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De la mierda del siglo a las rositas de Sánchez

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. Europa Press.

Este siglo. No sospechábamos, cuando nos cambiaron la peseta por el euro y vivíamos en la numerología atávica del dosmil, que el estrenado siglo llegara a ser una verdadera mierda. Todavía le queda tiempo para redimirse, para emular los órdenes y desórdenes de antaño, como el gusto colonial o la caracterización erótica del ser hispano, libérrimo. Sin embargo, no soy optimista al respecto. Apasionado, el hombre tiene la manía de descubrir cuán hondo es el pozo una vez ha decidido explorarlo. No sirven advertencias históricas, es más poderosa en él la pulsión de jugar. Dicho instinto está bien cuando existe la posibilidad del afortunado descubrimiento, la Corona española botando expediciones en el incógnito gran azul, el Real Madrid o Raphael cantando en Rusia cual ave fénix. Pero la nueva centuria nos ha metido en una maraña de imbecilidades, broma pesada de las identidades y el oscurantismo woke.

Los silencios del sanchismo. Aunque posee, hemeroteca mediante, una florida retahíla de manifestaciones más falsas que un duro sevillano, sus silencios son también elocuentes. Veamos los últimos. Fue asesinado en España un ruso que había desertado de la guerra en Ucrania. Algunos comentaristas apuntan a los servicios secretos de Putin, que camparían a sus anchas por aquí. Silencio. La revuelta campesina no despierta la lengua adormecida del presidente, apenas alguna declaración de un par de ministros alertando de que no puede tolerarse la violencia (parece un desiderátum, más bien, esta referencia a las tortas). Silencio. Si bien el más clamoroso viene cubriendo de misterios las negociaciones con Puigdemont. Se verá el resultado, como con Bildu, a quien entregaron Pamplona tras un largo misterio o, ahora, con el regalo de las cercanías ferroviarias al gobierno del PNV. Ha vuelto a escena, por la caída en desgracia de Ábalos, el asunto de las maletas de Delcy, sobre las que no tenemos pajolera idea. De todos modos, hay que contentarse, tenemos al gobierno de la gente, que seríamos los españolitos adocenados. El Gobierno de la gente sorda, muda y masoca, será.

Salga al ruedo, Feijoo. Con la tesitura de los recientes escándalos (mascarillas y corrupción) creo que el jefe de la oposición está perdiendo una gran oportunidad. La de explicarnos su proyecto, presentar un futurible que barra el pernicioso sanchismo y ofrezca esperanzas de volver a ser, digamos, un país más normal, mentalmente sosegado, más igualitario (esos territorios xenófobos e insolidarios que acuna el socialismo) y consciente, también, de sus enormes posibilidades. Suena a fábula, a quimera, pero no debería serlo tanto si recordamos algunos momentos de mayor bonanza.

En los mundos de Yupi. La señora Díaz continúa su particular gira mundial de los abrazos. Ahora se ha largado a Estados Unidos para rodear con sus brazos y esa verborrea vacía a Alexandria Ocasio-Cortez, otra que habita los mundos fantásticos de la nueva izquierda. El protocolo yolandista es de un infantilismo pavoroso, forzada simpatía, gestualidad de fiesta de las golosinas y Tang para todos. Peor es cuando se pone seria, destrozo del discurso político español, que tantos y viejos nombres tiene en su haber.

De rositas. Escribe Carmen Álvarez Vela sobre el renovado cinismo del PSOE, eso de salir las muchachas y los muchachos apoltronados en la ciénaga y proclamar una guerra sin cuartel a la corrupción. El problema que tendrán es que forman, desde el golpe sanchista al partido, un club. La imparable mancha de fango que alcanza diariamente a más picatostes del Gobierno lo prueba; hay sudores fríos, íntimos miedos a caer por las marranadas cometidas. El misterio, la incógnita es el jefe máximo, su capacidad de sobrevivirse, mala hierba… «Si tiene que renovar toda la cúpula del PSOE lo hará, y se presentará ante lo que quede de España como el hombre que no toleró la corrupción», según la intrépida articulista.

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