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Nuevo y desmesurado artículo del cardenal sobre el Rey que se va, sin que todavía conozcamos los motivos, el que viene y la Monarquía. Los buenos deseos del cardenal están muy bien. No se los reprocho. Pero la desmesura en el elogio hace a éste contraproducente. Y verdaderamente el cardenal exagera.
«Hemos podido comprobar sus sentimientos católicos». Las comprobaciones personales no tienen el menor valor si no pasan de eso. Para que valgan algo requieren más comprobadores. Goebbels pudo escribir: Hemos comprobado la bondad y el gran corazón del Führer. Pues lo habrá comprobado él. Otros muchísimos comprobaron todo lo contrario. No se me entienda la menor comparación entre Hitler y el hasta mañana Rey de España. Gracias a Dios por él y por España. Sólo quiero decir que no todos comprobamos lo mismo.
«Don Felipe será como su regio padre». Pues vaya preocupación habrá embargado a Doña Leticia.
«En él (Don Juan Carlos) pervive la herencia del título de «Rey Católico»». Pues como para recomendarle al cardenal un oculista.
En lo meramente personal ya no entro: «El Rey Juan Carlos y la Reina Sofía (y no me duelen prendas al reconocer el señorío y la dignidad de la Reina que ha desempeñado cum laude su dificilísimo papel, aunque no fueran los españoles quienes pusieran las dificultades) saben que cuentan con mi lealtad, mi cercanía y mi afecto personal, así como con mi agradecimiento y oración». Eso es cosa del cardenal y esos sentimientos le honran. Aunque, en mi opinión, son lo único aceptable de tan pelotillero artículo. Y artículo bis.
También le alabo el llamar a la que va a ser mañana la Reina de España, Leticia. Lo de Letizia siempre me pareció una cursilada. Tal vez no se pudiera pedir más al señor Ortiz y a la señora Rocasolano.
No entiendo en el cardenal tan desaforada y repetida expansión. Vale que como español que es, aunque sin jurisdicción eclesiástica en nuestra patria, al menos de momento, quisiera despedir al Rey que se va y recibir al que llega con palabras amables. Pero si se exageran tanto se produce el efecto contrario al pretendido. Y quedan mal el superelogiado y el elogiador.
Y ahora un análisis psicológico de Su Eminencia. A vuelatecla y sin estudios sobre la materia. Lo que me viene a la mente ante tanto ditirambo. El hoy cardenal y prefecto de la Congregación romana para el Culto Divino debió venir al mundo en una humilde familia de la Valencia interior, más conquense que levantina. Digo esto porque en la guía eclesial que manejo, del año 2002, hay un apartado en todas las biografías referido a los Padres del biografiado. En Cañizares no existe. Y los datos los suministran los «retratados». Abriendo el libro por las páginas, dos, en la que aparece el cardenal, los de uno son Metereólogo y sus labores, los de otro, jornalero agrícola y sus labores y los de la tercera, médico cirujano y profesora de instituto. Cañizares no tiene padres.
Niño de muy escasa talla física, seguro que eso deja alguna impronta, se ordenó sacerdote y se dedicó, sobre todo. al estudio. Pero de lo facilito. Su doctorado salmantino fue en Catequesis. Y de eso sería luego profesor. No despecio esos estudios pero no es lo mismo ser neurocirujano que pediatra en un ambulatorio. A los 47 años le hacen obispo de Ávila, comienzo de una destacada «carrera» eclesial. Pronto será arzobispo de Granada, después de Toledo y por último prefecto de Culto Divino. Y en todos los sitios discretito tirando a menos. Puedo entender que el todavía actual Rey, de talla física gigantesca a su lado, con una simpatía en el trato que todos le reconocen, haya obnubilado al patancito utielano. Que, además, se pierde ante los amigos. O ante los que entiende amigos. Seguramente eso explica el éxtasis juancarlista de nuestro personaje. Y tal vez sus estudios, aunque haya sido obispo de la Ávila de Santa Teresa, no le permitan distinguir entre el éxtasis ante Cristo del que se pueda producir ante un humano, por alta que sea su representación. Porque Cañizares ante Don Juan Carlos ha entrado en éxtasis.
Los que no hemos experimentado ese fenómeno, místico en la Santa, absurdo ante el que todavía es el Rey de España, hasta mañana, no podemos comprender los deliquios cañiceriles. Con los que no deja bien a la Iglesia. Seguramente porque no se pueda esperar más de él.
Tras todo ello se comprenderá mejor mi preocupación por si el extasiado llegara ser mi próximo arzobispo. Por supuesto que lo aceptaría como tal. Y rezaría por mi obispo Antonio. Pero también diría aquello de Qué error, qué inmenso error.
Y no interpretéis que voy a por Cañizares a quien he jurado odio eterno. En absoluto. Me encantaría no tener que hablar del cardenal. Incluso tener que hablar bien. Pero para ello tendría que darme algún motivo. No unos artículos cortesanos y además infumables. Y os lo dice un fumador de casi cualquier cosa.
Rece Vuestra Eminencia muchísimo por el hasta mañana Rey de España. No le vendrá nada mal. Y hasta soy capaz de asociarme a sus oraciones. Pero sus dos artículos dedicados a Su Majestad Católica, ni hacen Católica a Su Majestad ni a Su Eminencia le favorecen. Porque con ellos ha sido Su Menudencia. Y no vuelva a ponérmelas como dicen que se las ponían a Fernando VII. Porque así la carambola está chupada.