«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

De los aranceles de Trump a la misteriosa China

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Europa Press

Aranceles. Trump sigue cotizando al alza en los noticieros, esta vez por su grueso anuncio arancelario. De la noche a la mañana, comentaristas habituales en teles, radios y periódicos se pusieron el traje de economista para aclarar el asunto. No sólo parecían comprenderlo perfectamente, sino que, incluso, tenían una opinión sobre él. Y, quizás por casualidad, todos iban en la misma dirección. Venerable costumbre, la ojeriza al americano siempre halla una feliz coartada. Lo escribía Hughes en un artículo sustancioso esta semana: «Todo lo malo que pase será desde ahora por los aranceles de Trump. Si su empresa perdió, pongamos por caso, 100 millones de euros el último año, ya sabemos de quién es la culpa». En cualquier caso, quienes no tenemos pajolera idea de aranceles ni divisas nos vimos iluminados y reconfortados por nuestros paladines de la información. Ya podemos ir a tomar la caña al bar y lucir cátedra. 

Ponilandia. Al paso de Trump y sus embestidas salió nuestra señorita Rottenmeier, perdón, Von der Leyen, a contarnos lo cara que va a ser la compra en el súper, con lo barata que está la cesta ahora. Es curioso, el speach lo hizo hablando en tercera persona («Millones de ciudadanos se enfrentarán a facturas de supermercado más altas», dijo), como si la cosa no fuera con ella y sus ponis. 

Liberalismo. Trump es chollo para los liberales fuertes, esos que han dotado a la doctrina de John Locke del carácter testicular que le faltaba. «El Estado soy yo», «La calle es mía», resilentes vanidades como ayotes que, hoy, el liberal europeísmo renueva con un «Europa es lo que yo te diga». «Y nadie más», se podría añadir, a cuenta de los votantes rumanos. Sea todo para salvarnos de nosotros mismos, asilvestrados ciudadanos con tics del muerto siglo XX, el de la clase media, las vacaciones, el placer, Julio Iglesias, las fronteras y una reconocible identidad cultural. Decía que Trump es una bicoca, el enemigo necesario, qué harían esas elites sin él, fuente de renovada legitimidad. Además, su figura mediática, un poco empeñada en sus cosas americanas, puede estirarse como un chicle. Esta semana, la emisora episcopal repetía cada media hora un jingle de Herrera. Contaba no se sabe bien qué sobre una pifia del equipo de Tío Sam en sus bombardeos a unos salvajes del lejano Yemen, la tribu de los hutíes. Mientras, los obispos, en consonancia con Ione Belarra, defendían la regularización de medio millón de inmigrantes ilegales. Quizás abrigan la esperanza de poder evangelizarlos, aunque creo que ahí Podemos les lleva mucha ventaja.

Revilla. Otra ganga recurrente para la prensa más o menos rosa es el Rey Juan Carlos I. Parece que ha decidido, vía bufete de abogados Novalex, darse un pequeño gusto e ir a por Revilla (no confundir con el famosísimo chorizo). Le deseo toda la suerte jurisprudencial del mundo, si bien la iniciativa tiene una dolorosa derivada. Si el cántabro es de naturaleza muy aficionado a hacer bolos televisivos, el Emérito le ha brindado más oportunidades. Carne de plató, profesional de la brasa, vuelve a meterse hasta en la sopa. Incluso se ha quejado en un video lacrimógeno de que Sánchez no le ha llamado, no le hace casito después de haberle apoyado tanto cuando urdía por las carreteras de España su manual de resistencia. En 2018 declaró, entre anchoa y anchoa, que el actual presidente «es un hombre honrado, tenaz y muy español». 

A Sánchez le va la marcha. Por esas circunstancias históricas, nos ha tocado sobrevivir no sólo a su gobierno, también a otras calamidades de carácter político (confinamiento, invasión de hombretones africanos, ecologismo criminal en Valencia). La última es este desafío comercial —o, mejor, guerra al globalismo— que ha declarado Estados Unidos. Pedro se inflama ante las emergencias, oportunidades para tonificar su fatuidad. Épica con traje de portero de discoteca y prosa de octavo de la EGB: «A lo largo de estos siete años he tenido que enfrentarme a la pandemia, a la invasión de Ucrania, a las emergencias climáticas. Siempre las he afrontado con espíritu de equipo, con vocación de diálogo, mirada larga y compromiso social con la mayoría». Podría resultar bonito si no fuera perversamente cursi. 

Misteriosa China. El dragón milenario sigue siendo el gran desaparecido de la actualidad deformativa, excepto por el rumor de que algunos chinos estarían cerrando sus bazares —unos 18.000 en nuestro país— para largarse nadie sabe dónde. Acaso el Partido Comunista ha hecho ya las predicciones de futuro —guerra comercial con los Estados Unidos— y sus súbditos esparcidos por el mundo comienzan a moverse. Recuerdo que en Barcelona, durante la pandemia, obedecían a raja tabla las «recomendaciones» sobre hábitos y horarios que el consulado iba haciéndoles. De momento, no se observa ninguna desbandada, aunque en redes el chisme va creciendo. El misterio será resuelto, confiemos en Gonzalo Miró. 

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