El presidente francés tiene claro que la situación es «límite» y son necesarios cambios profundos para preservar la cohesión nacional.
A Emmanuel Macron hay que reconocerle el mérito de ser capaz de rectificar las ideas que vertebraban su programa electoral prácticamente sin pestañear. El presidente francés llegó al Elíseo tras vencer a Marine Le Pen en unos comicios donde contó con el apoyo del establishment, el socialismo y buena parte de la derecha. Muchos conservadores justificaron su apoyo al globalista en el peligro que significaba la llegada del Frente Nacional al poder.
Aunque el programa de Macron estaba basado en los principios que habían vertebrado el mandato de François Hollande, la realidad finalmente terminó imponiéndose. El presidente se encontró con un país en una situación bastante más complicada de lo que había previsto, tal y como había repetido hasta la extenuación Le Pen en campaña. Los problemas de seguridad era evidentes y los fondos no alcanzaban para paliar la situación, el islamismo radical había tomado zonas importantes de las principales ciudades y los campos de refugiados se habían convertido en espacios francos para la delincuencia y la trata de personas.
Macron decidió dar un golpe de efecto y reformó el sistema de seguridad. El Parlamento francés aprobó a comienzos de octubre la nueva ley que incorpora al derecho ordinario varias medidas excepcionales para el combate contra el terrorismo. Al igual que durante el estado de emergencia, el Gobierno puede limitar los movimientos de personas que se considere que tienen vínculos con organizaciones terroristas, una medida que afecta en la actualidad a 41 personas.
Esta misma semana, el ministro de Interior, Gérard Collomb, anunció la puesta en marcha de una iniciativa que va a reducir el periodo de tramitación de las demandas de asilo a un máximo de seis meses con el objetivo de proteger mejor a los refugiados pero también para agilizar las expulsiones de los inmigrantes económicos sin papeles y disminuir el número de ese tipo de solicitudes.
Un nuevo islam francés
Ahora, el objetivo de Macron es reformar el islam francés y librarlo de la influencia wahabita financiada con fondos procedentes de Arabia Saudí. El plan, similar a la Ley Islámica de Austria, busca integrar «mejor» el islam en Francia, pero también «garantizar la cohesión nacional» ante los evidentes problemas de convivencia.
El presidente ha establecido como prioridad reducir la interferencia externa restringiendo la financiación extranjera para mezquitas, imanes y organizaciones musulmanes. Macron ha admitido que actualmente en muchos lugares del país, la ley islámica está por encima de la ley francesa.
En una entrevista en el Journal Du Dimanche, Macron ha anunciado el comienzo de una ronda de consultas con expertos en la materia y líderes religiosos: “Veo a intelectuales y académicos, como Gilles Kepel, y representantes de todas las religiones, porque creo que necesitamos recurrir en gran medida a nuestra historia, la historia de católicos y protestantes“, ha explicado.
“Nunca le pediré a ningún ciudadano francés que sea moderado en su religión o que crea moderadamente en su Dios. Eso no tendría mucho sentido. Pero pediré a todos, constantemente, que respeten absolutamente todas las reglas de la República“, ha aseverado.
Uno de los aspectos clave del plan es la reforma del Consejo francés de la fe musulmana, un órgano que hace las veces de interlocutor entre los musulmanes y el Estado. La organización, que representa aproximadamente 2.500 mezquitas en Francia, fue establecida en 2003 por el entonces ministro del Interior, Nicolás Sarkozy.
Renovación de imanes
La mayor parte de los imanes que trabajan en francia son pagados por gobierno extranjeros, principalmente Arabia Saudí. En este sentido, Collomb ha mantenido que el gobierno francés estudia «formar imanes para que trabajen para la República francesa y no para naciones extranjeras».
“Podemos ver que hoy tenemos una serie de dificultades simplemente porque hoy en día todos pueden proclamarse a sí mismos imán“, ha señalado.
Ventajas fiscales
Gracias a la Ley de 1905, que prevé la prohibición de portar símbolos religiosos y promueve la laicidad, la comunidad musulmana goza de unas impresionantes ventajas fiscales y la capacidad de recibir donaciones con una reducción del impuesto equivalente al 66% de la cantidad en cuestión.
Es complicado controlar el flujo de dinero que reciben los centros, pues la mayor parte de las donaciones se hacen a mano. Por ejemplo, en Gennevilliers, la mezquita habría logrado recaudar más de un millón de euros únicamente durante el mes de Ramadán en 2017. Una cantidad que denota el poder económico de los mecenas de estas corrientes radicales del islam.
La injerencia saudí
En 2016, Pierre Conesa, ex alto funcionario de Defensa francés, desvelaba los 8.000 millones aportados por las autoridades saudíes para difundir la “palabra de Mahoma” por todo el mundo.
Y es que las injerencias saudíes en Francia son más que evidentes. Gran parte de la comunidad musulmana, especialmente en las ciudades más importantes, está influenciada por clérigos pagados por Arabia Saudí y las mezquitas de mayores dimensiones son financiadas con petrodólares. El objetivo no es otro que lograr una “representación real y fuerte” dentro del país.
Desde hace más de una década, Riad considera prioritario extender su red de mezquitas. En 2016, diferentes fundaciones relacionadas con Arabia Saudí participaron en la construcción de ocho mezquitas, a razón de entre 200.000 y 900.000 euros por proyecto. El wahabismo es la doctrina que se imparte en estos centros y, no hay que olvidar, que su concepción del mundo es idéntica a la del Estado Islámico.
Los investigadores aseguran que Arabia Saudí gastó 3.759.000 euros sólo en 2016 para llevar a cabo su proyecto. Catorce imanes a sueldo de Riad ejercen en las mezquitas más importantes de Francia y adoctrinan acerca de la yihad, el sometimiento de las mujeres, la necesidad de castigar a los homosexuales y la expansión del islamismo a nivel mundial.
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