«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
25 de abril de 1974

La Revolución de los Claveles: 50 años de un hecho clave del siglo XX

La Revolución de los Claveles

Hoy se conmemora el quincuagésimo aniversario de un hecho decisivo en nuestra nación hermana y vecina: el golpe de Estado que, en Portugal, puso fin al régimen autoritario configurado por Salazar, y que se considera fecha fundacional de su actual sistema de democracia parlamentaria. Es valorada, por tanto, como un hito fundamental en la historia portuguesa. Sin embargo, la llamada Revolución de los Claveles no es simplemente un acontecimiento central en la historia reciente de Portugal, sino un suceso verdaderamente trascendental en la Historia contemporánea posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La Revolución de 1974 cambió la historia de Portugal, donde regía un sistema político muy peculiar, el llamado Estado Novo, cuyo artífice había sido el economista Antonio de Oliveira Salazar, jefe de Gobierno en el período 1932-1968. Se trataba de un régimen autoritario formalmente no confesional pero con una clara inspiración católica, y que se había dotado de estructuras corporativas plasmadas en la Constitución de 1933. Era un sistema paralelo en muchos aspectos al de Franco en España; con éste en general disfrutó de unas excelentes relaciones, ya que ambos eran resultado de la reacción europea anticomunista de Entreguerras, y tenían una base doctrinal parecida.

El Portugal de Salazar tenía en muchos aspectos una posición distinta de la España de Franco: debido a la tradicional alianza con Gran Bretaña, su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial había sido mucho más benévola con los aliados. Por ello, tras el fin de la guerra, Portugal no sufrió ningún aislamiento, y fue invitado a participar como miembro fundador de la OTAN pese a su condición autoritaria. Otra gran especialidad era la enorme extensión del imperio colonial portugués, muy superior en el siglo XX a la de las posesiones españolas. Los territorios de ultramar portugueses incluían, entre otros, en África a las actuales Angola, Mozambique y Guinea Bissau, o en Asia las ciudades de Goa en la India y Macao en China.

De la Segunda Guerra Mundial a la descolonización

El fenómeno histórico más importante a escala mundial después de 1945 fue, junto con la Guerra Fría, la descolonización. Los dos países europeos en los que la descolonización produjo mayores traumas fueron, de manera distinta, Francia y Portugal, ya que afectó decisivamente a sus propios sistemas políticos. En el caso de Portugal, bajo el régimen de Salazar fue el único país que se negó de plano a aceptar la descolonización. Por ello, en los años 1950 y 1960 rechazó conceder la independencia a ninguno de sus territorios, y proclamó en cambio su condición de provincias de ultramar. Sus habitantes tendrían en adelante la misma posición jurídica que los de la metrópoli: la lusa era una nación «multirracial y pluricontinental».

La férrea determinación de Portugal para preservar todos sus territorios de ultramar tuvo importantes consecuencias. Para empezar, a partir de 1961 se vio embarcado en costosas e interminables guerras contra movimientos guerrilleros «de liberación» en Angola, Mozambique y Guinea; esta última resultó ser especialmente complicada. Estos conflictos armados exigieron la total implicación de las fuerzas armadas y la detracción de una parte creciente del presupuesto nacional, lo cual afectó negativamente a la capacidad inversora del Estado en otras materias, y también a los niveles de vida. Asimismo, el empeño contrario a la descolonización alejó la política exterior portuguesa no solamente de Estados Unidos y de los países de Europa occidental, sino de la propia España de Franco, que buscaba el apoyo de las naciones del Tercer Mundo para sus propios objetivos internacionales (sobre todo recuperar Gibraltar).

La consecuencia fue que en los años 1960 Portugal estrechó sus lazos con los países que, en la propia África, podían apoyar su postura contraria a la descolonización: la Sudáfrica del Partido Nacional —impulsor de las políticas del apartheid— y la Rhodesia que se había independizado unilateralmente de Gran Bretaña para mantener el gobierno de la minoría blanca al mando de Ian Smith. Durante unos años, el sur de África estuvo controlado por esta alianza de poderes europeos que rechazaban la descolonización en el resto del continente: Portugal del que dependían Angola y Mozambique, Rhodesia y Sudáfrica. Se trataba de tres países que tenían sus propios puntos de vista sobre las relaciones entre los europeos y los africanos nativos, pero que compartían una firme postura anticomunista y la convicción de que, tal como se había llevado a cabo, la descolonización de África había sido una catástrofe que solamente había producido caos e inestabilidad.

