«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Pou Pou y Bayrou

Los que ya hemos franqueado el umbral de la vejentud recordamos con nostalgia a aquellos míticos corredores ciclistas franceses de principios de los años 60.

Por un lado, estaba el exitoso Anquetil que lo ganaba todo y además era cachas, rubio fotogénico y bien parecido. Le llamaban l’Enfant Roi o Maître Jacques. Por otro estaba Poulidor, con su aspecto hosco, llamado cariñosamente “Pou Pou” o “el eterno segundón”, gran ciclista, “casi” tan bueno como Bahamontes en la montaña, “casi” tan rápido como Anquetil en la contrarreloj…Lo daba todo de forma temperamental y explosiva, pero nunca vistió en un Tour de amarillo pese a quedar tres veces segundo y cinco tercero. Me imagino a Pou Pou, nacido en una aldea de 300 habitantes, con su aspecto campagnard, sencillo, noblote, gentil, aunque quizás también algo rudo y solitario; puro corazón, sin tácticas ni gregarios.

Y a Anquetil como todo lo contrario, un altivo y brillante ciudadano, de rasgos más refinados (venia de una ciudad con hoy 20000 habitantes), frío y calculador, rodeado de gregarios y tratando a todo el mundo con cierto parisino desdén. Los franceses, que son un pueblo elegante y distinguido, pero también pasional, adoraban a su Pou Pou mucho más que al victorioso Anquetil, lo que hacía sufrir mucho a éste. Seguramente recordaban a su compatriota el Barón de Coubertin y aquella famosa máxima olímpica de que “lo importante es participar”. El duelo épico codo con codo entre ambos en el Puy de Dôme del año 1964 fue quizás uno de los mejores momentos de la ronda gala y dividió al país en dos partes.

De hecho, podríamos pensar que el “underdog”, el segundo que se ha esforzado al máximo contra un rival más fuerte pese a saber que no tenía nada que hacer, o el que ha sido derrotado por segundos después de haber ido por delante, tiene tanto o más mérito que el vencedor y, deportivamente, debería ser honrado casi igualmente, si no más. ¿Qué valen más, los 14 Grand Slam de Nadal o sus 8 finales épicamente perdidas, algunas de las cuales cuentan entre los mejores partidos de tenis de la Historia? Curiosamente, Poulidor, quien solo ganó una de las grandes vueltas (la de España) es ahora un celebre octogenario, caballero de la Legión de Honor mientras que Anquetil, fue mucho menos venerado pese a sus 8 grandes vueltas, incluidos 5 tours y aquella machada épica e irrepetible de ganar la Dauphine Liberé y al día siguiente los 557 km de la clásica Burdeos -Paris. En el fondo se cuidaba muy poco y murió extrañamente joven, en la cincuentena, como les ocurre a otras figuras fulgurantes del deporte. Poulidor llegó a decir con sorna al cumplir los 80 años que “con dos o tres tours ganados hoy nadie se acordaría de mi” Y seguro que tiene razón ya que ese termómetro que es la Wikipedia les dedica prácticamente las mismas líneas a los dos.

De igual manera, los franceses han sabido honrar en política al perdedor recalcitrante que al final a base de tesón y experiencia consigue arribar al poder. En política les fascina la frase “reculer pour mieux sauter” (retroceder para poder saltar mejor). Es más, a diferencia de los americanos que rechazan al “loser” y lo desechan a la primera de cambio, o los políticos españoles que adulan ciegamente al líder del Partido, aunque sea el menos valorado de los políticos y no supere el aprobado popular, los galos valoraban (no estoy tan seguro de que lo sigan haciendo) la experiencia y la sabiduría que solo pueden dar la derrota. Así Mitterrand perdió que yo recuerde al menos tres veces antes de llegar a la máxima magistratura y Chirac dos. Esto les dio una gran autoridad moral. La secuencia de políticos con “auctoritas” y muchos fracasos a sus espaldas se interrumpió con Sarkozy y ahora mucho más con el políticamente imberbe Macron.

Hace unos meses todos pudimos ver las imágenes sorprendentes de François Bayrou increpando muy enojado a Macron por no haber cumplido sus compromisos electorales. Bayrou se quejaba a voces de que, de los 428 candidatos ya designados (sobre 577) para sendas circunscripciones en los comicios legislativos del 11 y 18 de junio., sólo 38 parecían ser para el MoDem, una cifra inferior a la que él afirmaba haber pactado (se hablaba de unos 90) y que no reflejaría su aportación absolutamente indispensable al triunfo electoral de Macron. Muchos pensarían que había perdido los papeles y que estaba arruinando todas sus chances de ser Primer Ministro y, tal vez, incluso su futura carrera política. Se equivocaban, porque lo primero ya era un hecho y lo segundo también.

