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La última coronación tuvo lugar en 1953

La coronación de Carlos III: más de 2.000 invitados, clero femenino y símbolos reales

Europa Press

El larguísimo reinado de Isabel II ha ocasionado que en Reino Unido la última coronación tuviera lugar hace casi 70 años, en junio de 1953. Fue una coronación a caballo entre el pasado y los nuevos tiempos: aunque se siguió el ejemplo de las ocasiones anteriores, la celebración rompió con la tradición al ser televisada por primera vez en la historia —aunque con cierta distancia y sin mostrar algunos de los momentos más importantes, como la unción con los óleos sagrados—. En aquella ocasión, tan solo Isabel fue coronada: no lo fue su marido, Felipe de Grecia y Dinamarca, quien recibió el título de Príncipe del Reino Unido. Por el contrario, este sábado, Camila, segunda esposa de Carlos, será ungida y coronada en Westminster.

Carlos y Camila serán coronados monarcas del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de otros catorce reinos pertenecientes a la Commonwealth: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Bahamas, Antigua y Barbuda, Tuvalu, Papúa Nueva Guinea, Jamaica, Islas Salomón, Belice, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves, Granada y San Vicente y las Granadinas. 

Cuando la reina Isabel fue coronada, el Reino Unido era todavía cabeza de un gran imperio colonial y comercial, aunque en claro declive. Tras la ruptura de la Pax Britannica y las dos guerras mundiales, el Imperio británico estaba extenuado y su poder era menguante. El padre de Isabel, el rey Jorge VI, fue de hecho el último emperador de la India: tras acceder a su independencia, en 1950 la nueva nación se conformó como una república. A lo largo de los quince años del reinado de Jorge VI, la desintegración del imperio se aceleró, pero también se ahondó en la creación de un sistema ideado para mantener en la órbita británica a los territorios y colonias del imperio deseosos de mayor autodeterminación. 

El nacimiento de la Commonwealth

Tras la guerra de independencia de los Estados Unidos de América, las reivindicaciones de autogobierno de otras colonias, como las de Canadá, fueron tomadas desde Londres con otra perspectiva y se comenzaron a dar los primeros pasos en la senda que finalmente llevaría a la fundación de la Commonwealth. Así, las colonias canadienses fueron organizadas en 1867 como una confederación semindependiente bajo la corona británica en la forma de dominio. En 1901, las colonias australianas se mancomunaron dentro del Imperio como un dominio británico, en el que el monarca continuaba siendo la cabeza del Estado y retenía numerosos papeles constitucionales a través de la figura del gobernador general. En 1907, Nueva Zelanda y Terranova también se declararon dominios. Tres años más tarde, las antiguas colonias británicas del sur de África conformaron la Unión Sudafricana, parte del Imperio como dominio. Los ciudadanos de estos territorios eran libres de formar su propio gobierno, aunque seguían bajo la tutela del Parlamento británico, y el monarca se reservaba el derecho de veto.

Estos seis dominios fueron los llamados «dominios blancos»: colonias principalmente pobladas por población europea y ascendencia blanca, en las que la población nativa era escasa o había sido diezmada terriblemente —como en el caso de Canadá— a través de separaciones, reeducaciones y asimilaciones forzosas, propagación planeada de enfermedades, traslados de población o hambrunas provocadas.

En la práctica, esta solución pactada convenía tanto a las colonias, que buscaban mayor independencia, como a la metrópoli. Tras los cuatro años de conflicto de la Primera Guerra Mundial, en 1918 la situación económica y financiera del Imperio británico era desastrosa: Londres apenas disponía de fondos suficientes para pagar su propia deuda, por lo que el coste de la protección y defensa de sus dominios y colonias era inasumible. 

Sin embargo, no todas las independencias de los distintos territorios del Imperio fueron pactadas y pacíficas. En 1922, tras una guerra de algo más de dos años contra la dominación británica, la falta de acuerdos entre los irlandeses respecto del tratado de paz logrado —que dividía el norte del país— llevó a una guerra civil que se alargó otro año más y dejó a la isla profundamente dividida. Y aunque en un inicio la nueva Irlanda formó parte de la Commonwealth, nunca participó de forma activa: en 1937, tras la creación de la figura del presidente de Irlanda la abandonó finalmente.

En 1931, el Estatuto de Westminster había terminado con los últimos vínculos imperiales y de gobierno entre los dominios y la Corona y el Parlamento asegurando la igualdad entre todos los reinos y limitando la acción legislativa de las cámaras británicas a los casos en los que el propio dominio la solicitara. Las naciones, sin embargo, continuaban vinculadas, pues el monarca del Reino Unido también lo sería de cada una de ellas. La mayor parte de los «dominios blancos» se mantuvieron en la Commonwealth, salvo Irlanda (1937) y la Unión Sudafricana, que formaron las repúblicas de Irlanda (1949) y Sudáfrica (1961). 

