«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

Del cinismo de Sánchez al buenismo ilusorio de Cruz Roja

Voluntarios de Cruz Roja.

Valencia. Vaya por delante el sentido duelo y la fraternidad para con los compatriotas damnificados de la gota fría. Mas pasan los días y, como era previsible, este grave asunto va mudando a lo político, a la miserable guerra de los equívocos. En fin, al negocio de la comunicación. El Gobierno, que no está para lo que debe, hizo sus cálculos desde las primeras horas, aquellas en las que el agua se llevaba coches, muebles, ollas, sillones, juguetes, fotografías, vidas. Dicen que el nuestro es un gabinete progresista, pues va por delante de la Historia con los enseres ajenos, con sus periodistas salibando, sus humoristas, expertos y demás gente colocada, oh Tierno Galván, a fin de retorcer el relato de los hechos conforme van sucediéndose los decesos. Como dioses jugando con el destino. Ya antes de los funerales, incluso mientras el mar devolvía cuerpos, estaban los mandatarios en el cálculo soez. En la infecta guerra civil.

Derribos. Uno recuerda Chernóbil. La catástrofe que diera la puntilla a un sistema degradado, decadente, el imperio soviético. A veces es cruelmente necesaria una tragedia para despertar del letargo y derribar cárceles mentales. En los pueblos anegados de Valencia sucedieron muchas cosas, además de la muerte exacta. Vimos la tragedia, la podrida inacción de los gobiernos, pero también la bondad y el esfuerzo del pueblo soberano. Ese al que exprimen a impuestos los gobernantes como una punta de lanza progre. Pero la noble y solitaria reacción en los días de la catástrofe, ausente el Ejército por decisión gubernamental, marca un antes y un después. O, al menos, señala una cosa peligrosa para el establishment. Y no es la antipolítica. Es el hartazgo de políticos ineficientes, deficientes, calculadores. Es la higiene.

La calle. Pasa el tiempo, agente necesario de la vileza institucional. De la ecuación progresista: «Aguanta, jefe, ya se cansarán, volverán a sus tristes casas, a sus vidas calladas», podría susurrar un ministro. Alalimón, van aplicándose los grandes medios (la tele con la que se informan millones de españoles) en echar un pútrido manto. Uno ve esas tertulias de entretenimiento, las bromitas, las caras de plasma, el sentirse pagado y deber ser, manda el guion, correctamente ingenioso. Les pagan a las estrellas del cutrerío nacional para sofocar cabreos, para reducir a anecdótica la rabia tras el abandono. Y, lo que es más exacto, para inocular una agradable idiocia al siervo en su sofá. Hay excepciones, pero son sólo eso, excepcionalidades periodísticas. La consigna está dada desde arriba: nadie alimente la reacción; nadie ose poner luz a la indignación ciudadana. Porque, desde Zapatero y los trenes de Atocha, qué digo, desde el abogado Robespierre, la indignación es patrimonio de la izquierda. Una gracia patentada. Así que no permitan los medios regalársela al fascismo de un simple valenciano sin hogar, embarrado de indiscutible verdad. La progresía es tan inmoral que, rauda, montó enseguida una manifestación para proteger al jefe, al número uno. Habían pasado pocos días desde la tragedia, pero convenía instrumentalizarla. La calle es suya, piensa el zurdo bien alimentado. Y si en algún momento la calle deja de serlo, no me cabe duda de que la aplastarán con sus policías.

Venezolando. El programa a medio y largo plazo es convertir la patria en una república bolivariana. Si estamos atentos —y no somos todavía perdidamente idiotas— a las iniciativas del Gobierno, el socialismo va instalándose aquí sin prisa pero sin pausa. Las grandes empresas tienen en sus agendas largarse del país. Pueden hacerlo, no así el españolito medio. Ese que ahorraba y pensaba en un futuro más o menos agradable para su descendencia. Se ha conocido esta semana que Pedro Falcon y Yoli Pellets han decidido eliminar la exención que permitía a los seguros médicos privados no pagar el impuesto sobre las primas. La medicina privada es un lujo capitalista, debe derruirse. No sabemos qué pensará Almodóvar, tan de la Ruber. 

Cinismo. El líder Sánchez habló desde Azerbaiyán, país que ha cometido, según varias organizaciones internacionales de derechos humanos, una limpieza étnica de la minoría armenia. «Más de 220 personas han perdido su vida en mi país, y ellas son la razón por la que estoy aquí. El cambio climático mata», dijo el presidente. Si bien Teresa Ribera, aplicada en aprobar el examen para ser comisaria europea mientras morían compatriotas bajo el fango, dio en su momento carpetazo ministerial al encauzamiento del barranco del Poyo por «problemas presupuestarios y ambientales». 

Cruz Roja. Como aquí ya no se calla nadie, las gentes comenzamos a ver cosas antes inimaginables. Educados, o mejor, amansados en una especie de buenismo ilusorio, el mundo nos parecía mejor de lo que era, al menos en algunos aspectos. Permanecíamos, en realidad, encerrados en una caverna de ecos deformantes. Al ejemplo, la imagen de una Cruz Roja que hacía el bien allá donde iba, calamidades naturales, hambrunas africanas, guerras civiles. Y todo gracias a nuestra generosidad. Formidable círculo. Si bien estos días el agua también se ha llevado la inocencia. En el año 2023, la organización recibió casi 514 millones de euros del Gobierno de España, de los cuales 475 fueron destinados a gastos de personal. Y de esa cantidad, más de cuatro millones fueron a parar a los bolsillos de la «alta dirección», formada por una elite de 64 personas.

Cataluña. El medio de Godó ofrecía esta semana un capítulo más de la rehabilitación civil de Jordi Pujol. A este hombre todavía le va a dar tiempo a vivir una gloriosa postrimería. Me atrevo a pensar que si se presentara a unas elecciones -cosa improbable- vencería. Nada sorprendente en una Cataluña arrasada por el infantilismo woke y la sensiblería nacionalista. En una Cataluña extraviada tras las bobas aventuras del procés. Sería como volver a los brazos del padre ausente.

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