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ANÁLISIS DE UN PARIPÉ

Petro, la espada de Bolívar y la intrascendencia

El presidente colombiano Gustavo Petro, junto a su mujer, Veronica Alcocer, caminan detrás de la espada de Simón Bolívar (Presidencia colombiana)

En un mundo irascible, el cambio de presidente de una república sudamericana tiene poca importancia. Israel, Taiwán, Ucrania, Kosovo, Rusia, Irán, China, EEUU, todo se agita en estas horas y francamente, si no se trata de un golpe de Estado muy sangriento o algún evento deportivo, poco importa ya lo que pase en la región. Incluso que asuma Petro como presidente de Colombia. 

La lista de asistentes lo dice todo, pocos mandatarios, de países sin relevancia internacional y presentes sólo de compromiso, no disimularon siquiera. Algunos representantes de décimo orden, un par de ex-presidentes locales, poco más. Muchos de los que fueron miraban relojes y teléfonos aburridos, o se dormían frente a todos en plena ceremonia. Relucía, eso sí, el colorinche que adorna regularmente el relato de los “pueblos originarios”. También estaba el Rey de España, con tantas ganas de estar en Bogotá como de agarrarse los dedos con una puerta. Pero para Petro no era un invitado más.

Luego del triunfo de Gustavo Petro, Colombia tiene ya poco que ofrecer al mundo, llega tarde al reparto de sorpresa e incomprensión. Chile se llevó casi toda indignación y el enigma. Tiempo antes, Bolivia, Perú, Venezuela, México, Argentina habían escandalizado hasta el hartazgo a quienes miraban el accionar de sus payasescos mandatarios y el suicidio de estas naciones. 

La irrelevancia de lo que acontece en la región, lo esperable de su decadencia y la poca fe en su recuperación es una tendencia que crece conforme crece también la influencia del Foro de Sao Paulo. Se trata casi de una condena a ser vampirizada, de la que ni los socialistas amoldados al siglo XXI ni sus oposiciones pueden escapar. Luego de tantos años de desesperanza, es lógico que Sudamérica se parezca cada vez más a su caricatura. Este pernicioso Foro viene actuando como una máquina del tiempo. Sus representantes entienden la economía con el mismo diagnóstico que tenía CEPAL a mediados del siglo pasado, y mantienen aún la visión de Fidel de la Guerra Fría. El discurso de Petro fue un revival de la Teoría de la Dependencia.

Colombia, que durante toda su historia no martirizó a sus urnas con el veneno socialista acaba de caer en redondo, con todo, para que no queden dudas. Colombia no eligió a un títere de corruptos, a un líder estudiantil incompetente, a un bruto, a un sindicalista pernicioso, a un maestro alelado. No. Colombia eligió a un terrorista, a un reivindicador de guerrillas, a un justificador de crímenes. Y sin embargo, al mundo no le interesó.

Colombia va a entrar de lleno al paraíso del resentimiento que viene gobernando el continente desde hace décadas. Colombia se llenará de enfrentamientos de todo tipo: de género, de etnia, de clase. Colombia va a agrandar los privilegios de la casta estatal, bajo la narrativa de un voluntarismo que promete todo. Porque Petro les prometió la paz definitiva, pero sumando más impunidad y prebendas para terroristas. Petro les prometió gobernar para las mujeres, pero dejando campar a sus anchas los perpetradores de secuestros y violaciones de mujeres de todas las edades. Petro les prometió menos burocracia pero agrandar el Estado. Petro les prometió desarrollo y a la vez luchar contra la producción de energía. Petro les prometió economía popular y narcoestado. Y al mundo no le interesó.

Gustavo Petro se ha convertido en un presidente guerrillero y ahí estaba el M-19 para enrostrarnos el triunfo, lo invistió la senadora María José Pizarro, hija del líder del M-19, Carlos Pizarro. Petro ofreció “beneficios jurídicos” la guerrilla: “Convocamos, también, a todos los armados a dejar las armas en las nebulosas del pasado. A aceptar beneficios jurídicos a cambio de la paz, a cambio de la no repetición definitiva de la violencia, a trabajar como dueños de una economía próspera pero legal que acabe con el atraso de las regiones”, ¿qué supondrá Petro que van a hacer los terroristas de ahora en más, plantar tomates?. Pero eso no tiene importancia, al mundo tampoco le llamó la atención. 

Lo único que convocó la atención del evento que convertía a un terrorista en presidente fue el paripé de la espada. Y es que, carente de todo símbolo legitimador, Petro buscó enlazar su imagen a la espada de Simón Bolívar, como un emblema que coronara la ceremonia. Como un caprichoso dijo: “Como presidente de Colombia solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar, una orden del mandato popular de este mandatario”. El gesto no era casual, la espada en cuestión es la misma que fuera robada por su organización guerrillera en 1974. Otro guiño revanchista, casi un manual de marca del Foro de San Paulo, que siempre busca escandalizar, crear momentos seminales, humillar y cancelar a los adversarios.

Los giros efectistas son la base del relato que sostiene a estos personajes. Entonces, la reliquia llevada con grotesca solemnidad en una urna de vidrio, custodiada por soldados vestidos de uniforme del Ejército Bolivariano, paseada como afrenta frente al Rey español, iba a ser una reivindicación de su retorcida forma de contar la historia, una vejación triunfalista. 

Pero el Rey permaneció impertérrito y con su accionar condenó también a la irrelevancia a la puesta en escena del desquite petrista. Petro, su fiesta de trasnochados y el previsible fracaso de su receta oxidada padecerán la intrascendencia que asola a una región hundida en el pasado. Y al mundo tampoco le va a importar.

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