La nueva Commonwealth

Junto a los dominios británicos, muchas antiguas colonias británicas se fueron uniendo a la nueva Commonwealth, con mayor ritmo según los procesos descolonizadores se aceleraban en todo el mundo: la India, Pakistán y Ceilán —actual Sri Lanka— (1947 y 1948), Ghana y Malasia (1957); veinte naciones en los años 60 —Chipre, Singapur, Jamaica, Kenia, Nigeria o Uganda) y otras veintiuna en las décadas de los 70 y 80 —Malta, Brunéi, Bangladés o Papúa Nueva Guinea—. En 1990 se incorporó Namibia, primera nación en formar parte sin haber tenido lazos coloniales con el Reino Unido. Togo y Gabón, también sin vínculos coloniales, fueron los últimos estados en entrar en ella en 2022. Estos países son, con frecuencia, conocidos como la «nueva Commonwealth» para distinguirlos de la primera organización, formada por los «dominios blancos». 

Sin embargo, la mayor parte de estos estados terminó conformándose como una república en un momento u otro y en la actualidad 34 de los 54 países son repúblicas. La figura del monarca, quien ocupa el cargo de jefe de la Commonwealth, es testimonial y no cuenta con ningún poder, sino que representa un «símbolo de la libre asociación de sus miembros». Zimbabue, Sudáfrica, Pakistán e Irlanda son los únicos estados que han dejado de formar parte de la Commonwealth.

En noviembre de 2021, tras la aprobación por las dos Cámaras del proyecto de ley para constituirse como república, Isabel II dejó de ser reconocida como monarca y Jefa de Estado de Barbados. En su lugar, la antigua gobernadora general y representante de la reina, Sandra Mason, fue elegida por el parlamento presidenta de la república más joven del mundo. Todo esto fue posible debido al enorme poder del Partido Laborista en las cámaras y a que la constitución nacional permite el cambio de la forma de gobierno sin necesidad de un referéndum, por lo que no debería provocar un efecto cascada en otros países de la Commonwealth.

A pesar del decisivo paso, el proceso quiso hacerse de la forma más amigable posible: Carlos, entonces aún príncipe de Gales, fue invitado de honor a la celebración en representación de la Corona. En su discurso, el hijo de la reina dijo «todas las cosas que no cambian, como los miles de conexiones entre las gentes de nuestros dos países». Sin embargo, en Barbados, cerca del 90% de la población es de ascendencia afrocaribeña, y la visita de Carlos fue vista por muchos como una ofensa debido al papel de la corona en el tráfico de esclavos en el pasado. Unos 600.000 esclavos africanos fueron llevados a la isla para trabajar en las plantaciones de tabaco y azúcar.

Hoy, líderes y organizaciones indígenas de hasta una docena de países pertenecientes a la Commonwealth reclaman que el nuevo monarca reconozca los excesos de la colonización de sus naciones durante su coronación. Aseguran que, durante siglos, la colonización británica produjo «saqueos», llevó la «esclavitud» a sus países y provocó un «genocidio». Piden que se reconozcan los errores del pasado y se devuelvan objetos sagrados y restos mortales, así como el inicio de un proceso de reparaciones. 

La ceremonia de la coronación

La ceremonia comenzará a las 10:20. Carlos III y su esposa Camilla procesionarán en carroza —la fabricada para el Jubileo de Diamante, 60 años de reinado de Isabel II, en 2012 y no la tradicional carroza dorada— desde su residencia oficial, el Palacio de Buckingham, hasta la abadía de Westminster, donde tendrá lugar la coronación en sí. Allí se ha celebrado más de una docena de coronaciones: la primera de ellas, en 1066, fue la de Guillermo el Conquistador, primer rey normando. El templo anglicano acogerá a los cerca de 2.000 invitados por parte de la familia real: dignatarios, líderes políticos, personalidades y miembros de otras Casas Reales. El primer ministro, Rishi Sunak, leerá durante los servicios y el príncipe Jorge, segundo en la línea de sucesión, formará parte de los pajes. Se ha anunciado que, durante la coronación, el papel del clero femenino será destacado, rompiendo con la tradición anterior, y que líderes religiosos de otras confesiones también tendrán mayor protagonismo.

La ceremonia será presidida por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y se desarrollará en varias fases. Tras los saludos y la introducción, tendrán lugar los juramentos. Después, Carlos se sentará en el trono de san Eduardo —del siglo XIV— y será ungido por el arzobispo con los óleos sagrados, producidos con aceitunas de olivos del Monte de los Olivos de Jerusalén y consagrado en la iglesia del Santo Sepulcro. Se trata de un momento especialmente íntimo y reservado, que no fue visible durante la retransmisión de la coronación de la reina Isabel II y tampoco lo será en esta ocasión.

