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LOS FRACASOS NO HARÁN RECAPACITAR A LAS ÉLITES EUROPEAS

El dogma verdoso de Macron y Von der Leyen, y la miseria que espera a los europeos

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen. Europa Press

La siempre árida gestión de la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha sumado una nueva perla en la diadema de sus fracasos al proponer la «intervención de emergencia» del mercado eléctrico en Europa, y una “reforma” del mercado comunitario para frenar la subida de precios. Sí, 4000 años de fiascos no significan nada.

La clase política lleva años tratando de convencer a los europeos de que vivir horrible es edificantemente mejor

El accionar de Ursula encaja perfectamente con otra declaración, la del presidente francés Emmanuel Macron que recientemente ha anunciado “el fin de la abundancia” y de la “despreocupación”. ¿Pero quiénes eran los que nadaban en la abundancia tan despreocupaditos? ¿Los ciudadanos? No parece. La élite europea ha tenido puño de hierro para defender sus dogmas progresistas que son la única causa de la decadencia económica de las familias europeas. Sin embargo, como sumos sacerdotes de esa religión verdosa que no admite peros, ha sido incapaz de aliviar las cargas fiscales y burocráticas que los metieron en este embrollo en primera instancia. Ni un rasguño a su ideología.

Por el contrario, la clase política lleva años tratando de convencer a los europeos de que vivir horrible es edificantemente mejor. Y lo ha hecho muy bien, justo es decirlo, por eso los cepos energéticos, productivos o alimenticios han pasado como si tal cosa, por eso la sumisión incondicional al capricho ruso no hizo ruido hasta que fue muy tarde. Merkel, gran arquitecta de este laberinto, se fue vitoreada de una gestión que meses después entraba en recesión. Es curioso que gente que se cree capaz de organizar la vida del mundo completo para el año 2030, no sea competente como para darse cuenta de que Putin los metía en su trampera con abracitos y sonrisas de un año al otro.

Conforme cae el nivel de vida en Europa se difunden los más exóticos planes de ahorro energético, los políticos están tomando los atajos más inmisericordes para solucionar problemas enrevesados, es como si no hubieran leído Caperucita Roja. Hay inflación, simple: se controlan los precios. Hay desempleo, simple: se contrata más gente en el Estado o se meten más subsidios. Hay déficit, simple: se fabrica dinero. Las soluciones simples son lo que mejor se les da: subsidios, impuestos, salarios universales, confinamientos. Poco importa que esos atajos lleven a la desgracia de sus gobernados. Cuando las crisis estallen ahí estarán ellos para proponer otras sandeces, dado que el público se renueva y aquí no ha pasado nada.

El completo fracaso de su prédica ecológica ha sido tapado por la construcción de una moral que sostiene postulados sin sentido. Aún cuando se diera por buena toda la biblia gretathunberiana, cuál era el sentido de dejar de producir energía para comprársela a quienes la producían del mismo modo contaminante, pero en otro lugar? ¿Pensaban encerrar a Europa en un domo gigante? No, son malos pero no tontos. La moralina culposa ha sido una excelente excusa para hacer lo que los ingenieros sociales hacen: asustar, expoliar y controlar. Macron, Merkel, Ursula saben que son los responsables de esta catástrofe, pero es mejor esconder la mano y echar culpas a los dioses.

Si los europeos de a pie no salen por completo de la ensoñación, la miseria será la norma

¿Por qué se terminó la abundancia, por qué suben los precios de la energía? No hay mea culpa, no hay autocrítica. Lo que ocurre es que seguramente Zeus o la Pachamama están enojados con esta sociedad consumista, se sabe que los dioses son muy de leer a Marx. De manera tal que ahora los mismos políticos que provocaron los problemas son los encargados de tomar cartas en el asunto: – ¡y vosotros, europeos pecadores, se les acabó la abundancia!. El invierno gélido en el centro del living, el racionamiento marcial son la expiación necesaria para transicionar verdosamente, porque el dogma no se toca. Y los europeos pecadores a quemar los muebles para estar calentitos, después de todo, así van a conseguir una auténtica decoración propia de un monasterio.

La élite europea adopta una pose heroica frente a la estrechez ajena, no son ellos los que ven retroceder su calidad de vida. Pero para vender la legitimidad de los “sacrificios” a los conciudadanos, primero tienen que haberlos evangelizado en su dogma. Si los europeos de a pie no salen por completo de la ensoñación, la miseria será la norma: escasez de energía, escasez de agua, escasez de alimentos, de materia prima, de producción y de consumo.

Ahora bien, la aplicación del dogma verdoso ha puesto en jaque al modelo de bienestar. Por eso Macron se mostró preocupado por la aparición de “regímenes iliberales” y el éxito de los “discursos autoritarios”. Sí, sí. El Macron que quería llenar de heces a quienes no siguieran sus mandatos, el Macron de los confinamientos, el Macron de la autocracia sanitarista, se preocupa por los discursos autoritarios. Se ve que no le gusta la competencia.

