Todo es sorprendente. Una procesión. Y el cardenal Martínez Sistach recibiéndola.
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El arzobispo de Barcelona podía dar la impresión de que era hombre sin amores. Que él no amaba a nadie, salvo a su propia persona y que nadie le amaba a él. Aunque ciertamente sin estridencias. Porque Sistach no es estridente.
Y así pasaba su pontificado. Que era sobre todo gris. No sé si el cardenal se escondía. Pero encontrársele no se le encontraba. No era ciertamente hombre de multitudes, al contrario que su colega de Madrid a quien le encantan los actos masivos, la extroversión no es lo suyo, tampoco el contacto con sacerdotes y fieles… Con ello ocurrió lo que era inevitable. Como al famoso coronel, el cardenal no tenía quien le escribiera. No tenía «suyos». La peor Iglesia catalana, la que llevó a aquella tierra de santos a ser la región más secularizada de España, se benefició de la apatía de un arzobispo que les entregó el poder a cambio de que le dejaran tranquilo. Pero sabían perfectamente que el arzobispo no era uno de ellos. Sistach no era un progresista ni un catalanista arriscado. Cauto, prudente, podía dejar hacer pero él no se embarcaba en eso. Lo poco verdaderamente eclesial que quedaba en Barcelona tampoco era perseguido por el pastor. Como mucho los ignoraba. Relegados a parroquias periféricas, las buenas eran para los otros, no eran molestados en general.
Y ocurrió lo inevitable. Los unos se mueren tras haber perdido a la mayoría de los fieles y los otros, que además era el clero más joven, mantienen lo poco que queda de fe en Barcelona. Y que tras un largo invierno parece que comienza a echar brotes en algunos sitios. Todavía muy incipientes pero que apuntan a una leve primavera.
Y el arzobispo comenzó a sonreir. Levemente porque los actos externos de Sistach siempre son leves. Pero hasta parece otro. Mejor, bastante mejor. Y se nota, también todavía levemente, incluso en su Iglesia de Barcelona. Quien esto escribe es evidente que ha sido un seguidor fervoroso de Germinans desde el momento mismo de su nacimiento. Y aquela página, sumamente crítica con su arzobispo ha cambiado no poco de actitud. Y yo mismo. Fui yo quien apodé a Sistach con el Nostach que ha tenido no poco eco. Y que no quería decir otra cosa que en mi opinión No Estaba. No estaba como arzobispo de Barcelona. Hace bastante tiempo que el apodo, seguramente muy desafortunado, dejó de aparecer en el Blog. Porque, siempre en mi opinión, volvía a haber arzobispo. No entusiasmante pero tampoco inexistente.
Entre los brotes que apuntan en la archidiócesis se puede contar a un grupo de jóvenes que comenzó a actuar bajo el patrocinio de San José. Comenzaron saliendo por las noches a dar un bocadillo o un café a los pobres callejeros de la ciudad. Y con ellos afecto, compañía y, sobre todo, testimonio de Cristo. Y aquello tan incipiente, tan poca cosa, tan lleno de amor a Cristo y a los hermanos más abandonado como tan escaso de medios, comenzó a cuajar. Y al arzobispo, tan frío, tan distante, tan encerrado en sí mismo, le hizo gracia. Y aquellos jóvenes tuvieron un arzobispo y el arzobispo unos jóvenes. Produciéndose una hermosa complicidad. Esos chicos, admirables por tantos motivos, decidieron entre otras cosas sacar a San José en procesión por las calles de la ciudad. Idea que cualquiera consideraría una locura. Y el cardenal siguió sonriendo. Y detrás. Aunque como siempre en Sistach se notara poco. Pero los jóvenes vaya si lo notaban.
Y cuando el Ayuntamiento de Barcelona, en base a los más peregrinos motivos, quiso prohibirles su labor con los desheredados ya todos sabían, el alcalde también, que esos chicos le caían bien al cardenal. Y donde el alcalde había dicho digo terminó diciendo diego.
Pues la idea de las procesiones, actos que producían ictericia al catalanismo progresista eclesial, cuajó de tal modo que la de San José de este año será recibida por Sistach en la Sagrada Familia y a continuación celebrará allí la misa el cardenal. Con gran alegría de los Jóvenes de San José y de los fieles que se han sumado a la procesión. Y estoy seguro que también del señor arzobispo. Porque si le desagradara bueno es Sistach para presentarse allí.
El cardenal está viviendo sus últimos días como arzobispo de Barcelona. El próximo mes cumple 77 años. Le quedan unos meses, un año tal vez. Tengo la impresión de que es su mejor momento de titular barcinonense. Tampoco para echar las campanas a vuelo pero muy superior a la nada del pasado. Y la nada en sí ya era mala cosa. Ahora, cuando le acepten la renuncia, los Jóvenes de San José van a sentir su marcha. Hace algunos años nadie. Salvo tal vez Turull, Matabosch o algún otro ejusdem furfuris.