La indignación causa excesos. Lamentables ciertamente. Todos deberĆamos ser amables, comprensivos, moderados en el lenguaje, ajenos a la ira, educados, pacĆficos… Todo eso estĆ” muy bien pero… Los hombres y las mujeres no respondemos a prototipos ideales sino que somos como somos. O como Ā«semosĀ». Hasta lo reconocen los Códigos penales como atenuantes e incluso como eximentes.
En circunstancias normales es reprobable la exaltación. Nadie justificarĆa que en una reunión de amigos si uno dijera que sus simpatĆas futbolĆsticas estaban con el BarƧa se levantara otro y le diera una bofetada porque su equipo fuera el Real Madrid. Ya otra cosa serĆa el que un kurdo, a quien los yihadistas hubieran asesinado a toda su familia, despuĆ©s de haber violado a su mujerĀ y a sus hijas, se encontrara con alguien que presumiera de haber sido uno de los asesinos y los violadores y le acuchillara. Ya nos conocemos la teorĆa: nadie debe tomarse la justicia por su mano, hay que denunciarlo a la autoridad para que ella proceda de acuerdo a la ley… YĀ tal vez esa ley ponga en la calle al asesino por mala instrucción del caso.
Los Ć”nimos en la Iglesia estĆ”n encendidos. Y tambiĆ©n en el Blog. Se comprueba todos los dĆas. Ello da lugar a excesos de lenguaje, producto de la indignación de no pocos. Muchos de ellos personas normalĆsimas en su vida, donde todos les tienen por modelos de ciudadanĆa. Incluso religiosa. MĆ”s algĆŗn paranoico que siempre se cuela en todos los sitios. AquĆ tambiĆ©n. Y ademĆ”s los trolls que evidentemente existen. Aunque procure borrarlos.
El sentimiento religioso es importante en la vida de muchos. Tan importante que hay quien incluso da la vidaĀ por Ć©l. Cruenta o incruentamente. MĆ”rtires unos, entregados otros a Dios y a los hermanos, con la vida misma arriesgada en ocasiones. Por ejemploĀ con el Ć©vola. Curas monjas yĀ laicos. Otros muchos en la fidelidad a sus creencias sin particulares heroĆsmos. Aunque alguno haya, sin ser de laureada, en esa fidelidad.
Agresiones a esa conciencia, vengan de donde vengan, irritan. Y la irritación produce a veces reacciones exageradas en los tĆ©rminos. Cierto que deberĆan controlarse en la expresión en no pocas ocasiones pero, ya lo he dicho, somos como somos. A mĆ me cuesta el control. Aunque procuro tenerlo. Sin duda no siempre. Hay quien nos exhorta a ello desde la bondad de su corazón y tambiĆ©n desde la comprensión de los excesos. Pade Bernardo, mi admiración y mi agradecimiento. Otros no pasan de ser unos tocapelotas. Ya sĆ© que soy soez. Pero, como las lentejas. A quien no le guste lo tiene muy fĆ”cil. Con la mĆŗsica a otra parte.
Seguro que hay quien en la indignación se pasa muchos pueblos. Y en ocasiones desde presupuestos paranoicos. Lamentables ciertamente pues toda enfermedad mental es digna de conmiseración. Pero existe una injusticiaĀ a mi entender clamorosa que es tronar contra el indignado olvidando a quien causa la indignación. Y no pocas veces contra la verdad, incluso revelada, contra la Iglesia, de la que falsamente se revisten,Ā y tambiĆ©nĀ con modos torticeros. Es ya unĀ clĆ”sico lo de matar al mensajero. Hoy se quiere tambiĆ©n matar al indignado. Sin entrar para nada en si esa indignación es justa o no. Y no pocas veces es justĆsima.
Pues, los indignados que no pocos quieren matar, gozan de buena salud. Y no van a dejarse acuchillar como los Santos Inocentes por los sicarios de Herodes. Que ademĆ”s son una cohorte de ancianos que no aguantan ni medio sopapo. FĆsico o intelectual. El problema no estĆ” en los indignados sino en quienes causan la indignación. Aunque, tampoco me duelen prendas reconocerlo, algunos de los indignados estĆ”n para que los encierren. A esos les indignarĆa el mismo Cristo si volviera a este mundo.Ā Ā Ā Ā Ā Ā