«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

De la nueva campaña del miedo de Bruselas con «el kit de supervivencia» a la llegada del árabe a las aulas de Cataluña

Kit de supervivencia propuesto por Bruselas. Redes sociales

El kit. El pálpito de otra campaña del miedo viene confirmado por el ya célebre kit de supervivencia. Las autoridades comunitarias, paternalismo rampante, toman al pueblo por imbécil, cuando no por ganado, o ambas cosas. Esta nueva ocurrencia busca proteger al borrego continental del lobo, llámese Trump o Putin, nunca Mohamed VI o Xi Jinping. Y garantiza su seguridad durante 72 horas, incluso en un ambiente dantesco de metralla, catástrofe climática o pandemia. El kit no tiene todavía una lista oficial, tampoco una chirigota, pero adelanta un primer y entrañable aprovisionamiento, como cuando de niños jugábamos a refugiarnos una noche de sábado en el trastero del jardín. Refresco de Tang, bolsas de ganchitos y una linterna, mientras fuera los soviéticos se disponían a atacarnos con un misil nuclear. El aprovisionamiento que propone hoy la UE es mucho más aburrido, aunque igual de inútil. Incluye agua (¿y el whiky o el brandy Saltaparapetos?), latas de conserva (recomiendo, sin ánimo publicitario, Los Peperetes), medicamentos (que no hayan caducado en 2030, ojo), baterías (no el instrumento de percusión, sino eso que se enchufa a la luz, si hubiera luz), documentos importantes (no olviden el testamento), elementos de higiene personal (vuelve el pandémico rollo de papel de váter) y dinero en metálico (si es que sigue existiendo para entonces). El plan prevé también «treinta acciones clave» como simulacros de emergencia, reservas estratégicas de recursos a nivel europeo y, cómo no, campañas de concienciación. Estén atentos los cazadores de subvenciones para renovar chiringos. 

Nuestra guerra. Algo desgastada la agenda ecosuicida de Von der Leyen y sus mastodónticos partidos, la fecha 2030 debe ser nuevamente repostada, alimentada con algún energizante apocalíptico. A raíz de unos supuestos informes de los servicios secretos daneses y alemanes, Europa será invadida antes de ese mítico año. Sin embargo, no hay todavía evidencia de que los informes, si existen, digan exactamente eso. Lo que se encuentra en medios son filtraciones, declaraciones o resúmenes proporcionados por fuentes gubernamentales o periodísticas. El tema viene publicándose hace meses, y no descarto una sostenida matraca en adelante, tengan siempre a mano el comentado kit. El diario chileno La Tercera contaba en octubre que el jefe del espionaje teutón, Bruno Kahl, alertó sobre una agresión rusa a la OTAN a finales de esta década. Asimismo, El Mundo publicaba la semana pasada una pieza titulada La UE teme que Putin ataque a un país de la OTAN antes de 2030. Unos días antes, El Economista daba, igual sin quererlo, una posible clave del asunto: el gran conflicto podría estallar si la guerra en Ucrania concluye. Dejo volar la imaginación a politólogos y comentaristas.

Querencias. Me está pareciendo, cada vez más, que los aguerridos antiputin y, de soslayo, antitrump, suspiran en privado por el ruso, el americano y hasta por Orban. Un chollo. Encuentran en ellos un bastón con que atizar, columna tras columna, cualquier devaneo crítico. ¡Europa, Europa!, escriben con sus cenizas. ¡El misil con destino Madrid ya calienta motores en Moscú!, advierten sin atisbo conspiranoico. Pero lo más bobo e irresponsable del asunto ha sido ventilarse el atlantismo de la noche a la mañana porque América —los americanos y sus votos— se ha cansado de pagar la irresponsabilidad y la hipocresía nuestra para con Ucrania. En eso de volverse antiatlantistas coinciden algunas derechas con las izquierdas nostálgicas de la Unión Soviética. Ver para creer.

Ridículo. En un futuro ideal los europeos deberíamos conocer las razones por las que nuestra diplomacia abortó la paz de Estambul (2022) que Zelenski había aceptado. Y, también, por qué existe esa creciente sensación de que, entre la chatarra militar regalada a Ucrania y la compra de gas ruso, a la UE le interesa que esta guerra no acabe, que continúe enquistada. Mientras, el presidente Macron, erigido «comandante en jefe» del rearme, va a disponer de más oportunidades para declararle la guerra a Rusia, aunque no obtenga respuesta alguna. O sea, para seguir haciendo el ridículo.

Siempre Cataluña. Informa La Gaceta que 122 escuelas de Cataluña imparten ya el Programa de Lengua Árabe y Cultura Marroquí (PLACM). De ellas, únicamente cuatro lo hacen dentro del horario lectivo; añadiría yo «de momento». Financiado por el Gobierno de Marruecos y coordinado por el Ministerio de Educación, dicho programa pretende reforzar el conocimiento del árabe clásico y la cultura marroquí entre el creciente alumnado de origen magrebí. El asunto me plantea alguna duda. De toda la vida, los catalanes hemos comprendido que a las elites políticas autóctonas les ha interesado mucho el monolingüismo, excepto para sus vástagos, estudiantes en colegios privados trilingües. Es decir, han procurado, y con qué éxito, que el español, presuntamente idioma extraño a Cataluña, fuera desapareciendo de las aulas. La idea, de un purismo nazificador único en la Europa de postguerra, agitaba entre los crédulos votantes de CiU y PSC-PSOE un miedo atávico, la muerte del habla de Espriu, de Eiximenis, de Josmar. La operación salvamento tenía, además, otras cosas excitantes: implantación de un cuerpo funcionarial leal (los funcionarios también votan, Jordi) y nacionalización de las masas extremeñas y andaluzas. No digo que, socialmente, esto haya sido un éxito, parece que la gente sigue empeñanda en hablar español, incluso en el patio de la escuela. En cualquier caso, el invento ha procurado apuntalar un semiestado, Pujolandia. Sin embargo, para el tema de los magrebíes nuestros políticos parecen contradecir el espíritu de una raza, una lengua, un destino. Ahí se vuelven globalistas, abrazan el internacionalismo leninista con la alegría de aquellos no alineados de la guerra fría. De lo que se trata, en verdad, es de fulminar el maldito idioma común. En Cortes ya lo consiguieron, pinganillo mediante.

Renacionalizar. Es admirable el seguidismo de los grandes medios a una señora Von der Leyen que nadie ha votado pero que detenta un magno poder de decisión sobre cuestiones vitales para todos. No se trata sólo de esa cosa simplona y grosera de asimilar a la viejita Europa con la UE. Cualquier desliz opinante en pro de una renacionalización de algunas cuestiones, como la política energética, agraria o agropecuaria pasa a ser confinada tras el cordón sanitario de estos periodistas al servicio de. Y no es que esa renacionalización sea, por defecto, buena: véase el caso español, empeñado en cerrar la central nuclear de Almaraz a pesar de la tendencia en la Unión. Se trataría, más bien, de aplicar el sentido común conservador contra cada medida de desmantelamiento decretada desde Bruselas. Pregunten a los agricultores o a los pescadores. Y luego no se quejen al encontrar tomates marroquíes, asaz laxativos, en su ensalada.

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