«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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al menos 80 personas han muertos y más de 500 siguen desaparecidas

La verdad sobre el naufragio del Adriana en Grecia

Europa Press

Un precario barco pesquero sobrecargado de inmigrantes yace en el fondo del mar. Puede que hubiese a bordo más de setecientos, apenas cien han salvado la vida. Los titulares de los grandes medios de comunicación hablan de «catástrofe», «accidente» o «tragedia», términos que han molestado a los auto-denominados «progresistas» y «defensores de los derechos humanos». Aquellas palabras estarían dando la impresión de que ha sido un hecho inevitable, sin culpables, como una fatalidad de la naturaleza, un drama ante el cual sólo cabe la tristeza momentánea y ninguna reflexión sistémica más profunda.

No les falta razón en que estos hechos tienen causantes tanto inmediatos como remotos, tienen cooperadores necesarios y colaboracionistas involuntarios, culpables particulares y estructurales. Pero seguramente no son los que ellos señalan. La narrativa «progre» es que los inmigrantes mueren en el Mediterráneo porque en Europa hay gobiernos de extrema derecha que quieren dejarlos morir. Incluso gobiernos de izquierda, como el de España, serían igualmente fascistas, en tanto tienen verjas y centros de internamiento. El mero concepto de que existan las fronteras es lo que estaría matando a los inmigrantes. El pueblo europeo en general, por el hecho de estar mínimamente preocupado por la seguridad y la delincuencia, es cómplice con la fosa submarina.

El responsable último del naufragio sería, en opinión de estos «progresistas» y «defensores de los derechos humanos»: el racismo xenófobo eurocéntrico supremacista blanco del Occidente colectivo. Todo eso. Un ente abstracto que le engloba a usted, a mí, al millonario y al que le lustra los zapatos. La típica figura retórica que blande esa izquierda que ha perdido toda capacidad de análisis materialista y geopolítico de la realidad. Ya se sabe, los habituales gigantes que son molinos: el Antropoceno especista, el hetero-patriarcado machista, etc.

Esta narrativa fantástica se encarna, en ocasiones, en la «malvada figura» de las patrulleras fronterizas, de los guardacostas, del salvamento marítimo y de las misiones de seguridad tanto de estados nacionales como de la Unión Europea. Estos cuerpos civiles, policiales o militares que (generalmente) hacen su trabajo en escrupuloso cumplimiento de sus órdenes, en servicio de sus ciudadanos y con voluntad de rescatar a todas aquellas personas que puedan (a veces a costa de su propia integridad), son imaginados por aquellos «progresistas» y «defensores de los derechos humanos» como monstruosos criminales con la única intención de privar a los inmigrantes de una vida digna en Europa, bloquearles el paso y quedarse de brazos cruzados viendo cómo languidecen en alta mar, deportarlos de la forma más violenta posible (y disfrutando de ello), o bien mandarlos directamente al fondo del océano.

Esta disociación con la realidad suele ser absoluta (salvando «manzanas podridas» y ocasiones puntuales de negligencia). En el caso que nos ocupa, el barco Adriana recibió al menos tres propuestas de asistencia, una de ellas por parte de los guardacostas griegos. Todas ellas fueron rechazadas. Los mensajes de los tripulantes eran «No help» (no ayudar) y «Go Italy» (ir a Italia). ¿El motivo? Las mafias que operaban la embarcación habían acordado traficar a los tripulantes hasta puerto italiano. Los migrantes hacen un pago más elevado por llegar a un país europeo más occidental que Grecia, desde donde tengan mayor cercanía a los apetecibles países de la Europa central y nórdica. Y, a menudo, los matones que les acompañan (intermediarios de poca monta) no cobran la totalidad de sus pagos si no llegan al destino acordado.

