«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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el día que cayó el Gobierno «popular» nadie salió a defenderlo

Volviendo a Allende: la izquierda sin proyecto

El presidente de la República de Chile, Gabriel Boric, interviene durante el acto ‘Chile: memoria y futuro a 50 años del golpe de Estado’, en Casa de América, en Madrid (España). Europa Press

Cincuenta años en el concierto del proceso de una nación son, en términos históricos, apenas un suspiro. Pero son una oportunidad invaluable para reflexionar sobre el pasado y el presente. Chile conmemora medio siglo desde el 11 de septiembre de 1973, un hito que marcó un punto de quiebre en su historia.

La política es un terreno donde las emociones a menudo desempeñan un papel destacado. Sin embargo, la emocionalidad excesiva puede llevar a la polarización y al descontrol en lugar de fomentar un debate informado y constructivo. El actual gobierno de Gabriel Boric ha utilizado la memoria como un arma política, intentando dejar un legado en virtud de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile. En esa lógica, ha pretendido someter a Chile a una catarsis colectiva, a una lluvia de emociones frente a los hechos de aquel 11 de septiembre , que, habiendo pasado tanta agua bajo el puente, plantea serias interrogantes sobre la posibilidad de un diálogo sereno de ciudadanos y, por otro lado, muchas preguntas sobre los acontecimientos que llevaron al desenlace de aquel día hace 50 años.

Ningún diálogo es posible sin conocer la verdad, o al menos hacer el intento de acercarse honestamente a ella. En ese sentido, es fundamental para quienes no vivimos los acontecimientos que terminaron en el 11 de septiembre de 1973 (el 70% de la población chilena actual) abordar la historia con un enfoque de aprendizaje y reflexión en lugar de buscar respuestas directas a los problemas actuales o dejarnos llevar por la descarga sentimental colectiva. La historia ofrece lecciones valiosas, pero solo si se analiza de manera rigurosa y desapasionada.

Es obvio que quién espera perfección de una persona está condenado a una decepción segura. Salvador Allende, era un demócrata táctico, por interés, un demócrata circunstancial: un revolucionario. Por eso no puede ser sino un lugar común señalar que Allende, como todos, tenía «luces y sombras»; pero no deja de ser llamativo que quienes han convertido a Allende en el paradigma de la justicia social y gran defensor de la democracia, olvidan que mantuvo relaciones ambivalentes con tiranos —no olvidar que Fidel Castro estuvo en Chile 30 días agasajado por el propio Allende— y torció la ley para lograr un Gobierno no democrático. Utilizó los llamados resquicios legales para expropiar campos e industrias. Para ello se valió de normas legales que seguían vigentes pero olvidadas y distorsionó y forzó su interpretación para sus propios objetivos. A través de la fijación de precios controló la economía: si alguna empresa se negaba a ser vendida al Estado, se le asfixiaba negándose el reajuste de sus precios. Estableció mecanismos para racionar alimentos, lo que generó que los sectores más desposeídos de la sociedad, debían hacer grandes filas para comprar un pan o medio litro de aceite; mientras el propio Allende y la oligarquía marxista que gobernaba con él acaparaban alimentos sin escrúpulos.

Lo cierto es que, a pesar de la leyenda del socialista demócrata, el día en que cayó el Gobierno «popular», nadie salió a defenderlo a las calles. Difícil que el pueblo —que padecía el hostigamiento y el hambre— lo hubiese hecho. Fue la bandera chilena la que sí salió aquel día y se levanto en los techos de las casas de las sectores populares.

El Gobierno de Gabriel Boric ha intentado empaparse de la épica del allendismo y el propio Boric ha utilizado a Allende como fuente de inspiración. Se han ensayado performances comunicacionales y propuestas legislativas para dotar de solemnidad, pero ¿qué sentido tiene esto en el contexto político actual cuándo al 57% de los chilenos no le interesa la fecha y el 70% sostiene que es una fecha que divide? Es, simplemente, una excusa. Cuando un gobierno no tiene proyecto político que haga sentido a la ciudadanía, sólo puede apelar al pasado, y tanto más útil si en lugar de reflexión histórica sobre nuestro pasado reciente, se propone una mitología que ayude a parir una narrativa de superioridad moral para el presente que le dé sentido a una causa que parece haber tocado el fracaso como el traumático episodio vivido por la izquierda el 4 de septiembre de 2022, en el que el 62% de los chilenos rechazó su proyecto político constitucional, el borrador de Constitución de la Convención Constitucional, que ha sido una derrota que probablemente resonará en la memoria política del país por largos años, y un contundente rechazo a las ideas de izquierda. Probablemente sea la derrota más importante de la izquierda en Chile.

La política de manipulación de emociones y agudización de la polarización no contribuyen a una genuina reconciliación. La revisión del pasado con las categorías de la política izquierdista, el ensalzamiento y canonización de Allende y la impostación allendista de Boric no son más que artimañas simplonas que pretenden azuzar las diferencias y generar grietas donde los chilenos han intentado construir pisos mínimos. Y, sobre todo, son recursos que demuestran que la izquierda, en Chile y el mundo, no tiene nada que ofrecer a los pueblos.

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