Incluso antes de llegar a la presidencia, Jair Bolsonaro había sido víctima de distintas agresiones desde los medios de izquierda que se ocupan de Iberoamérica. En principio, acusarlo de ultraderechista, fascista, extremista de derechas etc. Lo normal a ambas orillas del Atlántico, si comparamos y sopesamos el reciente caso de Giorgia Meloni en Italia, con quien todavía los medios izquierdistas no se ponen de acuerdo con el rótulo a ser enrostrado, pues donde antes se le decía fascista ahora se le dice postfascista. Donde antes se le llamaba ultraderechista, hoy se le llama radical de derechas o tradicionalista. Y así, poco a poco.
Pero a Bolsonaro lo que menos lo afectó fue ese ataque. Por el contrario, sin que se dieran cuenta, lo ayudaron a posicionarse en el espectro electoral, harto de la corrupción de la izquierda que llevaba dos décadas en el poder aplicando la receta del Foro de Sao Paulo y su herramienta corrupta y corruptora de Odebrecht, para comprar adhesiones dentro y fuera del Brasil. Así, al llamarlo extremista de derecha, lo ayudaron a posicionarse como todo lo contrario a esa izquierda que había caído en las preferencias.
Ante la imposibilidad de derrotarlo electoralmente o siquiera argumentalmente, el peor ataque sería físico. El nivel retórico de Bolsonaro frente a los desafueros de Lula y sus acólitos del «Partido de los Trabajadores» no era rebatible pues los hechos estaban a la vista, con dos presidentes procesados ante la justicia. Por eso, había que matarlo. Y casi lo logran.
Adélio Bispo de Oliveira, un militante de izquierdas, partidario de Lula y ferviente admirador de Maduro, Chávez y Fidel, pasó de las diatribas en redes sociales a la acción. Tomó un puñal y se acercó lo más que pudo a Bolsonaro en una concentración pública y lo apuñaló en el estómago. Sacó a Bolsonaro de circulación en la fase más dura de la campaña y puso en grave riesgo su vida.
Fue un magnicidio frustrado, sin duda. Bolsonaro estuvo durante dos años dependiendo de quirófanos y atenciones médicas, incluyendo una colostomía que le limitó incluso sus movimientos y actuaciones públicas. De eso nada se habla en esa prensa que le coloca como «promotor del odio», pero nunca como víctima del odio rojo.
Comparaciones necesarias
Si verificamos el despliegue y la atención que suscita aún, pasado un mes, el atentado supuesto a Cristina Kirchner, el cotejo resulta infame en su totalidad. En una concentración de acólitos frente a su casa, a la señora se le acercó un tipo que varias veces se había fotografiado con ella como su seguidor. Sacó una pistola y no disparó, por razones aún no aclaradas del todo. Sea porque su intención no fue en ningún momento asesinar o sea porque tuvo la intención pero no logró materializar el hecho, solo hay que ver las imágenes de ambos hechos.
El gesto de dolor de Bolsonaro cuando era apuñalado. El trabajo de su equipo de seguridad para sacarlo del lugar. La acción de sus seguidores cercando el sitio donde se detuvo al asesino frustrado, pidiendo aplicar justicia por propia mano. En cambio, doña Kirchner no fue sacada del lugar y continuó su periplo de abrazos y besos con seguidores asalariados en la asociación de gamberros La Cámpora, dirigida por su hijo Máximo y financiada con nóminas públicas.
¿Qué ha dicho la prensa de izquierdas? Pues solo ha faltado pedirle al Papa argentino que canonice en vida a la martirizada ciudadana, rea de delitos contra el erario argentino y enriquecida de forma súbita al paso de ella y su marido por la Casa Rosada. Se ha conminado al mundo a rechazar el horrible atentado, donde poco ha faltado para además equipararlo con el asesinato del Archiduque austrohúngaro por los huracanes de guerra civil que pudo haber desatado si se hubiese materializado el atentado.
Por supuesto, las líneas entre ambos hechos en Brasil y Argentina se cruzan en el momento en que arrancan, otra vez, las acusaciones contra Bolsonaro por no haber condenado el ataque contra Kirchner de forma oportuna. Otra vez, el hombre que ganó en buena lid unas elecciones democráticas, es acusado de «fascista» por no haberse pronunciado segundos después del hecho y pedir oraciones por la salud de Kirchner. Su respuesta, días después, da cuenta del talante que ha alcanzado el juicio público contra el brasileño: “La señora no me simpatiza, pero lamento lo que le ocurrió y lamento también que cuando se me intentó asesinar la izquierda no se solidarizara conmigo.”
Fue prudente Bolsonaro. Porque en realidad, lo que hizo la prensa de izquierdas, incluso en Argentina, fue acusar a Bolsonaro de un «fake», de un atentado de falsa bandera para agitar a la opinión pública y victimizarse en la recta final de la campaña. Ni una palabra sobre la filiación política del asesino frustrado. Ni una palabra sobre la gravedad indicada por el equipo médico. Ni una palabra sobre la templanza del presidente, que se mantuvo en su cargo a pesar de las consecuencias médicas y dolorosa recuperación que le correspondió vivir durante los primeros tres años de su gobierno.
¿Han acusado a Kirchner de la misma manera? No. De hecho, en el transcurso de las investigaciones sobre el caso Bolsonaro, se descartó la posibilidad de juzgar al atacante por ser supuestamente un disociado psiquiátrico, no imputable por su condición. Claro está, la disociación principal es ser socialista, que debería contar no solo como patología sino como antecedente penal, vistos los casos. Pero el tema es otro aquí. El tema es que la izquierda siempre justificará cualquier ataque, cualquier acción, cualquier acto violento contra aquellos que son considerados ultraderechistas, fascistas o cualquier adjetivo calificativo lanzado al voleo al que no comulga con las ideas socialistas.
Más de lo mismo. Es la tesis normal del socialismo que plantea a la violencia como partera de la historia. Así, cuando a Bolsonaro se le intenta asesinar, o fue un «fake», o no fue un delito. Cuando se intenta asesinar a Kirchner, es un acto de guerra que debe ser condenado universalmente y, como consecuencia, debe dejarse en paz a la procesada por corrupción y permitirle seguir medrando de los presupuestos nacionales en provecho personal y familiar.
Entendida esta asociación, queda por decir entonces que sea cual fuese el resultado electoral en Brasil, Bolsonaro habrá sobrevivido al ataque de la izquierda y la izquierda siempre denostará de cualquier resultado favorable al actual presidente. Si gana las elecciones, será condenado como fascista continuista. Si es derrotado, lo condenarán por fascista perdedor. Si continúa con vida, será condenado aún más, pues por fascista no merece ni la vida ni la conmiseración. Y sus asesinos frustrados, siempre merecerán el trato laxo de la justicia. Nada nuevo.