía en el que se mueven nuestros líderes políticos, el frío mata cuatro veces más que el calor. Y, sin embargo, los dirigentes occidentales nos han abocado a un invierno imaginablemente frío derivado de sus propios decisiones.

Y no será el último. Según el CEO de la petrolera Shell, Ben van Beurden, en declaraciones vertidas en una conferencia celebrada el pasado lunes en Noruega, «es perfectamente posible que tengamos varios inviernos en los que de algún modo tengamos que encontrar alternativas». ¿Calentamiento terrestre? Este invierno soñará con ello, probablemente.

Lo hemos contado aquí antes, y vamos a vivir sus consecuencias: Europa y, especialmente, Alemania, se han permitido vivir la fantasía imposible de un moderno mundo industrial alimentado por molinillos y placas solares porque siempre podía contar con el barato y abundante gas que les llegaba de Rusia. Como la cigarra del cuento -y como advirtió proféticamente Donald Trump en su día-, no calcularon para cuando vienen mal dadas. Y han venido, con la reacción rusa a las sanciones de Occidente.

Cada día de la semana pasada se marcó un nuevo récord en el gas y la energía europeos después de que la rusa Gazprom de Rusia anunciara el 19 de agosto que detendría todo el flujo a través de Nord Stream a Alemania durante tres días, entre el 31 de agosto y el 2 de septiembre. La previsión que todos hacen es que el final de este proceso sea el cierre sine die del grifo.

¿Resultado? La vuelta a una situación inimaginable en el Primer Mundo desde finales de la Segunda Guerra Mundial. En Alemania, se ha acabado la leña a la venta. Leña. Lo más antiecológico imaginable, quemar madera. Y en la vecina Polonia la situación es aún más alarmante.

Para acabar de arreglarlo, el aumento de los precios de la energía está alimentando la inflación y aumentando la carga sobre los hogares y las industrias en toda Europa.

Francia, que hace nada producía energía literalmente para exportar, ha anunciado racionamiento este invierno. En el Reino Unido, el 70 por ciento de los restaurantes se plantean cerrar, incapaces de afrontar el coste de la luz y la calefacción. El británico The Guardian escribe que «en el peor de los escenarios, las autoridades del Reino Unido creen que podrían producirse apagones a lo largo de varios días en enero si hace bastante frío. En España, -que acaba de aprobar una ayuda de más de 50 millones de euros para Ucrania, al margen del material militar- tenemos el ya infame decreto sobre el control de la temperatura en edificios comerciales. En Italia, se ha restringido el aire acondicionado en las escuelas y edificios públicos italianos en una medida similar a la española.

La energía renovable, la energía «verde», no da para alimentar nuestro modo de vida ni de lejos; con todo el gigantesco esfuerzo subvencionado que se ha hecho para promover las energía alternativas, nuestra actividad industrial todavía, y en un futuro previsible, depende en un 80 por ciento aproximadamente de los combustibles fósiles. Renunciar a ellos por decreto es sencillamente devolvernos al Medievo, y no precisamente a su mejor parte.

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