Si las elecciones argentinas se analizaran de forma fría, el resultado de este domingo fue excelente. El peronismo obtuvo el 36% de los votos, literalmente el peor resultado conseguido por este partido en toda su historia, perdiendo más de diez puntos respecto de la elección anterior en la que Alberto Fernandez ganó en primera vuelta con el 48%. Enfrente, las propuestas opositoras que coinciden (a grandes rasgos) con lineamientos promercado y de mayor institucionalidad y respeto a la libertad obtienen en suma el 60% de los votos si a Milei y Bullrich sumamos a Schiaretti. El peronismo ha perdido fuerza en las dos cámaras del Congreso y el poder en el interior del país está más fragmentado. De cara al balotaje del 19 de noviembre el saldo parece positivo. Pero no tanto.
Las elecciones son un dudoso resultado por varios motivos. El primer motivo es el referido a la posibilidad, muy sólida, de que el kirchnerismo se quede en el poder con Sergio Massa a la cabeza y sin el lastre de Cristina Kirchner paradójicamente. Massa ha sido el ganador de la jornada, no sólo porque se alzó con la mayor cantidad de votos, sino porque lo hizo a pesar de estar haciendo un Gobierno nefasto en todos los sentidos posibles. Las razones del triunfo de Massa son sencillas y no, no es «el peronismo». Es el estatismo, es la dependencia socialista que cuando se enquista no se va. Es la inmensa mayoría de los que dependen de la teta estatal. Empleados públicos a nivel nacional, provincial, municipal, planes sociales, subsidiados identitarios de todo tipo de integrismos colectivos, empresas cuyo único cliente es el Estado, autónomos que le facturan al Estado, empresarios y banqueros protegidos por el Estado, artistas y periodistas sostenidos por el Estado. Hablamos de más de 20 millones de personas a las que Massa acertó en llenar de miedo y lo hizo con la soltura de un profesional de la psicopatía.
Pero para que políticos como Massa ganen es absolutamente necesario que enfrente haya políticos con mal diagnóstico, infantilizados, con mucha soberbia, con cobardía, con poco entendimiento de las reglas del juego y con desprecio por el camino largo que llevaba a Caperucita sana y salva a destino. Y esta es la clave del problema, los 36 puntos de Massa son poco si jugara contra contendientes a su altura, en cambio jugó con amateurs enceguecidos y cainitas que no entendieron a tiempo el rol y la esperanza que la sociedad argentina había puesto en sus manos. En estos días veremos muchas culpas echadas al votante, sin aceptar que se obligó al elector argentino a votar de nuevo con la nariz tapada, una apuesta arriesgada cuando se juega entre chacales.
Por ejemplo, ni Bullrich ni Milei criticaron ni se opusieron a las PASO. Las PASO son un instrumento de manipulación kirchnerista que se negaron a denunciar por ignorancia, conveniencia o impericia. Pues bien, de las PASO a las generales se sumaron millones de votos, casi concordantes con lo que sumó Massa de un turno al siguiente. Las PASO pusieron en alerta al aparato oficialista, que se despertó, generó narrativa y levantó la guardia. Schiaretti, Milei y Bregman se beneficiaron apenas con esos nuevos votantes, Bullrich directamente perdió votos. No hubo sorpresa respecto al balotaje, que finalmente es Milei-Massa, pero sí en el orden que llegaron ambos y quedó claro que diciendo cualquier cosa no se le puede ganar a un profesional del fango político, por desgastado que este esté.
El contundente fracaso protagonizado por Juntos x el Cambio no es culpa de Massa, ni de Milei, sino un alarde de autofagocitación, una implosión transmitida en vivo que hizo que la candidatura de Bullrich perdiera casi un millón y medio de votos, prácticamente lo mismo que sumó Massa, entre las PASO y la general. Pero lo más contundente es que el partido perdió casi cinco millones de votos desde la elección presidencial de 2019.
