Gobierno procesista. El salto cualitativo, la pirueta última del presidente del Gobierno, a quien deberemos acostumbrarnos a llamar caudillo para ser más exactos, va de implantar un ejecutivo procesista. Yo de los indepes pensaría un rato en esto, pues supone un robo, la apropiación de tan querida criatura (el Procés) por parte del odiado español. Si no se andan con ojo, un día de estos el PSC-PSOE proclamará la independencia de Cataluña, dejándoles en pelotas y sin haber cumplido la misión para la que nacieron, hace unos cien años.
«Oportunidad histórica». Así se manifestó el recadero Cerdán tras la ansiada firma del delincuente Puigdemont. Su jefe Sánchez pasará efectivamente a la Historia de la ignominia política española (y el listado es tan largo como enjundioso) por implantar aquella idea pratiana del nacionalismo catalán de principios del siglo XX: la conquista de España. O lo que, en términos contemporáneos y más cursis, algunos llamaron «catalanizar España». Alguien podría argüir la estulticia de la nación, cayendo una y otra vez en las trampas del más envenenado movimiento ideológico contemporáneo, sin menoscabar al poderoso comunismo (el fascismo fue anecdótico, como demuestra su utilización interesada y vacía por Franco). Y, aunque las motivaciones del poder estén siempre basadas en la conquista y el mantenimiento del mismo, el argumento de la estupidez nacional tendría un cierto peso: a Sánchez lo votaron casi ocho millones.
En tales manos estamos. Entre las esforzadas genuflexiones y excitaciones orales de los súbditos sanchistas, quiero destacar la del secretario de Estado de Justicia, Tontxu (se admiten traducciones) Rodríguez, quien calificó esta semana de «verdaderos okupas» a los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).
Lo estás haciendo muy bien, José Luis. Otro siervo que le hace sombra a la gran Linda Lovelace, maravillosa actriz porno conocida por su actuación estelar en el film Garganta profunda, sería el exministro Ábalos. Se refirió a la quema de las calles y violencia de la plataforma Tsunami Democràtic en 2019 como una «expresión democrática», mientras aclaraba al público que los actuales manifestantes de Ferraz son “vándalos”.
Un tupé al servicio del socialismo. El dubitativo fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Jesús Alonso (apreció terrorismo en Tsunami Democràtic y luego rectificó para no desbaratar los planes de Sánchez con el prófugo), ha sido pasto de las comidillas semanales. Resulta que, de pronto, desapareció su brillante calvicie, cubierta ahora por un mojón de cabello. Recio pelazo, si bien el corte y estilo tienen algo de raro, como de bisoñé sacudido por un frenazo inesperado. María Durán, que luce su carácter, comenta el asunto y lo juzga «uno de los peores peinados de la historia de España reciente, sólo superado por Iñaki Anasagati y Pepe Oneto», para compararlo a «una ensaimada capilar en la que perfectamente podrían anidar varias parejas de cigüeñas».
Diputada tabernaria. El nivel de indignidad va parejo al estético en las bancadas de la izquierda golpista. Por no hablar de la calidad intelectual, esa cosa misteriosa que se obtiene a través de buenas lecturas y algo de modestia. Así hemos visto a la presidenta del grupo parlamentario de los Comuns (bulldozer Colau y su pandilla, amigos íntimos de Yolanda) en el parlamento catalán, Jéssica Albiach, dedicando una peineta a Ignacio Garriga (VOX) por llamarles «comunistas hiperventilados». Esta gente comenzó la moda de llevar al ágora camisetas con eslóganes de repetidor de EGB y pancartas como ideadas por Abundio. Bien, han pasado ya de la literatura elevada, del gastado lema y optan por la caricia (el socialista Daniel Viondi a Almeida) o el gesto digital de hooligan cervecero. ¿Cómo era aquello de Andreotti de que «manca finezza»? En fin.
Rancio populismo. La señora Díaz ha escrito: «el 23J dijimos que íbamos a tener un gobierno de coalición progresista. Han sido meses difíciles, pero la serenidad y la convivencia se han impuesto al ruido y al odio». La frase está muy concentrada, caben en ella toda la capacidad de retorcer la realidad, de mentir descaradamente y, por supuesto, pone una vez más a prueba la capacidad masoquista de los españoles. Por no hablar del estado alucinatorio incurable del votante de izquierdas. Por otra parte, no sé yo si le gustará al queridísmo, xenófobo y corrupto Puigdemont que le califique Yolanda de «progresista».
A España no la salvan ni las palabras. El periodismo busca siempre su oro entre las arenas de la actualidad, ilusión de ser ocurrente, de ganarse el pan y el aplauso tras el hallazgo de una imagen certera y, sobre todo, perspicaz. Pero, ante esta demolición nacional, cualquier ‘alegría’ del ingenio palabrero es en seguida pasto de un estado de ánimo melancólico. Sólo estamos para encontrar metáforas. O chistes malos.
Eternos púberes. El mal de la juventud debe ser tenido en cuenta. Incluso cuando se alarga hasta los momentos de canas y arrugas. Hay infinidad de sujetos en política que no han superado el acné ideológico: la rebeldía permanente (cosa trotskista) de los talluditos. Son los eternos chavales que, aunque hayan leído bastantes libros, siguen como los púberes sin entenderlos.