Diagnóstico. La vuelta de Trump al despacho oval ha provocado serias reacciones en las cancillerías, en Bruselas, en sus sucursales nacionales y, derivación clínica, en las redacciones de los medios. Si yo fuera facultativo, diagnosticaría el fenómeno así: episodios de prurito antifa, sarpullidos cancelatorios, alucinaciones armamentísticas y súbita inflamación europeísta, se concluye que el paciente sufre una avanzada intoxicación ideológica con pronóstico reservado.
Rumania. A despecho de la ironía, en el párrafo anterior no hemos nombrado a los diversos servicios secretos. Sobre el caso rumano, suspensión de la ganadora candidatura Georgescu, el presidente saliente habría ordenado la imperiosa desclasificación de algunos informes del SRI (Serviciul Român de Informații, sustituto de aquella famosa Securitate del Ceaucescu). Esos informes apuntaban a la mano negra del Kremlin en favor del candidato vencedor, especialmente en TikTok, de propiedad china. Y también ofrecían una interesante perspectiva, creatividad narrativa: aquello sucedido en las urnas no era «un resultado natural», es decir, sólo fruto del cansancio rumano respecto a los partidos tradicionales. La Oficina Electoral argumentó que Georgescu fue apartado de los comicios porque «violó la obligación de defender la democracia». La inteligencia del país balcánico depende del Consejo Supremo para la Defensa Nacional, en la que tienen sillón el primer ministro y el presidente de la nación.
¡A las armas! Con la casa hecha unos zorros y tras el puñetazo en la mesa del americano, los líderes europeos, temibles párvulos de la geopolítica, han visto sin embargo la ocasión que brinda el asunto. El terremoto Trump evidencia gruesas paradojas. Nuestros dirigentes llevan años trabajando en modelar esta decadencia espiritual, cultural, material. Mas hoy, mientras nos hundimos felices entre violencias domésticas, okupaciones, velos islámicos y ruina de nuestra agricultura y pesca, surge un objetivo supremo, un nuevo plan quinquenal esperanzador, indiscutible. El «rearme» es feliz oportunidad para nuestros cínicos mandamases, como también acicate para que un ejército de columnistas hallen inspiración y llenen sus habitáculos semanales. Mantra, precepto a observar so pena de parecer quintacolumnistas del putitrumpismo. O desviados utópicos, pergeños del Tomas Moro.
Atlantismo. Quién lo iba a decir, de la noche a la mañana el atlantismo, doctrina y sistema propio de la guerra fría contra el comunismo, ha dejado de tener vigencia. Sobre esto no hay duda, como tampoco de que Trump ha sentenciado a muerte tal anacronismo. Los antecedentes de tamaño cambio son conocidos, aunque no asumidos por una Europa acomodaticia y ocupada en la autólisis prometida de 2030. La URSS desapareció en 1991, dio paso a un ramillete de repúblicas independientes (antes socialistas) bajo aquel invento de la CEI y la OTAN aprovechó para expandir sus bases hasta las mismas fronteras de la vieja y decadente Rusia. En el contexto actual, la enorme factura de ese atlantismo caduco y el enquistamiento de la guerra en Ucrania son problemas que urge resolver a los americanos. Por una parte, la UE reacciona sacando pecho belicista, todavía recordamos a un Macron declarándole, sin efecto alguno, la guerra a Putin. Por otra, menos ridícula, el plan yanqui de controlar los minerales raros allí sería un elemento disuasorio ante cualquier anhelo invasivo de los rusos. Según la agenda del gabinete Trump, y una vez alcanzado algún tipo de acuerdo, está meridianamente claro quién representa una amenaza real a su influencia en el planeta —China—, aunque los europeos o no se enteran o, más bien, parecen coquetear con la dictadura capital-comunista asiática. En este sentido, la España de Sánchez sería un elemento aventajado, vista la creciente colaboración con el régimen fundado por Mao. A esto Zapatero lo llama «multilateralismo».
Que no nos roben el Canadá. El secretario de prensa de la Casa Blanca, Leavitt, dijo esta semana que Trump cree que los canadienses se beneficiarían enormemente al convertirse en el Estado número 51 de los EUA. Inmediatamente, las redes se vieron inundadas de opinantes indignados ante el imperialismo yanqui, entelequia que vuelve a estar de moda. Mirando el X español, advierto que todos deberíamos oponernos a esa loca idea de Trump. Porque sí. O sólo porque la expresa Trump, prietas las filas. Pero me pregunto, ¿a nosotros qué nos importa Canadá? Que es como preguntarse qué le importaría a un canadiense si un presidente español rescatara la idea, que durante la Transición volvió a revivir en ciertas altas esferas, de la unión ibérica con Portugal.
Salt como un pronóstico. Cuenta LA GACETA que Cáritas apoyó la manifestación de ayer «por el derecho a la vivienda, y contra el racismo y la violencia policial» en dicha localidad. El nuevo juguete de la extrema izquierda, llamado Sindicato de Inquilinos, también la respaldó. El precedente de tal ignominia fue igualmente ignominioso: la policía, por orden judicial, abortó un intento de ocupación por parte del iman del pueblo y su familia, después de no haber pagado durante cinco años el alquiler. La noticia corrió por los cauces adecuados, es decir, entre las plataformas de izquierdas, y, caída la noche, la banlieu estaba organizada: grupos de jóvenes talentosos hicieron brillar con piedras y ladrillos a la sociedad gerundense. Llegaron incluso a atacar una comisaría. Pero no acaba ahí la jugada, pues el ayuntamiento, gobernado por ERC, se dispone a entregar una vivienda social al imán y su prole, aunque no cumplan el requisito de «vulnerables». El sindicato independiente de Mossos USPAC resume la situación con algunas voces y sintagmas: «preludio», «polvorín», «ciudad perdida», «país tercermundista» o «punta del iceberg».