Hoy el Papa ha aceptado la renuncia del obispo de Chiclayo (Perú), el aragonés (Puebla de Alfindén, 29.1.1939), Jesús Moliné Labarta. Nada extraño pues ya que el renunciante estaba próximo a cumplir 76 años. Lo raro es la la solución que se ha buscado. No han nombrado un obispo sucesor sino un Administrador Apostólico. Primer aspecto chocante en una diócesis de importancia que tiene 15.649 km2 y una población de 1.275.000 habitantes. Con 91 sacerdotes diocesanos, 22 sacerdotes del clero regular y 138 religiosas. Y no es que fuera una aceptación de renuncia precipitada pues habían transcurrida ya nueve meses desde que el aragonés la presentó. Pero hay más cosas que llaman la atención. El Administrador Apostólico no es un obispo colindante, ni un sacerdote peruano sino un religioso norteamericano que en la actualidad estaba en Estados Unidos. Aunque había tenido una experiencia peruana de una docena de años, en dos etapas.
Y el agustino en cuestión, Robert Francis Prevost, de 59 años, no es un religioso más o menos desconocido sino que fue Prior general de la Orden de 2001 a 2013. Y además se le nombra, para el encargo, obispo titular de Sufar. ¿Por qué ir tan lejos para encontrar un Administrador Apostólico? ¿Por qué nombrarle obispo de una diócesis de las que antes se llamaban in partibus infidelium y no obispo de Chiclayo? ¿Qué van a hacer con él una vez que nombren a un obispo para esa diócesis? ¿Si le van a nombrar a él por qué no lo han hecho ya? Pues, misterios misteriosos.
Como la Iglesia, pese a mentirosas o hipócritas declaraciones, sigue viviendo en pleno oscurantismo, no podemos entender tan complejo nombramiento. Pero raro, sí que lo es. Un lector peruano me llamaba esta tarde explicándomelo como el prolegómeno a la sustitución del cardenal Cipriani. No le veo el menor sentido. De haberse pensado en eso llegaría mucho mejor Prevost de obispo de Chiclayo que de administrador apostólico y obispo titular de Sufar, que es poco más que nada. Pero tampoco es extraño que con el lío que estamos viviendo a algunos hasta los dedos se les antojen huéspedes.