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Pese a asentarse sobre una mitología anticolonial

Venezuela se reconoce como país heredero de la Hispanidad en el conflicto del Esequibo

Pintada en Venezuela a favor de la soberanía del Esequibo. Europa Press

Con el mundo en tensión por los conflictos en Ucrania, Gaza o Taiwán, entra en primera plana internacional otra disputa territorial que podría desembocar en una guerra. Se trata del territorio del Esequibo, que actualmente forma parte de la República Cooperativa de Guyana pero que es reclamado por la República Bolivariana de Venezuela. La cuestión está de actualidad con motivo del referéndum que Nicolás Maduro acaba de celebrar, con una participación baja pero con resultado aplastantemente favorable a conceder la ciudadanía venezolana a los habitantes del Esequibo. Sin embargo, el conflicto hunde sus raíces varios siglos atrás, concretamente en tiempos de lo que ahora llamamos Imperio Español y por entonces se conocía como Monarquía Hispánica.

En el siglo XVI los españoles «descubrieron», mapearon, conectaron y construyeron poblados en lo que sería la provincia española de Guayana. A partir de 1595 aparecieron en la zona los ingleses, a través de cuatro incursiones del pirata Walter Raleigh, nombrado corsario y caballero y pionero del Imperio Británico (que era poco más que una mafia con corona). En los escritos de Raleigh a partes iguales se sorprende de que los españoles no hayan rapiñado el territorio y se relame por las posibilidades que ello le ofrece: «Guayana es un territorio que nunca ha sido saqueado ni explotado, las tumbas no se han abierto para sacar el oro ni los templos se han saqueado». Cualquier puede entender a partir de estas diferencias la división que estableció el filósofo Gustavo Bueno entre «imperios generadores» e «imperios depredadores».

Pero los británicos no fueron los únicos depredadores que acecharon la Guayana. Allí estuvieron desde los suecos hasta los franceses. Y los holandeses, que intentaban establecer sus posiciones en las áreas que se encontraban entre los territorios reclamados por los españoles de un lado y los portugueses de otro, según el reparto dispuesto por el Tratado de Tordesillas. La arquitectura jurídica que España proyectaba sobre medio mundo fue cuestionada por los holandeses, que buscaron la independencia frente a España en el continente europeo e intentaron trasladar esta rebelión a las Américas. A la Guayana llegó la primera expedición holandesa en 1598, con el mismo espíritu que la piratería británica: una vocación puramente capitalista que no dejó más asentamientos civilizados que postas mercantes, ni más estructuras humanas que la compañía de las Indias Occidentales, ni más instituciones que los agentes de comercio. 

Como los bucaneros de la Pérfida Albión, los holandeses se dedicaron también al asalto y saqueo de los poblados levantados por España, como la capital regional en Santo Tomé. El final del conflicto fue desfavorable para España, pues tras la victoria de los Países Bajos en Europa, los españoles aceptaron reconocer las conquistas holandesas en la Guayana. Fue una de las derrotas que la Paz de Westfalia impuso a la Hispanidad y a la Cristiandad, junto con las concesiones a los cismáticos religiosos y a las ideas francesas (que ya estaban podridas en 1648, antes incluso de la Revolución de 1789). La «raison d’état» (razón de estado”) termina con la «universitas christiana» (universalidad cristiana): el Estado querrá ser la autoridad máxima (y después, única) en las relaciones internacionales, liberado de cualquier límite externo, fuese moral, imperial, religioso o civilizatorio.

Eso sí, la nueva línea divisoria entre territorio español y holandés no fue especificada en los tratados. Era cosa difícil, en la medida en que los holandeses (como buen «imperio depredador») apenas urbanizaban territorios ni se relacionaban con poblaciones, más allá de los puertos marítimos y fluviales que necesitaban controlar para el transporte de mercancías. Por lo general, las posesiones legítimas holandesas quedaban al otro lado del río Esequibo (cuyo nombre se derivó de Juan de Esquivel, lugarteniente del hijo de Cristóbal Colón), en torno al cual los holandeses desarrollaban sus actividades, sin mayor interés en atravesarlo o adentrarse más al interior. En el margen español de dicho río quedaba buena parte del territorio que ahora conocemos propiamente como el Esequibo, integrante de lo que era la Guayana Española. Pero cuando la zona holandesa fue comprada por los británicos en 1814, el imperio corsario logró llevarse en el paquete el Esequibo entero, que posteriormente quedó bajo posesión de la República Cooperativa de Guyana, tras su independencia de los británicos en 1966.

El naufragio de los viejos imperios siempre deja tras de sí tensiones territoriales y étnicas que el actual orden mundial de estados no suele saber gestionar de forma pacífica. Lo curioso del este conflicto es que Venezuela reclama el Esequibo como parte de su provincia de Guayana venezolana, en la medida en que tal provincia sería la sucesora de la antigua Guayana española. Es decir, la República Bolivariana de Venezuela, que se asienta sobre una mitología antiespañola, neoindigenista, anticolonial y de «leyenda negra» sólo puede reclamar la soberanía sobre el Esequibo otorgándole legitimidad a las antiguas administraciones del Imperio Español y reconociéndose como un país heredero de la Hispanidad.

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