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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La inexistennte revolución del Papa Francisco en la Iglesia española

Juan G. Bedoya, responsable de la información religiosa de El País, nos dice que la Iglesia española envía al Sínodo que está a punto de comenzar su cara más conservadora.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/09/09/actualidad/1410275384_106299.html

Aunque habitualmente no suelo coincidir con los criterios de Bedoya, aun reconociendo que es una figura importante, y seria, de la información religiosa española, en esta ocasión comparto mucho de lo que dice. Efectivamente la Iglesia de España no envía al Sínodo un frente progresista. Salvo el prepósito general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, que ciertamente no es conservador. Pero, ¿es algo? Y además al jesuita no le manda la Iglesia de España sino los superiores de órdenes y congregaciones. 

¿Y cómo ese envío conservador tras la revolución que Francisco ha introducido en nuestra Iglesia? Pues porque la tal revolución es un camelo que algunos intentan vender contra toda evidencia.

Rouco se ha ido. De la Conferencia Episcopal y del arzobispado de Madrid. Aunque en éste permanezca todavía durante algo más de un mes como Administrador Apostólico. Parece que la gran revolución de Francisco ha sido desalojar a Rouco a quien ya le había desalojado la edad y hasta la imposibilidad estatutaria de un quinto mandato al frente de la CEE. Con el arzobispo madrileño no vale aquello de: no se ha «marchao», le hemos «echao». Porque a Rouco sólo le han echado los años. El Papa se limitó a constatarlos. Y le aceptó la renuncia cuando ya había cumplido 78 años y sólo había un obispo tres meses mayor que él al frente de una diócesis de rito latino: el alemán Lehman. Porque la encomienda de Abril es de chichinabo. Y con los días contadísimos.   

Rouco era imposible, por disposición estatutaria, además de por su edad, que fuera elegido para un quinto mandato al frente de la Conferencia Episcopal. Ya con cuatro, para los que le habían elegido sus hermanos obispos, había batido el record de tres al que sólo había llegado Tarancón. Estábamos ante la revolución francisquista que iba a dar la vuelta a la Iglesia españoa como se le da a un calcetín. Pues toma vuelta: Blázquez. Revolución pura y dura. Hasta el extremo de que es posible que incluso desconozca que existe la revolución. Teólogo conservador, quizá lo de ultraconservador fuera demasiado pero más conservador que Rouco, que también lo fue, ciertamente, de personalidad apagada. naturaleza tímida y bondad manifiesta, tiene de revolucionario todavía menos que de apuesto galán.

Rouco no deja sólo la presidencia de la Conferencia Episcopal sino el arzobispado de Madrid. Se dice que la sucesión estaba consensuada y que sólo la inadaptabilidad a Roma del cardenal Cañizares, empeñado en volver a España, trastocó lo que ya estaba dispuesto. Tengo por esa menudencia cardenalicia escasísimo aprecio. Me parece un trepa sin apenas nada dentro y a quien le trae sin cuidado hacer daño cuando se trata de favorecer a sus amigos. Curiosamente todos ellos en las antípodas de la revolución: Lara, Mendoza, el ministro Fernández…. El Papa Francisco, en una decisión más poítica que pastoral, y posiblemente encantado de librarse de él en la curia, le dio por el gusto y nos lo envió a España. Pero tras su fracaso en Culto Divino, seguramente de su inoperancia en Ávila, Granada y Toledo no tuviera ni idea, pensó que Madrid era demasiado para tan menguado personaje y hubo que encontrarle acomodo con calzador en otro sitio. La desventurada resultó Valencia. Que va a enterarse de lo que vale ese peine. O más bien de lo que no vale. ÑLo de «pequeño Ratzinger», apodo en lo que lo único acertado era lo de pequeño, a sin embargo cierta idea de lo revolucionario que es Cañizares.

Colocado el personajillo ahora había que mover al que le dejaba el sitio. Y así llega Osoro a Madrid. Creo que ajeno a la componenda aunque naturalemnte poniéndole buena cara. Él ha sido el gran beneficiario de toda esta trapallada. No sé si Osoro se habrá convertido, de la noche a la mañana a la revolución, espero que no, pero sus antecedentes no eran esos. Mano derecha e izquierda de aquel pobre obispo, buena persona ciertamente, que fue el santanderino del Val, el que pasaba por progresista fue su sucesor Vilaplana que se las hizo pasar canutas en Santander. Llegó por fin al obispado, Vilaplana y los suyos ya no mandaban nada y fue nombrado obispo de Orense (1996) seguramente con el apoyo de Rouco. En Orense guardan de él excelente recuerdo y sin el menor atisbo revolucionario. Le encargaron después el muerto de Oviedo para intentar recomponer el roto que había dejado Gabino Díaz Merchán (2002) y allí hizo lo que pudo intentando poner diques a la revolución del gabinato. A su marcha la diócesis quedaba algo mejor de como se la encontró. También doy por hecho que para llegar a Oviedo no tuvo la contra del arzobispo de Madrid. Ahora Valencia (2009). García Gasco tenía un candidato pero Rouco se opuso sin duda por egoísmo. Y con el de Madrid propicio le llegó la archidiócesis levantina. Donde todas suponían que sería el final de su carrera. Pero las intrigas, y los lloros, cañizariles llevaron a otra salida. ¿Qué no le gusta a Rouco? Pues él tuvo en sus manos otra que Benedicto XVI le hubiera firmado cuando se la propusiera. La desconfianza gallega, en el caso injustificadísima, le llevo a posponerla creyendo que los tiempos eran suyos. Y no lo fueron. El cardenal gallego tuvo dos errores: desconfió en lo que no debía y confió en lo que tampoco. Con lo que el arzobispo de Valencia se ha encontrado de arzobispo de Madrid. ¿Se convirtió en revolucionario en Valencia? Nadie apreció el menor síntoma de ello. Y a los casi setenta años, que cumplirá el próximo 16 de mayo, resulta complicado cambiar las ideas de toda la vida.

Pues esa es la revolución francisquista en la Iglesia española. Nada incluso sin sifón. Al menos hasta el momento. No es de extrañar que de esta Iglesia tan poco revolucionada los obispos que vayan al Sínodo sean Blázquez, Sistach y Sebastián. Bedoya naturalmente lo señala. Si eso es revolución yo soy el Che Guevara. El artículo merece la pena leerse.  

  

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