Presidió la celebración en la parroquia de San Valentín y San Casimiro, creo recordar que en Vicálvaro, el obispo auxiliar de Madrid monseñor Martínez Camino.
La iglesia llena, el sagrario en una capilla lateral, el Crucificado estéticamente mejorable, la comunidad participativa, el coro guitarrero y voluntarioso, en algunos momentos insoportable, pero hacía «pianos» que se agradecían, era femenino. Su directora, tal vez por tener las manos ocupadas con la guitarra, dirigía con el movimiento, tal vez con las caderas. De dirección de coros no entiendo mucho. Se vuelve a oír en misa la campanilla. Me parece muy bien. La comunión, en la boca y en la mano. Se ve que allí no hubo adoctrinamiento.
La misa muy digna. Había un sacerdote negro y, por lo que se dijo en la introducción, tal vez otro polaco que presta servicio en la parroquia y que dice una misa dominical en ese idioma para la comunidad de aquella nación, al parecer abundante. Un par de oraciones de los fieles se dijeron en aquel idioma. También me parece muy bien. Y por supuesto mi agradecimiento a sacerdotes de otros países, negros, blancos o amarillos, que vienen a suplir nuestras carencias. En mi parroquia de Caná, donde no son necesarios los auxilios sino que más bien pienso que los mandan para que aprendan, hemos tenido refuerzos extranjeros en varias ocasiones. Me acuerdo de un indio con quien el párroco, tan largo siempre, quiso probarnos en la penitencia con sus homilías. Y de otros más. Don Douglas, ecuatoriano y ya en su país, donde no me extrañaría verle de obispo, dejó un recuedo magnífico. Y un gran servicio a la parroquia.
El obispo como no llevaba amito me pareció ver que compareció en traje coral. Pues también muy bien. Le gusta cantar. Su homilía, excelente. Difícil mejorarla sobre la Transfiguración del Señor. Creo que la Iglesia ganará mucho al haberlea apartado, por obligación estatutaria, de su anterior servicio de Secretario de la Conferencia Episcopal. No es la primera vez que le veo tan distendido y cordial. La diócesis que se lo lleve tendrá en él un gran obispo. Me pareció, tal vez fuera impresión mía, que en la fórmula consacratoria se alejaba de la relación para darle el énfasis del augusto misterio. Salió del altar como deben hacerlo los obispos. Bendiciendo a los fieles. Dándonos lo mejor que puede darnos en ese momento. La bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aunque los fieles no se enteren.
Misa pues, una vez más, muy digna. Si todas fueran así los recelos de algunos al modo ordinario decaerían muy notablemente.