Los patrulleros griegos y europeos han sido cuestionados por no haber actuado antes o de forma más contundente a la hora de evacuar el Adriana. Los hechos todavía no están del todo esclarecidos y está por ver si hay algo de cierto en estas acusaciones. Pero, a priori, hay dos problemas en ese planteamiento. El primero es que los guardacostas no suelen estar autorizados para realizar una intervención en aguas internacionales en contra de la voluntad de una tripulación que no lo permita. El segundo problema es que, si se intentase cualquier maniobra de evacuación forzosa, o un remolque indeseado, etc, lo más probable es que se den situaciones de agitación y de movimiento brusco que causen el naufragio del barco. El tiempo dirá si algo así es precisamente lo que ha ocurrido.

En todo caso, en cuanto el Adriana volcó, los guardacostas y el Ejército griego iniciaron una rápida y masiva operación de búsqueda y salvamento. No fue suficiente para evitar la masacre. Los muertos son sobre todo de nacionalidad pakistaní, pues ocupaban las peores posiciones en el barco, mientras que otras nacionalidades de mayor poder adquisitivo (sirios, egipcios) recibieron de los mafiosos mejores puestos en la cubierta, facilitando su supervivencia. Mujeres y niños (quizás había a bordo un centenar de ellos) no han tenido ninguna posibilidad de salvarse, puesto que viajaban apartados del resto, por cuestiones culturales y sexuales, encerrados bajo llave en la bodega. [Una reflexión para otro momento: la llegada masiva de poblaciones que practican dichas segregaciones étnicas y sexuales, ¿no debería preocupar a una izquierda que se declara antirracista y feminista?]

Pero sin duda el factor más determinante en la mortalidad del Adriana (y del resto de barcos que han acabado bajo el lecho marino) son las condiciones cada vez más degradadas en que los traficantes de humanos realizan sus maniobras. En los últimos meses se ha multiplicado por seis el uso de grandes barcos pesqueros, donde se puede hacinar a más gente (resultando en situaciones más inestables), en sustitución de las lanchas y barcazas que hacían viajes más seguros y selectivos. El material que se solía distribuir a los inmigrantes ha ido desapareciendo, hasta el punto de que, en esta ocasión, ni siquiera estaban dotados del más básico salvavidas.

¿Por qué? La respuesta no gustará a los auto-denominados «progresistas» y «defensores de los derechos humanos». No es por culpa de Meloni ni de Trump. Todo tiene que ver con la proliferación en el Mediterráneo de las ONGs «humanitarias«, con barcos particulares que se dedican a repescar migrantes para ayudarles con su travesía hasta Europa. A veces los han recogido directamente en aguas nacionales norteafricanas. Sabiendo que el mar está lleno de «voluntarios» que se dedican a observar cada patera y a completar el viaje de sus tripulantes, las mafias han decidido recortar drásticamente la cantidad y la calidad del material con que equipan a sus «clientes». Ahora apenas les dan algún teléfono Thuraya con el número guardado de las ONGs más cercanas, para que ellas se encarguen de llevar su negocio a buen puerto (nunca mejor dicho).

Está ocurriendo también con frecuencia que el «capitán» de la embarcación abandona la nave intencionalmente a la deriva, para forzar alguna crisis e intervención «humanitaria» que les ahorre costes. Quizás lleguemos a saber si este ha sido el caso del Adriana, que al parecer pasó varias horas con el motor parado y sin rastro de ningún «capitán».

Nadie duda de que los «progresistas» y «defensores de los derechos humanos» que hacen voluntariado en Sea-Watch o Proactiva-OpenArms tienen la mejor de las intenciones. Seguramente no son íntimos amigos de los contrabandistas libios y no se llevan comisión alguna de las mafias. Simplemente vivimos en un mundo contra-intuitivo donde, a menudo, las acciones tienen consecuencias distintas a las esperadas. Dicho esto, lo pertinente sería que estos «progresistas» y «defensores de los derechos humanos» no dudasen tampoco de las buenas intenciones de esa mayoría democrática que rechaza la inmigración ilegal y la abolición de las fronteras. Y lo siguiente sería un debate sobre si se salvarán más vidas optando por la disuasión firme que por el buenista «efecto llamada«. La gravedad de la situación y el horror de la pérdida de vidas humanas merece un debate serio y libre de proclamas ideológicas simplonas.

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