Reconozco que, con la edad, no solo perdemos la memoria, sino también la paciencia a la par que ganamos en genio e intolerancia. Pero no hay que conectar la reacción aparentemente desmesurada de Bayrou con sus 66 años, por otra parte, muy bien llevados, con la rudeza, sino con la falta clamorosa de Macron a sus compromisos. El nuevo presidente tiene hoy la sartén por el mango, la “potestas” total, pero debería andarse con cuidado. Faltar a la palabra, y más a la de todo un presidente, no está bien visto. Por eso, muy bien asesorado como siempre, corrigió rápida y tácticamente el tiro y aumentó la presencia del MoDem en las listas compartidas mostrando su magnanimidad napoleónica. Victoria pírrica, casi contraproducente para el otro

Bayrou es un político de raza, hasta anteayer extremadamente popular en el Hexágono. Ya hace 10 años un 65% de los galos querían que tuviese un rol mucho más importante y los sondeos mostraban que si pasaba a segunda ronda ganaría unas presidenciales. Estos porcentajes se mantuvieron durante esta década. Es, como Pou Pou, independiente, orgulloso y algo hosco como buen paysan bearnés. Ello le había llevado a no ser gregario de nadie y no diluir nunca su partido en otros más grandes. Así, pese a todos los pronósticos, había conseguido mantener su propio equipo, modesto pero autónomo. Conocido por todos, llegó a ser el representante máximo del centro político y de los ideales europeístas en Francia. Un defensor del modelo social europeo y del multilateralismo en las relaciones internacionales cuyo objetivo fundamental sería culminar el Tourmalet de una federación europea lograda bajo el control y con la participación democrática de los ciudadanos y no solo de los tecnócratas. Un Poulidor de largo aliento que “calendarizó” sus expectativas ya que afirmó esperar llegar a ser presidente en tres elecciones, empezando en 2002, e hizo una buena crono en 2007 cuando sacó algo más del 18%. Su esperanza era no tener que esperar como segundo o tercero a los 5 tours de Anquetil. Pero le rodeaban muchos “si”, similares a los “casi” de Poulidor. Si pasaba segunda ronda, ganaría frente a Sarkozy, pero no lo consiguió; si apoyaba a Segolène Royal en 2007, sería Primer Ministro, pero no lo hizo y aquella perdió frente a Sarko; si apoyaba a Hollande en 2012 éste no le obstaculizaría salir elegido diputado, pero lo hizo y ocurrió todo lo contrario: no solo no le recompensó sino que le hizo perder su escaño al oponerle un rival y, además el bearnés se enajenó, quizás para siempre, a la derecha; si en 2017 ganaba su buen amigo Juppé recuperaría un papel fundamental, pero éste perdió en las primarias de Les Républicains ante Fillon a quien el Alcalde de Pau juzgaba demasiado neoliberal; si hubiera previsto el «Penelopegate» (por el empleo ficticio de la mujer de Fillon), hubiera podido presentarse él mismo como candidato alternativo de centro y, en unas extrañas elecciones, en las que los grandes partidos tradicionales se eclipsaron dejando una oportunidad a los pequeños, hubiera podido ser una alternativa quizás más seria y menos traída por los pelos que la de Macron…pero no lo previó; si apoyaba decisivamente a Macron y a su movimiento En Marche creado un poco in extremis para frenar a una peligrosísima Le Pen, aquel le haría Primer Ministro (40% de posibilidades según decía la prensa) pero no lo hizo; si…. Muchos “si…, pero no”.

Al cabo, Bayrou aportó al neófito Macron una columna vertebral, una substancia ideológica fundamentada en tres ejes clave: su europeísmo que es el más diáfano y sincero de todos los políticos franceses, su centrismo, el más reconocido allende los Pirineos, y sus deseos de superar el duopolio existente y de cambiar unas estructuras de poder caducas y ajenas al control y a los intereses de los ciudadanos. Bayrou proponía una “Revolución cívica”, un gobierno de Unión nacional capaz de unir personalidades de derecha, de izquierda y de centro que tomaba como ejemplo a su admirado Enrique IV (que gobernó con católicos y protestantes después de las guerras de religión) y a Charles de Gaulle (que en 1945 gobernó con comunistas, socialistas, centristas y gaullistas) para superar las crisis y conflictos civiles de esta manera. Es indudable que, gracias a él, el evanescente y ambiguamente definido como “socioliberal” Macron aglutinó todas estas tendencias y pasó a la segunda vuelta en lugar de Fillon quien, si no hubiera sido por su escándalo curiosamente “destapado” a ultimísima hora, tenía muchas más chances lógicas de pasar en los Pirineos y ganar en los Alpes, dada la previsible “Unión republicana” de todo el pelotón contra Le Pen, que iba muy fuerte en cabeza y tenía podio seguro. Y Fillon hubiera pasado si Bayrou no apoya en la primera ronda a Macron y le suma seis puntos porcentuales. Éste llegó fresco, demostró que era un excelente contrarrelojista y se llevó la carrera de calle.

