Semana atribulada y rica en desguaces intelectuales, uno se pregunta hasta cuándo la paciencia de los españoles resistirá a sus políticos. La última vez que el ambiente se animó demasiado, quiero decir muchísimo, los tiros acallaron a las palabras, que habían ya dejado de tener un sentido práctico en comparación al gatillo. Yo no digo que venga una guerra, política por otros medios, mas escucho a demasiados personajes de lo público que parecen suspirar, o al menos jugar con temeridad, por un conflicto a hostias entre españoles. Desgranemos las encendidas e irresponsables soflamas por si alguna vez fuera necesario leerles la cartilla. Y que no sea demasiado tarde.
Del Holocausto al lodo sanchista. Apela solemne desde Mauthausen (Austria) el ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, «a los presidentes autonómicos del PP que vuelvan a la senda del respeto a los derechos humanos». Esto de la memoria, que es sólo propaganda de «los buenos» frente a «los malos» (¿dónde están los historiadores, por cierto?), cotiza al alza en la imaginación belicista del Gobierno, querida guerra civil. El detalle ministerial de visitar un campo de exterminio de judíos y no estarse calladito un rato por respeto, precisamente, a la memoria del Holocausto lució en nuestro alto representante gubernamental.
En campaña. Se despacha Puigdemont en una entrevista concedida a El Periódico. Toda la matraca inmunda del reencuentro y la pacificación con que se llenaban la boca e inundaban prensa y telediarios Sánchez y sus ministros queda cancelada por el ex president: «Mi propuesta es volver a sentarnos todos lo que hicimos el octubre de 2017 y plantear cómo continuamos lo que iniciamos». Y apunta: «Hoy estamos mucho más preparados para aguantar un embate con el Estado».
Otro demócrata. Otegui, que afinó y aromatizó con pólvora la reciente ley de (des)Memoria Democrática, dice en una entrevista en Radio Popular que es «bueno para la convivencia» ofrecer «una salida a los presos de ETA». «En todos los conflictos del mundo cuando ha desaparecido la violencia armada los presos han vuelto a sus casas», resuelve sin despeinarse el flequillo etarra.
La igualdad era esto. La ministro del ramo, Ana Redondo, se regodea en un supuesto igualitarismo ante la noticia de que unos señores han decidido en Valencia montar una asociación de hombres maltratados: «No creo que tengan derecho constitucionalmente», ha sentenciado la mujer. Si bien el Artículo 22 de nuestra Carta Magna reconoce el derecho de asociación. Ya no sé qué pensar ante tanto ramalazo franquista de esta progresía melancólica.
Justiciera Yolanda. Como superwoman, se planta la ministro frente a cualquier injusticia, allí donde las fuerzas oscuras de la ultraderecha y los empresarios pretenden cometer una fechoría. Esta semana ha debido advertir con energía sobre la OPA hostil del BBVA al Sabadell diciendo que «es una operación contraria a los intereses de nuestro país. Destruiría mucho empleo, provocaría exclusión financiera y más oligopolio».
Vuelve Irene. Hacía demasiado tiempo que no disfrutábamos de su locuacidad, de esa manera suya, tan sentimental, de expresar cosas. Algunos malvados ven en la señora un cierto desequilibrio mental. Yo, sin embargo, noto el inconfundible ímpetu de la ideología woke, gazpacho de marxismo, ecologismo, feminismo y mucho ajo. Preguntada por su viaje en Falcon a Estados Unidos, ha contestado airada: «Tienes un montón de colegas fascistas que llevan cuatro años colando preguntas en Trasparencia, se las pides a ellos».
Y Greta. Inimaginable era que la niña ecohistérica sueca apareciera apoyando a Hamás, último bastión contra el sionismo y la democracia occidental. En medio de una ola de agresiones a estudiantes judíos y ruptura de relaciones de varias universidades occidentales con campus israelitas, lo que confirma la decadencia de dicha institución, ha salido Greta a protestar junto a la muchachada propalestina. Coincide el asunto con la celebración de la boñiga festivalera llamada Eurovisión, donde la cantante Eden Golan, abucheada por el público, representa al estado hebreo. Dejando de lado cuestiones artísticas, el tema palestino se ha revelado muy energético para la causa antisistema, a la que le va bien tanto el derretimiento de la Antártida como un grupo terrorista sanguinario.