Gracias a las fantasías energéticas de moda, 2023 podría ser un año oscuro para Europa. Y no hablamos de una oscuridad metafórica, sino desagradablemente real. Al menos, si tomamos en serio las advertencia que hace la ministra austriaca de Defensa, Klaudia Tanner, en declaraciones al diario Die Welt.
«La cuestión no es ya si tendremos apagones, sino cuándo se producirán», asegura Tanner, que, naturalmente, culpa a Putin y su invasión de Ucrania de la dramática situación, sin precedentes en el continente. La idea de que los gobernantes europeos lleven décadas tomando las peores decisiones imaginables sobre energía, seducidos por una concepción Disney de las posibilidades de las energías renovables y devotas de la cofradía del pánico climático, no parece pasársele por la cabeza. No ha sido Rusia la que ha obligado a cerrar las centrales térmicas ni a decir adiós a las nucleares. Por citar el ejemplo de la ‘locomotora europea’ y gigante industrial, Alemania, ya solo quedan allí tres centrales nucleares en operación, que está previsto que cierren a fin de año aunque probablemente se aprobará una moratoria de un año. Con suerte.
«Para Putin, los ataques de piratería contra las centrales occidentales son una herramienta de guerra híbrida», insiste Tanner. «No debemos pretender que esto es solo una teoría. Debemos estar preparados para apagones en Austria y Europa».
En lo suyo, Tanner se está preparando para lo peor. Las fuerzas armadas austriacas están listas para establecer 100 cuarteles autosuficientes para 2025, capaces de sostenerse por sí mismos durante un mínimo de dos semanas si el suministro de energía se interrumpe.
Pero los europeos, por afortunada falta de costumbre, no estamos preparados para soportar cortes del fluido eléctrico prolongados, que interrumpirían por completo la actividad. Un tercio de los europeos, avisa Tanner, «no podrían abastecerse a partir del cuarto día de apagón, como muy tarde».
El invierno ya está aquí, y en buena parte de Europa no es ninguna broma. Los alemanes se han lanzado a cortar madera y a darle fuerte al carbón, en un retroceso hacia la revolución industrial más contaminante en décadas que es un verdadero monumento a la hipocresía verde. También están agotando las existencias de braseros eléctricos que, si se pusieran todos en funcionamiento a la vez, calculan los expertos, habría que duplicar la oferta eléctrica.
Las medidas de emergencia que se sugieren o se están poniendo por obra suenan a Mad Max, como la de usar estadios y salas de exposiciones como «centros de calefacción» para que la gente no muera simplemente por congelación en la calle. No hablamos ya de propuestas como la del jefe de gobierno del estado federado de Baden-Württemberg, el ‘verde’ Winfried Kretschmann, de renunciar a la ducha y pasarse un pañito en su lugar o comprar sistemas de calefacción ‘ecológicos’ que, como los coches eléctricos, no están al alcance del bolsillo del ciudadano común.