Flacidez mental del barcelonés. Ha superado incluso el estado de modernidad líquida que vaticinó el polaco Bauman. Este reproche a mis conciudadanos lo suelto porque, después de contemplar cómo el equipo Colau-Collboni se cargaba Barcelona en tiempo récord, el segundo sigue teniendo la confianza de la mayoría. Y la señora, vieja okupa, todavía apoltronada con un sueldo lamborghini. Esta semana ha dejado caer que se marcha a Italia, a dar clases. Lo siento en el alma por los transalpinos. Por cierto, ¿clases de qué? ¿Un master en destrucción de ciudades prósperas? Volvamos al ciudadano, al fenotipo barcelonés, un colau que piensa que el mundo le debe algo. La última queja viene por el turismo. Pero no el suyo, cuando se va un fin de semana a Sevilla, a Florencia o a hacer el imbécil por África. A él le molestan los turistas en su ciudad, aunque generen trabajo y aporten mucho al PIB. Eso da lo mismo, el barcelonés progresista fetén es un ser arraigado en el resentimiento, un personaje triste y contradictorio que no soporta la prosperidad ni la libertad (de los demás).
145 años de honestidad. «Soy feminista porque soy socialista. La igualdad entre hombres y mujeres forma parte de nuestro proyecto», decía en un vídeo Ábalos, a la sazón ministro de España. Hoy comprobamos el grado de feminismo que abunda en el PSOE, por no decir el grado de desfachatez. Según ha desvelado The Objective, una tal Jesica le cobraba 1.500 euros la jornada de acompañamiento. Y, además, fue presuntamente contratada por una empresa dependiente de su ministerio. Tócate el feminismo, José Luis.
Literalidad marxista. «¡Oh, Jesús! ¡Las cosas que hemos visto!», le dice Robert Shallow a John Falstaff en Campanadas a medianoche. Ambos personajes caminan sobre la cinematográfica nieve soriana y recuerdan haber oído incluso las campanadas, esas figuras literarias del bardo Shakespeare. Genio inmortal, la vida sigue poniéndonos a todos en idéntica situación, el asombro ante cosas que no pensábamos ver u oír. Mas para eso está, por ejemplo, la ministra Montero, tan voluntariosa en su cometido de apuntalar al jefe. Cualquier aburrida verdad, pasada por el cedazo verborreico de la señora, sale convertida en espléndida mentira. A veces, gracias al recurso del surrealismo, que tiene tan seducido al gobierno. «Lo que dice el acuerdo, es lo que dice el acuerdo. Lo que dice el acuerdo, es lo que dice. Lo que no dice el acuerdo, no lo dice», aclaró en el Senado refiriéndose a la postrera bajada de pantalones ante el independentismo. No era Groucho Marx resucitado, era María Jesús.
Ni con agua caliente. Pepe Álvarez, gran amante de los crustáceos decápodos y fularólogo de postín, trabajador de toda la vida, anuncia que no se jubila. Vaya, no sigue sus propios anhelos, que comparte, cómo no, con el gobierno, de que la gente se retire antes de los 65 tacos. Así pues, con 68 años alargará la lucha sindical (y nacionalista en Cataluña). No será por dinero, claro. El líder de UGT tiene un sueldo mensual de 2.600 euros. Sin embargo, tiene un ático dúplex en Barcelona y seis fincas en Asturias. El principal argumento contra los sindicatos, recio como la lana de los jerséis de Camacho, es que son semiestados políticos financiados por todos y ocupados por vividores.
«A cojón visto, macho seguro». Las olimpiadas de París podrán ser recordadas por muchas cosas, algunas contrarias al espíritu olímpico. El número circense inaugural ya debió ponernos en alerta. No sólo indicaba el triunfo de la fealdad y el mal gusto. El desaliño va parejo a la ideología dominante, es su bandera. Así, ocurrió lo que manda el canon trans y varios hombres se colaron en competiciones femeninas. Recordamos todavía las hostias que un argelino le propinó en el ring a la pobre Angela Carini. O el oro de la taiwanesa Lin Yu-ting, sobre quien la Asociación Internacional de Boxeo había expresado que peleaba “con ventajas competitivas sobre otras competidoras femeninas”. Y el COI, menudo defensor de la mujer, miró para otro lado. Estos días se vienen celebrando los Juegos Paralímpicos, y tampoco han quedado libres de la intoxicación trans. Poderoso debe ser el lobby de este artefacto político. Resulta que un señor italiano, padre de dos hijos y viejo conocido del atletismo masculino, ha corrido entre féminas en París. Hay una fotografía elocuente de una de las carreras. Ya lo indica el refrán que corona esta pieza, excusen la crudeza.
Es el régimen, estúpido. No hace tanto tiempo, algunos periodistas serios y siempre rigurosos tildaban de agoreros y flipados a quienes, con una intuición elogiosa, veían en los desmanes del poder pandémico una especie de plan. Quizás todavía no fuera un plan, pero sí una oportunidad: la de instaurar un régimen autoritario posmoderno, sin tanques mas de una crudeza espantosa. Hoy tenemos pocas dudas de que el wokismo dispone de Estados, grandes medios, instituciones culturales y científicas y hasta de la factoría Disney. Casi sin darnos cuenta, vivimos una actualidad en que un profesor es detenido en Irlanda por sus opiniones contrarias a la ideología trans o la candidata a la presidencia de EEUU, Kamala Harris, afirma su intención de ordenar al Departamento de Justicia «que censure la desinformación y el odio en Internet«. Idéntico propósito declara, inspirado por un visionario Pablo Iglesias Turrión, el hombre que hoy habita Moncloa.
Vaya con Putin. Los corresponsales españoles en Washington siguen con la matraca anti Trump. Yo no sé si, como ocurre en la izquierda respecto a Ayuso, se trata de una obsesión erotizante. Un asunto de psiquiatra. En cualquier caso, resulta entretenido ver cómo, día sí, día también, aparecen en la pantalla con su neurótica pildorita. Pero la realidad, a veces, juega malas pasadas. Resulta que Putin va con Kamala: «Yo dije que nuestro favorito, si se puede decir así, era el actual presidente, el señor Biden. Ahora lo han sacado de la carrera presidencial y él ha recomendado a todos sus partidarios que apoyen a Harris. Nosotros también haremos lo mismo, la apoyaremos», ha dicho el ruso en Vladivostok.