Una vez ungido, Carlos será revestido con una túnica bordada y se le ceñirá la corona de san Eduardo, fabricada en 1661 para su antecesor, Carlos II, y que sólo han llevado seis reyes. Tras dos minutos de campanadas, trompetas y salvas en su honor, el recién coronado recibirá los juramentos de lealtad de su hijo y los asistentes. Por primera vez, el arzobispo invitará a los que sigan la ceremonia desde el exterior y en sus casas a que se unan en el juramento de lealtad. 

Durante la coronación se utilizarán varios objetos de las joyas de la Corona, ya retiradas de la exposición al público en la Torre de Londres: un orbe, varios cetros, anillos, etc. Reino Unido es el único país europeo que continúa utilizando este tipo de símbolos reales durante la ceremonia de coronación. La coronación de Camilla, que se celebrará de forma inmediatamente posterior, será más breve, aunque también será ungida. Se le ceñirá la corona de la reina María, de 1911.

Tras dos horas de ceremonia, sobre las 13:00 la comitiva pondrá rumbo de regreso hacia el Palacio de Buckingham a través del Mall. Durante este trayecto, que realizará en la carroza dorada de 1762 —empleada en todas las coronaciones desde 1831—, Carlos no llevará la corona de san Eduardo, sino la corona imperial, encargada en 1937. En contraste con la celebración de 1953, se ha anunciado que la comitiva será reducida, pues no habrá miembros de otras familias reales ni gobiernos extranjeros o de la Commonwealth. La comitiva de Isabel II, de hecho, era tan numerosa que tardó 45 minutos en pasar por cada punto. Una vez en palacio, sobre las 14:30, los monarcas saludarán a los congregados frente al edificio desde el gran balcón central, a la vez que tendrá lugar un desfile aéreo.

El futuro de la Monarquía

El largo reinado de Isabel II facilitó que el apoyo popular de los ciudadanos a la corona fluctuara enormemente con el tiempo y los repetidos escándalos familiares. Sin embargo, conforme la reina envejecía, las muestras públicas de descontento y republicanismo aminoraban —y no por un descenso en el sentimiento antimonárquico—.

En 2022, el 60% de los británicos se manifestaban a favor de conservar la monarquía, mientras que el 21% abogaba por que el Reino Unido se convirtiera en una república. La cifra de apoyos a la figura real es alta, pero muy inferior a la registrada hace tan sólo una década, cuando cuatro de cada cinco británicos defendían el papel de la monarca. Si bien es cierto, que la caída del 80% al 60% no se vio acompañada con el aumento del republicanismo, que desde que se tienen registros —1993— se mantiene casi inalterable en torno al 20%.

Tras la muerte de la reina y ante la perspectiva del nuevo reinado de Carlos III, sin embargo, las cifras se han movido y según un sondeo del 24 de abril, el 58% de los ciudadanos apoya la monarquía, mientras que el 26% prefiere una república. 

Al tener en cuenta la franja de edad de los ciudadanos, los datos muestran tendencias interesantes: mientras que entre los mayores de 65 años el 78% apoya la monarquía, tan sólo el 32% de quienes se encuentran en el tramo 18-24 años se declara a favor de ella. El 38% de este grupo demográfico preferiría una república, aunque otro 30% no se decanta por uno u otro sistema. De hecho, el 78% de los jóvenes afirma que no tienen «ningún interés» en la familia real. 

En cuanto al gasto que supone mantener la Familia Real —86,3 millones de libras esterlinas en 2021-2022— y el valor que produce, el 54% de los británicos creen que la relación entre gasto/beneficios es positiva, mientras que el 32% consideran lo contrario. De acuerdo con Forbes, la familia real cuenta con un patrimonio valorado en 27.750 millones de euros, aunque tiene en consideración activos que no pertenecen a la familia, sino a la institución de la Corona. La fortuna personal de Isabel II alcanzaba los 433 millones de euros, amasada durante sus largos años de reinado a través de la subvención soberana —el 25% de lo que generan las propiedades del patrimonio de la Corona, 361 millones de euros en el último ejercicio—, las rentas del ducado de Lancaster —21,6 millones de euros de beneficio neto en 202-2021— y sus bienes propios, como su cuadra de caballos de competición. De nuevo, la diferencia entre los diferentes grupos de población es significativa: entre los jóvenes, el 40% argumenta que la relación entre el gasto y el valor que aporta la Corona es negativa y que la Casa Real gasta más de lo que aporta. Su opinión puede ser un buen indicativo del futuro de la monarquía en el Reino Unido y de los retos a los que el nuevo monarca deberá hacer frente.

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