«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Efectos de la indignación. Yo también estoy indignado

La indignación causa excesos. Lamentables ciertamente. Todos deberíamos ser amables, comprensivos, moderados en el lenguaje, ajenos a la ira, educados, pacíficos… Todo eso está muy bien pero… Los hombres y las mujeres no respondemos a prototipos ideales sino que somos como somos. O como «semos». Hasta lo reconocen los Códigos penales como atenuantes e incluso como eximentes.

En circunstancias normales es reprobable la exaltación. Nadie justificaría que en una reunión de amigos si uno dijera que sus simpatías futbolísticas estaban con el Barça se levantara otro y le diera una bofetada porque su equipo fuera el Real Madrid. Ya otra cosa sería el que un kurdo, a quien los yihadistas hubieran asesinado a toda su familia, después de haber violado a su mujer y a sus hijas, se encontrara con alguien que presumiera de haber sido uno de los asesinos y los violadores y le acuchillara. Ya nos conocemos la teoría: nadie debe tomarse la justicia por su mano, hay que denunciarlo a la autoridad para que ella proceda de acuerdo a la ley… Y tal vez esa ley ponga en la calle al asesino por mala instrucción del caso.

Los ánimos en la Iglesia están encendidos. Y también en el Blog. Se comprueba todos los días. Ello da lugar a excesos de lenguaje, producto de la indignación de no pocos. Muchos de ellos personas normalísimas en su vida, donde todos les tienen por modelos de ciudadanía. Incluso religiosa. Más algún paranoico que siempre se cuela en todos los sitios. Aquí también. Y además los trolls que evidentemente existen. Aunque procure borrarlos.

El sentimiento religioso es importante en la vida de muchos. Tan importante que hay quien incluso da la vida por él. Cruenta o incruentamente. Mártires unos, entregados otros a Dios y a los hermanos, con la vida misma arriesgada en ocasiones. Por ejemplo con el évola. Curas monjas y laicos. Otros muchos en la fidelidad a sus creencias sin particulares heroísmos. Aunque alguno haya, sin ser de laureada, en esa fidelidad.

Agresiones a esa conciencia, vengan de donde vengan, irritan. Y la irritación produce a veces reacciones exageradas en los términos. Cierto que deberían controlarse en la expresión en no pocas ocasiones pero, ya lo he dicho, somos como somos. A mí me cuesta el control. Aunque procuro tenerlo. Sin duda no siempre. Hay quien nos exhorta a ello desde la bondad de su corazón y también desde la comprensión de los excesos. Pade Bernardo, mi admiración y mi agradecimiento. Otros no pasan de ser unos tocapelotas. Ya sé que soy soez. Pero, como las lentejas. A quien no le guste lo tiene muy fácil. Con la música a otra parte.

Seguro que hay quien en la indignación se pasa muchos pueblos. Y en ocasiones desde presupuestos paranoicos. Lamentables ciertamente pues toda enfermedad mental es digna de conmiseración. Pero existe una injusticia a mi entender clamorosa que es tronar contra el indignado olvidando a quien causa la indignación. Y no pocas veces contra la verdad, incluso revelada, contra la Iglesia, de la que falsamente se revisten, y también con modos torticeros. Es ya un clásico lo de matar al mensajero. Hoy se quiere también matar al indignado. Sin entrar para nada en si esa indignación es justa o no. Y no pocas veces es justísima.

Pues, los indignados que no pocos quieren matar, gozan de buena salud. Y no van a dejarse acuchillar como los Santos Inocentes por los sicarios de Herodes. Que además son una cohorte de ancianos que no aguantan ni medio sopapo. Físico o intelectual. El problema no está en los indignados sino en quienes causan la indignación. Aunque, tampoco me duelen prendas reconocerlo, algunos de los indignados están para que los encierren. A esos les indignaría el mismo Cristo si volviera a este mundo.      

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