Rodrigo Ruiz Velasco Barba: Salvador Abascal. El mexicano que desafió a la Revolución. Ediciones Rosa María Porrua, Méjico, 2014, 381 pgs.
Tuve mucha relación con Salvador Abascal (1910-2000) sin llegar a conocernos personalmente. Me enviaba todos sus libros, con generosísimas dedicatorias y yo aprendía historia de Méjico y publicaba en Verbo, recensiones de los mismos. Por ello emprendí con verdadero interés la lectura del extenso libro que este joven historiador mejicano dedica a un hombre verdaderamente singular, católico militante con riesgo de su vida, heredero del heroísmo de los cristeros y en permanente lucha contra la Revolución desde sus años juveniles. Y ciertamente al concluirla no quedé defraudado pues me parece excelente el retrato que nos deja de Salvador Abascal. Así fue el biografiado. Que creo que es lo mejor que se puede decir de una biografía. Y ésta no es superficial. Si no agota al personaje, cosa difícil en alguien de tan intensa vida, nos deja del mismo cumplidísima semblanza.
El libro está dividido entres partes pues esas etapas tuvo la vida de este infatigable soldado de Cristo contra las terribles fuerzas que se desplegaron en Méjico para acabar con el catolicismo de una patria que llevaba a Cristo y a su Santísima Madre en el alma. Acababan los heroicos cristeros de entregar las armas y muchos la vida obedeciendo a la Iglesia convencidos muchos de que aquella les entregaba a los enemigos de Dios y a la muerte. Los arreglos de 1929, que no voy a juzgar aquí dejaron al catolicismo mejicano en un régimen de auténtica opresión que el autor refleja con notable exactitud y en esa situación surge un joven abogado que rapidísimamente se constituyó en el líder de la resistencia católica. Su reconquista espiritual de Tabasco, con un éxito que parecía imposible, marcó las líneas de actuación para el futuro y convenció a muchísimos de que se podía salir del estado de postración en que había dejado al catolicismo la derrota cristera. O la traición de los arreglos si se quiere.
Abascal era el héroe del momento, su vida estaba en evidente riesgo, y ello le llevó a la jefatura de la Unión Nacional Sinarquista y a que fuera la gran esperanza del catolicismo mejicano. Disensiones entre los dirigentes, miedo de la jerarquía a irritar demasiado a la Revolución, desilusionaron al caudillo que fue descabalgado de su cargo. Entonces emprendió una aventura utópica que fue establecer en el desierto de la Baja California un asentamiento que se rigiera por los principios católicos y en el que se viviera católicamente. No llegaron ayudas prometidas y la empresa fracasó. Es tal vez la cuestión que en el libro queda menos tratada.
Llegamos pues a un Abascal fracasado que había pasado de la gloria a la nada y que además tenía una familia numerosa que sacar adelante. Y comienza entonces la segunda etapa de una vida en verdad plena. Y es su labor (1945-1972) como asalariado en la editorial Jus en la que realizará una verdadera contrarrevolución cultural con la publicación de numerosísimos libros que sirvieron de alimento al renaciente catolicismo mejicano. Abascal estaba en todo y no pasaba por nada que pudiera guardar alguna afinidad, por mínima que fuera, con la Revolución. Su labor fue espléndida no sólo en el terreno ideológico sino también en el económico y el héroe político lo fue también en el campo intelectual. Pero aquel no era su huerto y en persona de tan arraigadas convicciones eran inevitables desencuentros con la propiedad. No era Abascal persona para encontrarse a gusto en algo que no coincidiera totalmente con sus ideas. Y con 72 años, edad más de prudencias que de aventuras, este indómito aventurero se lanza a la tercera de su vida. Que fue en la que yo le conocí. Y le admiré.
Editaba un periodiquito, La Hoja de Combate, en el que expresaba lo que sentía y sin tener que guardar consideraciones a nadie. En ella «fueron muchas las personalidades del progresismo religioso que fueron severamente criticadas» (pg. 255). Pero la inmensa labor emprendida en las puertas de la ancianidad fue escribir la historia de Méjico arremetiendo contra los enemigos de Dios que, para él, eran también los de su patria. Escribía la historia como no se debe escribir la historia. O sí. Allí estaban sus enemigos, a los que acuchillaba, y sus amigos. La historia era para él un combate entre los enemigos de Dios y de su Iglesia y los amigos. Y entraba en él naturalmente combatiendo. A muerte. Y eso hace que uno entre en los libros de historia de Abascal como un combatiente más. No como un entomólogo que clava con el alfiler lo mismo al revolucionario que al apostólico pues para él ambos son iguales. Para Salvador Abascal no lo eran. Y vaya si se le notaba. A todos os recomendaría que leyerais la historia de Méjico según Abascal. Y si luego alguno quiere corregir algo, qué lo corrija.
Creo que Ruiz Velasco ha contraído notable mérito publicando un libro tan elaborado y pienso que importante para el Méjico de hoy. También para quienes no somos mejicanos. Porque los católicos es bueno que conozcan a los suyos sean de donde sean. Y los españoles, con los hijos de la Nueva España, que así se llemaba Méjico, más.
Mi enhorabuena, por tanto, a Ruiz Velasco por este libro Y por darme ocasión de encontrarme con mi admirado Salvador Abascal, por cierto que nada sedevacantista, yo tampoco, una vez más. Y, Don Salvador, recomiéndeme ahí arriba para que el abrazo que en la España o en la Nueva España no nos pudimos dar tenga lugar en el cielo.