Suena casi poĆ©tico, eso de ser ‘ministro de soledades’, pero no puede ser mĆ”s patĆ©tico o doblemente sintomĆ”tico de nuestro tiempo.
El Reino Unido acaba de nombrar una ministra, Tracey Crouch, para luchar contra la soledad de los britƔnicos.
Suena casi poĆ©tico, eso de ser ‘ministro de soledades’, pero no puede ser mĆ”s patĆ©tico o doblemente sintomĆ”tico de nuestro tiempo: la creciente soledad de tantos y el absurdo convencimiento de que cualquier desgracia humana tiene una solución administrativa.
Desde luego, trabajo no le va a faltar a Crouch, si es que su labor no se limita, como suele ser el caso, a gastar presupuesto en medidas efectistas e ineficaces. Nueve millones de personas dicen sentirse solas siempre o a menudo, dice un informe citado por la primera ministra, Theresa May, y la soledad afectarĆaa una sĆ©ptima parte de la población de las islas. Casi la mitad -en torno a los dos millones- de las personas mayores de 75 aƱos viven solas.
Luego estĆ”n, cómo no, el efecto negativo de la soledad sobre la salud, ese tótem de la modernidad que tantos recortes a nuestra libertad justifica. Dicen los que saben de esto que la soledad perjudica a nuestro organismo tanto como fumar quince cigarros al dĆa.
El cargo anunciado por el 10 de Downing Street, que vendrĆ” con su presupuesto, personal, sinecuras habituales y toda la parafernalia burocrĆ”tica, es consecuencia de los resultados de un informe encargado por una comisión sobre esta ‘epidemia’ social instituida por Jo Cox, la diputada laborista asesinada por un fanĆ”tico ultraderechista durante la campaƱa del ‘Brexit’.
Lo paradójico de todo este asunto es que buena parte de los problemas contra los que supuestamente lucha nuestra clase polĆtica son consecuencia directa de las soluciones a otros problemas previos, en una sucesión que el poder no desea que acabe jamĆ”s, y este parece un caso evidente.
La ‘epidemia de soledad’ con que quiere acabar un gobierno omnĆmodo y endiosado es, al final, consecuencia de decisiones polĆticas que tomó ese gobierno omnĆmodo y endiosado -con otras caras y nombres, pero eso es irrelevante- para luchar contra otros males. Los gobiernos no son ajenos a la disolución de la familia y de otras estructuras sociales al margen de la polĆtica que los polĆticos han sido tan eficaces destruyendo.
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