Juntos por el Cambio triunfó en su bastión, la Ciudad de Buenos Aires, pero por centésimas deberá ir al balotaje contra el candidato peronista que además sacó un porcentaje inaudito de votos, posiblemente de los más altos conseguidos por este partido en la ciudad más antiperonista de la Argentina. Un riesgo innecesario causado por un pésimo candidato y una pésima gestión de Larreta, que a esta altura cuesta mucho asegurar de qué lado del mostrador está. Las líneas internas tanto políticas como ideológicas dentro de la coalición macrista son demasiado grandes y la posibilidad de que permanezca unida es insignificante. Es cierto que obtuvieron éxitos en el control territorial del interior del país, con una decena de gobernaciones, pero el pragmatismo de los deudos de JxC no tardará en aflorar. La feroz interna cambiemita profundizó las diferencias, los rencores y las desconfianzas y la formación está acabada como la conocemos. Ojalá queden dirigentes con la astucia de armar algo novedoso, la pelota está en el aire.
Desde la formación libertaria, si bien es cierto que las expectativas eran otras, a Milei no se lo puede considerar un perdedor de la elección. Se trata de un político debutante que ha sostenido 30% del electorado en una estructura bipartidista amesetada y ha entrado al balotaje. Milei en dos años construyó una agenda nueva, cambió el eje del debate político y fue el absoluto protagonista de la conversación pública, aunque también se dedicó a construir su propio techo por atolondramiento, falta de profesionalismo y de estatura política (no de politiquería sino de política). Le jugó en contra una falta de estructura que suplió con emparches y tercerizaciones muy poco felices, casi inevitables dado su meteórico ascenso. El deep state argentino no tomó seriamente a Milei hasta las PASO, pero de ahí en más lo puso en la mira. Nadie logró en estos días dimensionar su frenazo, ni él, que desestimó hacerse cargo de la acumulación de «errores» que le obsequió su entorno más cercano. Se creyó invencible y descuidó el juego, pero es la única esperanza que sigue en carrera.
Por las características de la elección, los dos contendiente que llegaron al balotaje hicieron una elección espectacular. Massa consiguió una remontada épica logrando vender que no es el culpable del desastre argentino que él mismo está gobernando, y Milei sosteniendo su electorado contra todos y contra todo, incluso a pesar de sí mismo. Anoche el libertario buscó dejar la desgastante campaña atrás para posicionarse hacia noviembre y llamó a la reconciliación con Juntos x el Cambio diciendo: «La campaña hizo que muchos que lo que queremos un cambio nos viéramos enfrentados, por eso vengo a dar por terminado ese proceso de agresiones y ataques. Y estoy dispuesto a hacer tabula rasa, barajar y dar de nuevo, para terminar con el kirchnerismo«. Y agregó: «Más allá de nuestras diferencias tenemos enfrente a una organización criminal que no va a dejar barbaridad por cometer con tal de sostenerse. El kirchnerismo es lo peor», adelantando el eje discursivo de este tramo final cerró con «todos los que queremos un cambio tenemos que trabajar juntos».
Lo que queda es un balotaje entre Massa, un profesional de la polítiquería demagógica sin escrúpulos que se preparó toda su vida para este escenario. Un candidato tardígrado, ultrarresistente y amoldable, un bicho casi imbatible que además tiene la caja y la espalda del aparato estatal. Massa es el hombre con la ambición desmedida, el ejercicio inmoral del poder sin restricciones y la audacia sin pruritos que el corporativismo argentino necesita. El peronismo es un proyecto de poder parasitario, nada más que eso, y hoy Massa es el vehículo que le ofrece a los parásitos la posibilidad de seguir parasitando.
Del otro lado está Milei, alguien cuyos principios son los de la inmensa mayoría de los votantes (de nuevo: a grandes rasgos) pero que no ha mostrado experiencia ni pericia para este tipo de lides, un hombre que enamora pero que no dirige ni lidera. Sin embargo es el hombre que desde hoy deberá mostrar de qué está hecho, hacer un profundo diagnóstico de su corta vida política, sacarse de encima el lastre amiguista y fanático y entender de una vez por todas la enorme dimensión de la responsabilidad que le ha tocado en suerte. Si Milei logra conectar con ese 60% de la sociedad que no quiere más kirchnerismo ni sus segundas marcas, si logra levantar la vista más allá de los aplaudidores, si logra entender la bisagra en la que está parado, será presidente. Milei hizo magia en la transmisión de sus ideales de libertad, es el único político genuinamente popular de Argentina, es la esperanza del país que trabaja, es lo que queda en pie frente a los orcos. Ojalá logre, en estos escasos días, entender la batalla a la que fue llamado y se transforme, de una buena vez, en un auténtico líder político que pilotee las horas más oscuras.