Enviado para el número de 16 de marzo de Siempre P’Alante
Concluye la visita ad limina de los obispos españoles. Con tremenda decepción de algunos que soñaban imposibles. El Papa concluye el primer año de su pontificado sin la menor muestra de revolución alguna. A lo más algunas palabras de discutible interpretación que hubo quienes aseguraron que abrían la puerta a todas las revoluciones mientras que otros se esforzaban por encajarlas en la doctrina eclesial, con mayor o menor éxito. Hay también otro sector, pienso que ultraminoritario, que se esfuerza por demostrar desde el más arriscado tradicionalismo que el Papa ha traicionado su misión que el grupo se cree, sin duda por encomienda directa del Espíritu Santo, son ellos quienes deben custodiar. Como si Cristo hubiera dicho que sobre ellos iba a edificar su Iglesia. Representan el sedevacantismo puro y duro, en los más radicales, de modo expreso, y en otros con algún disimulo. Para estas gentes cualquier absurdo es válido. Como el de que la renuncia de Benedicto XVI no ha tenido lugar por no haberla hecho libremente. Que hasta eso se ha llegado a escribir y lo peor es que algunos, aunque sean una gota de agua en el océano del catolicismo, se lo han creído.
Pues en ese contexto los obispos españoles se han presentado en Roma para la visita ad límina que desde los sectores más críticos de la Iglesia se presentó como lo que iba a ser una enmienda total por parte del Papa a la línea de la Iglesia española. También en esto todo cupo. La desautorización del cardenal Rouco iba a ser clamorosa. Nuestra Iglesia iba a regresar del Vaticano abochornada por lo mal que lo había hecho hasta ahora y con directrices clarísimas de lo que tenía que ser en el futuro. Hasta se daban nombres de quienes iban a protagonizar tan espectacular cambio.
Sin embargo todo ha concluido sin que ocurriera nada de lo anunciado. El arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia episcopal, mil veces se había anunciado que no llegaría a la visita ni como lo uno ni como lo otro, fue la cabeza visible de nuestro episcopado y el Papa se mostró con él cordialísimo. Y lo que ya es de aurora boreal son los nombres que se han presentado como los de las personas que iban a tomar el relevo del cardenal de Madrid para llevar a nuestra Iglesia al puerto añorado del cambio radical: el cardenal Cañizares y el arzobispo de Valladolid, Blázquez. Los dos, si cabe, incluso con un pensamiento más tradicional que el del arzobispo madrileño. No sé si el vallisoletano será el próximo presidente de la CEE y el hoy prefecto de Culto Divino el nuevo arzobispo de Madrid. Es posible. E incluso muy probable que el vallisoletano asuma la presidencia de los obispos. La candidatura madrileña de Cañizares últimamente se ha desinflado bastante. Pero si fueran a ser ellos los artífices de la revolución pendiente aviados van quienes la soñaban. Hemos mencionado ya su ideología, de lo más conservadora que puede encontrarse entre nuestro episcopado. Y, además, con pocas fuerzas y mucha edad. A Blázquez le falla el motor de arranque desde su juventud, no digamos ya a los 72 años que cumplirá dentro de un mes. Y Cañizares llegaría a Madrid con 69 años que cumplirá en octubre.
Como nadie puede creerse que ninguno de los dos van a dirigir ninguna revolución se han tenido que buscar alternativas que pudieran hacer más creíble la realidad de sus sueños. Y así han lanzado los nombres de Osoro, arzobispo de Valencia y del Río, arzobispo castrense. Ambos dos excelentes obispos y de pensamiento también conservador. Y además también con bastantes años . Osoro cumple 69 años en mayo y del Río 67 en octubre. Creo que puedo dar una prueba que indica no poco. Ninguno de los dos me disgustaría lo más mínimo como arzobispo de Madrid. Los preocupantes serían Salinas, Taltavull, Algora…
Naturalmente todos los obispos han venido encantados de su encuentro con el Papa. Eso han dicho. Y dado el carácter y la extroversión de Francisco, aunque no pudieran decir otra cosa, es muy creíble que sea verdad. El Papa en todo lo que se ha hecho público estuvo en su papel y animó a los obispos a desempeñar el suyo. Hasta ahí todo normal. Pero ha trascendido algo más. Y de indudable importancia. Francisco se quedó “helado” ante la cifra de los abortos que se producen en España, le preocupa la unidad de nuestra patria, mencionó expresamente y con elogio la historia de nuestra nación… Tampoco por ahí el menor atisbo de que quiera dar a nuestra Iglesia la vuelta como se le puede dar a un calcetín.
Se comprende pues que los que soñaban quimeras hablen de “discurso plano”, que no puede ser obra del Papa sino de algún subalterno de escasa monta y se laman las heridas de su frustración. Pues que sigan soñando y que sigan sin cumplirse sus sueños.