Con todo, tiene un poco de razón: la decadencia de la calidad de vida será explotada por la izquierda, en Sudamérica conocemos el manual. Conforme los europeos sufran el retroceso de ese modelo de bienestar que los cobijó, surgirán las proclamas radicalizadas. Entonces dirán que Macron o Ursula son los representantes del neoliberalismo opresor. Comenzarán los dulces cantos de sirenas a exigir precios máximos, impuestos a los ricos, reformas contra la propiedad privada. Así que, en definitiva, el dogma verdoso terminará atacando a la democracia liberal. Es cierto que si Europa se encamina a la pobreza es por culpa de los políticos como Macron, pero no es por culpa del neoliberalismo (lo que sea que esto signifique), sino por la opresión del dogma verdoso que no ha dudado en restringir el confort o el consumo, con la excusa de una transición energética aplicada como atajo. Mucho antes que la invasión rusa a Ucrania ya habían convertido en pecado a los autos, a los viajes, a tener hijos, a las grandes fábricas, a la agricultura moderna, a la carne, a la refrigeración y a la calefacción, al azúcar, a las compras, y a cualquier cosa que representara un placer.

Las élites necesitan resultados (malos, no importa, total no se hacen cargo) en un plazo bien cortito

Para el capitalismo: cilicio, condena, restricción leninista, el atajo, la solución inmediata. Si realmente confiaran en su diagnóstico ambientalista, tenían tiempo más que suficiente, décadas y décadas para permitir que el ingenio humano y los incentivos a la generación de riqueza y bienestar, se dirigieran la creatividad científica y tecnológica, a eficientizar la producción de energía. Claro que eso es lento, no es lineal y tiene pocos beneficios políticos. Las élites necesitan resultados (malos, no importa, total no se hacen cargo) en un plazo bien cortito.

Los sudamericanos conocemos bien un cuentito: el de la “redistribución”, que consiste en imponer una división de recursos privados existentes en lugar de brindar las condiciones para crear riqueza futura, otra fábula que no leyeron: La gallina de los Huevos de Oro. El delirio socialista de la redistribución tiene muchos adeptos que no ven el cortoplacismo en la idea de base. Para el dogma verdoso la ecuación energética es la misma, el plan consiste en sentarse arriba de los recursos escasos restringiendo el consumo, volviendo pecado el confort, en lugar de brindar las condiciones que generen más y mejores recursos. La Unión Europea con su petulancia maoísta mata todos los incentivos, porque la gente retrocediendo a las congeladas penurias de la escasez no va a generar recursos ni progreso, la miseria y la desesperación no son valores positivos, por más que los vendan como virtudes.

Si sus políticas verdosas fueran serias y viables no necesitaría imponerlas, pero no lo son y no lo serán en el corto plazo

Quiso la suerte que la aptitud y la destreza de la dirigencia europea fueran puestas a prueba más de lo que podían soportar. Ucrania y Covid juntos han sacado la careta a los líderes que se creían en la cima de la probidad democrática, pero que ante los desafíos y los problemas autoinflingidos, manipulan sin culpa el sistema que dicen defender, pisotean las normas y abrazan al autoritarismo con familiaridad pasmosa. Para colmo, como auténticos tiranuelos bananeros, no exponen su calidad de vida a la decadencia que le imponen a su electorado.

Son los europeos de a pie, y no sus dirigentes, los que tienen que romper el hechizo que los tiene atrapados en el arte de vivir peor

Si sus políticas verdosas fueran serias y viables no necesitaría imponerlas, pero no lo son y no lo serán en el corto plazo, menos si quienes son los encargados de pensar sufren frío o hambre. Así como las restricciones agrícolas no han dado resultados, tampoco van a funcionar los mandatos de energías renovables impuestos de arriba hacia abajo. ¿Por qué los consumidores de energía y alimentos deben asumir los costos del fracaso de la ingeniería social de los sacerdotes verdosos? La imposición de las veleidades de Macron y Ursula no va a tener éxito en sus objetivos, pero destruirá puestos de trabajo, familias, y muchas, pero muchas oportunidades de progreso. Estrangular gran parte de la población europea, queriendo seducirlos con épicos sacrificios se parece mucho al pasado, no sólo en el retroceso de la calidad de vida, sino en el ideológico: la planificación centralizada, controles de precios, concientización culposa, verdugos culturales, créditos sociales, las soluciones liberticidas… y cuando todo fracasa, en lugar de asumir las culpas, volver a empezar con los planes delirantes. Vuestra falta de fe es el problema, europeos pecadores, a ajustarse el cinturón que se terminó la abundancia, ¡hay que ser caradura!

Ninguno de los fracasos de la élite europea va a hacer que reconsideren sus planes, ni siquiera el tener que comprar energía más cara y contaminante o tener que matar de frío y sumir en la pobreza al continente. Van llegan hasta donde los europeos les permitan, porque como todo autócrata bananero, es más fácil tomar el atajo, tirar la piedra y esconder la mano. Son los europeos de a pie, y no sus dirigentes, los que tienen que romper el hechizo que les tiene atrapados en el arte de vivir peor.

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