De la descolonización a la revolución

La cuestión colonial está en el origen de la Revolución portuguesa de 1974. A pesar de que en general los portugueses se desempeñaron bien en la lucha contra los insurgentes de los territorios africanos, muchos oficiales y soldados se contagiaron de las ideas revolucionarias de las fuerzas contra las que combatían; o, por lo menos, se plantearon si valía la pena continuar una lucha a la que no veían esperanza de victoria. Aquí se puede apreciar otra diferencia entre los regímenes autoritarios de España y Portugal, la de sus fuerzas armadas respectivas. En España los ejércitos eran herederos directos de las fuerzas nacionales que unas décadas antes habían ganado la Guerra Civil: su lealtad al Régimen era absoluta. En Portugal las fuerzas armadas, y el propio sistema político, carecían de la fuerza proporcionada por una victoria total en una guerra civil; y, aún peor, sufrían un proceso por el cual una parte importante de la oficialidad se alejaba del régimen a causa del indicado desacuerdo en la cuestión colonial.

Así, el régimen salazarista se negaba a conceder la independencia a los territorios de ultramar y a poner fin a las guerras coloniales de ese modo. A la vez, una parte de las fuerzas armadas quería precisamente poner fin a las guerras coloniales dando la independencia a los insurgentes. Por ello, esos sectores militares decidieron acabar con el propio régimen autoritario al que servían. Y así lo hicieron, por medio de un golpe de Estado incruento propinado en Lisboa el 25 de abril de 1974, hoy hace cincuenta años. Manifestantes que apoyaron la rebelión y entregaron claveles a los soldados golpistas dieron al acontecimiento el nombre por el que es conocido.

Los derrocados sucesores de Salazar, el almirante Thomas (presidente de la República) y el profesor Caetano (jefe del Gobierno) fueron exiliados a Brasil. Se formó un gobierno con representantes de todos los partidos importantes, de izquierda, centro y derecha, y un general conservador pero crítico con la política colonial salazarista, Antonio de Spínola, asumió la presidencia provisional de la República. En esos primeros días de unidad tras el golpe pareció que pronto se establecería un sistema parlamentario de tipo occidental, pero pronto se vio que no sería así. La Revolución portuguesa empezó con el golpe militar de abril de 1974, pero desencadenó el llamado «proceso revolucionario en curso», que duraría cerca de dos años. En ese tiempo, los sectores más izquierdistas de las fuerzas armadas se hicieron con el poder y se aliaron con el Partido Comunista. Hubo expropiaciones de tierras y de fábricas, y un verdadero peligro de que se estableciera un régimen filocomunista encabezado por militares revolucionarios. En este período de agitación y radicalización, Spínola primero fue forzado a dimitir y, más tarde, en marzo de 1975, dio un golpe de Estado fracasado para tratar de reconducir la situación.

Noviembre de 1975

La Revolución portuguesa terminó siendo encauzada hacia un régimen parlamentario homologable con los europeos cuando fue debelada una intentona golpista de extrema izquierda en noviembre de 1975, pues ello permitió depurar a las fuerzas armadas de sus elementos más radicales. Y, sobre todo, lo permitió el hecho de que las elecciones a la asamblea constituyente las ganara un partido socialista que, bajo la dirección de Mario Soares, estaba decidido a mantener a Portugal dentro del bloque occidental. En 1976 se aprobó la actual Constitución portuguesa, que sin embargo incluyó algunos elementos radicales como consecuencia de la inercia revolucionaria de los años previos; tales ingredientes serían eliminados o matizados en posteriores reformas constitucionales.

Como se ha expuesto, la Revolución de los Claveles es el origen del actual régimen político de Portugal y el hecho más importante de su Historia reciente. Pero, como también se ha expresado al inicio, los acontecimientos de abril de 1974 tienen además, por derecho propio, un innegable protagonismo en la Historia mundial de las últimas décadas. Este protagonismo tiene lugar tanto en la historia de las formas de gobierno, como en la historia política universal, especialmente en el contexto de la Guerra Fría.

La influencia de la Revolución de los Claveles

En cuanto a las formas políticas, el politólogo Samuel P. Huntington situó a la Revolución de los Claveles como el punto de arranque de lo que llamó «la tercera ola» de democratizaciones. Esta ola continuaría en el mismo año 1974 con la caída del régimen de los coroneles en Grecia, y con la transición política de los años siguientes en España; seguiría con la desaparición de los regímenes militares en Iberoamérica, y culminaría a partir de 1989 con la desaparición del bloque soviético. De este modo, la Revolución portuguesa ha marcado el inicio de una tendencia que en las últimas décadas del siglo XX parecía imparable e irreversible: la configuración de los sistemas pluralistas de partidos como forma definitiva de gobierno.