Cuando llegaron los problemas graves con las listas electorales algunos pensamos en el precedente de Pou Pou. Bayrou quedaría como eterno segundón, pero esto podría favorecerle en cercanía y popularidad con los franceses frente a un Macron-Anquetil que marchó a rueda de Bayrou, pero ahora abandonaba a su mejor compañero y artífice de escapada, Bayrou, en plena pájara. Paradójicamente, esta “traición” unida a su largo deambular político y a la educativa experiencia de sus fracasos podría relanzar a Bayrou en el “tour” de 2022, aunque no fuese ahora Primer Ministro, ni consiguiese un gran grupo parlamentario. Ello ocurriría en el supuesto de que Macron cayera envuelto en uno de los no tan infrecuentes escándalos políticos que hunden a los líderes en Francia et partout ailleurs. Su gesto de increpar a un ingrato Macron, medio saltándose una valla, podría haber pasado a la posteridad como el cabezazo de Zidane en la final del mundial. Por un sabio y elegante sentimiento de resarcimiento histórico con los injustamente tratados por los líderes o por el destino, los franceses sabrían apreciar su perseverancia, honestidad y coherencia y, tal vez, le auparan de eterno Poulidor a maillot amarillo.

Pero Macron no es Anquetil, es mucho más listo. Nombró a Bayrou Ministro de Justicia con el encargo de realizar la ley más importante del momento, la de regeneración de la vida pública. Es algo similar a que Anquetil hubiera dejado ganar una carrera importante a su rival o propiciar que vistiese el maillot verde y así Pou Pou perdiese un poco las simpatías del público hacia el perdedor y éste empezase a despertar expectativas reales y, por ende, exigencias de cumplir. No una gran vuelta, bastaba una clásica. Y entonces fue cuando sibilinamente ocurrió lo peor que imaginarse pueda: El responsable de moralizar la vida política dimite acusado de un escándalo de corrupción. Se trataba de un tema difuso y menor, la utilización de asistentes de parlamentarios para trabajos del partido. Probablemente saldrá absuelto. Pero el daño ya está hecho y la reputación de incólume honestidad, maltrecha. Era como si a Poulidor le hubiesen acusado de golpe de doparse. Todas las simpatías se hubiesen volatilizado y volcado con Gimondi o con otro aspirante segundón o tercerón. Ya circulan voces de que Bayrou-Poulidor deberá dejar la presidencia de su partido a “nuevas caras”. Como pírrica compensación, el nombramiento de su veterana co-equipier Desarnez como presidenta de la Comisión de Exteriores de la Asamblea Nacional y un grupo parlamentario de 40 diputados que puede ser fagocitado con unos pocos bocados, de necesitarlo Macron, como un pastel a la puerta de un colegio.

Lo único que parece puede salvar al bearnés tras este pinchazo es que el presidente y ex empleado en la Banca Rothschild, se dispare en el pie. Si no, Bayrou c’est fini. Podría ocurrir, por ejemplo, con un fuerte giro de los presidenciales a la derecha más liberal tras la elección como Primer Ministro de Édouard Philippe. O, mucho más aun, con un sonado fracaso de la insistencia macroniana en la apertura mundialista. El treintañero presidente podría estar virando a lo que sus críticos llaman ultratecnocracia elitista, llamada a someter a la sociedad a un modo de producción vaciado de humanismo e hinchado de codicia, sustentado por una máquina trituradora de lo que resta del Estado del bienestar y bajo la batuta del Sistema globalizador. La mesnada electoral del candidato Macron, fabricada por poderosos patrocinadores a su medida, incluso con sus iniciales, EM (En Marcha), está hipercentralizada, aunque el nombre del nuevo equipo, tras su victoria, se haya cambiado por el de La República en Marcha (LRM). Su aura de que va a lograr superar la decadencia de los partidos y opciones ideológicas existentes recuerda paradójica y peligrosamente a los experimentos de otros políticos “providenciales” del pasado que cayeron en la autocracia. Suponemos que no será el caso, pero, por si acaso, muchos trabajadores franceses empezaron muy pronto a organizar manifestaciones en la calle, sin esperar ningún periodo de gracia. Los franceses no son tan livianos como los españoles que siguen votando al dormido, carcomido y tambaleante Rajoy por unas migajas de crecimiento y, sobre todo, por miedo a las posibles alternativas podemitas. Allende los Pirineos solían organizar dos o tres revoluciones por siglo y hace mucho tiempo que se contienen.

El peligro para el Sistema es que Le Pen ya ha perdido dos veces y goza también del estatus más simpático del segundón del que puede desplazar definitivamente a Bayrou hasta ganar como lo hizo Zoetemelk quien fue nada menos que seis veces segundo, pero llegó a coronarse en París. Si Macron, arrastrando con él a todo su “entourage” centrista y europeísta, entierra definitivamente a Bayrou y la pifia seriamente en su quinquenio ya no quedarán apenas otras opciones. Y si lo que quiera que suceda al caduco equipo Front National logra dotarse de un sólido Eddy Merckx, de un candidato más dominador del pelotón y carismático y menos vocinglero y plagado de clichés que Marine o ésta cambia seriamente su entrenamiento y su talante, podría llegar la gran oportunidad de esa amalgama de “identitarios” populistas, nacionalistas, anti UE, alter y antimundialistas en el corazón de Europa.

Y eso sería otra carrera completamente distinta.

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