«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
cierra una etapa que no ha tenido parangón en la historia del país

El adiós a Alberto Fujimori, el expresidente que divide a los peruanos aun después de su muerte

Una mujer en el funeral del expresidente peruano Alberto Fujimori. Europa Press

Este sábado, luego de tres días de funeral oficial al que asistieron miles de simpatizantes, el presidente más odiado y venerado de la historia del cada vez más polarizado Perú, Alberto Fujimori, fue enterrado en un cementerio de la capital.

Si bien el Gobierno puso a disposición de la familia Fujimori espacios más ostentosos como la Catedral de Lima, todo bajo el estricto protocolo que demandan las exequias a un exjefe del Estado, esta prefirió un salón del Ministerio de Cultura para que el patriarca del fujimorismo recibiera los honores y, de paso, sus seguidores pudieran formar interminables colas para rendirle un homenaje al hombre que dirigió los destinos del país andino con puño de hierro entre 1990 y el 2000.

Fue una década bañada en sangre, al igual que la que le precedió, pintada de rojo por los atentados de los grupos terroristas comunistas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Y, por supuesto, por el accionar negligente de políticos, militares y policías que, al intentar combatir la subversión que oscurecía el país con apagones –tras reventar con explosivos las torres de alta tensión- y asesinaban a civiles y militares con impunidad, cometieron crímenes execrables como torturas y ejecuciones extrajudiciales.

Fujimori, condenado a prisión por corrupción y homicidio calificado, se convirtió a su caída en el monigote de la izquierda que no le perdonaba sus crímenes, como debería ser en cualquier Estado de derecho, pero sobre todo le despreciaba -y desprecia- por las reformas liberales que desinflaron el Estado y abrió el país a los mercados internacionales, resolviendo la hiperinflación (7650% en 1990, según el Banco Central) y la hiper recesión que ahogaba al Perú tras el fracaso del primer Gobierno del Partido Aprista y su líder, Alan García (1985-1990).

Empoderados con los gobiernos de Valentín Paniagua y Alejandro Toledo, la izquierda caniche, la izquierda caviar, como pícaramente le llaman en el Perú, se hizo con sectores claves como la educación y la cultura para despotricar contra Fujimori y su Gobierno, convirtiéndolo en un monstruo que, valga la verdad, nunca fue. Es fácil convertir en Hitler a tu oponente, por más falaz que tal afirmación sea.

Autoritario y pragmático, el ingeniero agrónomo Fujimori llegó a la presidencia del Perú con el apoyo de la izquierda y muy pronto giró a la derecha tomando el plan de gobierno de su contendor, Mario Vargas Llosa, quien fue demasiado sincero en su discurso y apostó por el shock económico para resolver la crisis, lo que terminó asustando a muchas personas. Fujimori se opuso al shock en campaña, pero lo implementó sin chistar una vez que se descartó el gradualismo como solución.

Su voluntad inquebrantable por acabar con el terrorismo comunista fue crucial para que los cuerpos de seguridad descabezaran a Sendero Luminoso y el MRTA. La captura de Abimael Guzmán en 1992, cabecilla de Sendero y uno de los asesinos más despreciables de la historia peruana, fue el primer hito. La operación de rescate ‘Chavín de Huántar’, ejecutada por comandos para liberar a los rehenes del MRTA, cautivos en la residencia del embajador japonés en 1997, lo elevó a los altares cívicos.

Nadie duda que su decisión de cerrar ilegalmente el parlamento el 5 de abril de 1992 significó el divorcio de Fujimori con la democracia, lo que le hizo ganarse el rótulo de dictador que hoy muchos le enrostran, y no están equivocados. Asfixiado por una partidocracia senil y una burocracia que gozaba de las perlas del estatismo mientras el país se moría de hambre o se moría por las bombas y machetes del terrorismo, Fujimori optó por los tanques antes que por el diálogo. Fue la hora de la espada.

Muerto Fujimori tras purgar 18 años de prisión y conseguir un indulto que le permitió partir de este mundo en su casa y rodeado de su familia, los que le son adictos claman por su inocencia a pesar de sus condenas, mientras que sus enemigos acérrimos demandan que todos los peruanos le odien, so pena de ser etiquetados como antidemócratas, imbéciles y demás adjetivos. Hubo incluso algunos que decidieron festejar su muerte, y hasta un periódico que no calificó a Fidel Castro de dictador cuando el diablo decidió abrirle la puerta, no dudó en rotular a Fujimori como dictador. Hay dictadores para el gusto de todos, seguramente.

No cabe duda que la izquierda peruana, antifujimorista a rabiar, ha visto en las multitudes, arreglos florales y homenajes de quienes incluso fueron adversarios políticos de Fujimori, una derrota simbólica a su largo e incansable trabajo de esparcir odios y prejuicios que, a la larga, resultaron insuficientes.

¿Por qué fracasó la izquierda en su misión de condenar a Fujimori a la damnatio memoriae? Quizá porque su promesa de renovación de la política peruana tras el fujimorato fracasó, con su adalid más destacado, Toledo, hoy encerrado en una celda mientras se le investiga por corrupción en el caso Odebrecht.

Quizá porque el fujimorismo sigue siendo una fuerza política formidable que, a pesar de las derrotas en los balotajes de 2011, 2016 y 2021, conservan su presencia en el Parlamento y su lideresa, Keiko, es percibida como la mujer más poderosa del Perú, compartiendo el mismo podio que la tristemente célebre presidenta Boluarte.

Quizá porque apelaron tanto al escarnio que la gente se terminó cansando de tanta monserga y moralina de quienes, en nombre de la democracia, la memoria y la dignidad, encumbraron a presidentes mediocres como Ollanta Humala (2011) y nefastos como el golpista Pedro Castillo (2021).

Con envidia manifiesta, la izquierda peruana ha visto perpleja como miles de personas se acercaron a su ataúd para despedirle. Puedo afirmar que, en su momento, no recibirán la misma atención ni cariño manifiesto los señores Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo, Francisco Sagasti, Pedro Castillo y Dina Boluarte.

Alberto Fujimori ha muerto y con él se cierra una etapa que no ha tenido parangón en la historia peruana reciente. Por más de treinta años se vertió miel y hiel para alabarle u odiarle, y al final, sus aduladores y enemigos compartieron el mismo destino: existir bajo su sombra.

Fondo newsletter