De otra parte, más directa ha sido la influencia de la Revolución de los Claveles en la historia de África y en la Guerra Fría. Ya se ha descrito cómo la alianza entre Portugal, Sudáfrica y Rhodesia permitió que durante bastantes años se mantuvieran en África austral gobiernos «blancos» impermeables a la descolonización del resto del continente. En abril de 1974, el régimen rhodesiano de Ian Smith, aunque acosado, sobrevivía gracias a sus aguerridas fuerzas armadas, a la fuerza que le daba la adhesión al ideal occidental anticomunista, y sobre todo a las ayudas portuguesa y sudafricana. Por su parte, en Sudáfrica el gobierno del Partido Nacional, con B.J. Vorster al frente, vivía sus años dorados, tras haber aplastado en la década anterior el desafío armado del Congreso Nacional Africano, el Congreso Panafricanista y el Partido Comunista. La economía prosperaba, mientras que se empezaba a desarrollar el sistema de homelands basado en la separación racial entre los blancos y los distintos grupos bantúes.

El golpe de Lisboa cambió todo esto, y marcó el inicio de la cuenta atrás para los regímenes blancos de África del Sur. El derrocamiento del régimen salazarista privó a Rhodesia y Sudáfrica de un aliado imprescindible; pero en realidad la situación era aún peor para ellos. A lo largo de los años 1974 y 1975, en la fase radical del proceso revolucionario, las autoridades portuguesas concedieron la independencia a los territorios africanos; y entregaron en ellos el poder a los movimientos revolucionarios contra los que llevaban años combatiendo. Estos movimientos revolucionarios, en especial el MPLA en Angola y el FRELIMO en Mozambique, eran prosoviéticos y filocomunistas, y ahora controlaban países fronterizos con las propias Rhodesia y Sudáfrica.

La posición de Rhodesia se volvió insostenible y, presionada por la propia Sudáfrica, en 1979-1980 llevó a cabo una transición para entregar el poder a Robert Mugabe, líder de las fuerzas revolucionarias que pretendían representar a la mayoría negra. Por su parte, la posición interna del Partido Nacional en Sudáfrica, y el propio sistema de apartheid, se vieron enseguida drásticamente afectados. Alentadas por el ejemplo de los países fronterizos, las fuerzas revolucionarias de la mayoría negra cobraron nuevas fuerzas, primero con el movimiento Conciencia Negra (sucesos de Soweto en 1976) y pronto con un resurgido Congreso Nacional Africano. La Sudáfrica blanca inició un proceso irreversible de deterioro de su orden interno, imposible ya de ocultar en la década de 1980, y sus autoridades empezaron a preparar una transición que se llevaría a cabo en los años 1989-1994.

Todo esto tuvo un efecto a nivel global. En los años 1970 la Unión Soviética, aprovechando el fracaso estadounidense en Vietnam, conoció una gran expansión de su influencia en países del Tercer Mundo. Y sin duda una de las grandes manifestaciones de esta expansión fue el vacío de poder que la Revolución de los Claveles produjo en el África portuguesa: todos los antiguos territorios lusos en el continente, no solamente Angola y Mozambique, sino también Guinea, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe, pasaron a estar sujetos a regímenes revolucionarios alineados con el bloque comunista. Esto constituyó una de las mayores catástrofes sufridas por Occidente durante la Guerra Fría.

De hecho, la antigua África portuguesa fue uno de los escenarios más destacados de la fase final de la Guerra Fría. En la Angola gobernada por el MPLA, un movimiento guerrillero ya existente, UNITA, adoptó una posición anticomunista y comenzó una lucha contra el gobierno prosoviético. En esta guerra, Sudáfrica apoyó a UNITA, y la Cuba de Fidel Castro envió miles de hombres para combatir al lado del gobierno procomunista. Ya en los años 1980, la doctrina Reagan implicaba que los Estados Unidos apoyaría cualquier movimiento insurgente antocomunista que luchase contra gobiernos prosoviéticos. Quizá los casos más conocidos fueran el de los muyaidines en Afganistán, el de la Contra en Nicaragua, y el de UNITA en Angola. También en Mozambique surgió una guerrilla anticomunista respaldada por Sudáfrica, la RENAMO, contra el gobierno filocomunista del FRELIMO.

En definitiva, hoy se conmemora el aniversario de un hecho capital en la historia de la nación hermana y vecina, pero también un acontecimiento que ha tenido una importancia no suficientemente reconocida en la evolución política del mundo occidental, del continente africano y del equilibrio global entre bloques de poder.

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