«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Corea del Norte: ¿Y si la que invade es China?

Como predijimos que iba a pasar, ni «furia» ni «fuego» han caído sobre Pyongyang por su desafiante lanzamiento de un misil sobrevolando Japón, pese a las bravatas de Trump y las advertencias de los altos funcionarios americanos.

Más: Corea del Norte probó inmediatamente después una bomba H y redondeó su ‘troleo’ llamando «prostituta» a la embajadora de Estados Unidos, Nikki Haley.

Todo queda en sanciones económicas… que tampoco van a ser tan aplastantes y brutales como predecían los ‘tuits’ presidenciales.

Estados Unidos no va a hacer nada por su cuenta con Corea del Norte, y está tan ansioso de llegar a algún acuerdo sobre Corea del Norte que está dispuesto a rebajar considerablemente el castigo para ganarse la buena voluntad y el voto en el Consejo de Seguridad de la ONU de chinos y rusos. Así que, nada de embargo de petróleo -algo cuya sola mención enfureció a Beijing- ni de poner a Kim en la ‘lista negra’. Unos recortes aquí y allá, limitaciones comerciales y pare usted de contar.

La consigna del momento, pues, ha dejado de ser «castigar a Corea del Norte» para convertirse en «rebajar la tensión en la zona». Sin novedad, vamos.

Y no es que en Pyongyang no hayan ladrado como si les sometieran a las peores y más injustas torturas. Corea del Norte mantiene en sus últimos comunicados el mismo lenguaje florido, reminiscente de los peores momentos de la Guerra Fría, que es habitual en el régimen juche, como cuando advierte que «en caso de que Estados Unidos acabe amañando una «resolución» ilegal e ilegítima para endurecer las sanciones, la RPDC se asegurará de que Estados Unidos paga el precio». Y añade la deliciosa nota de la agencia norcoreana KCNA: «El mundo será testigo de cómo la RPDC doma al gánster norteamericano adoptando una serie de medidas más duras de lo que nunca se había planteado». Tiembla, Donald.

Pero el dilema se las trae: China no puede permitirse indefinidamente dejar que su incómodo miñón siga comportándose en la escena internacional como si fuera el ‘malo’ de una película de James Bond, pero tampoco puede permitirse perder a su satélite y mucho menos dejar que Estados Unidos, con el que mantiene un discreto pulso por la supremacía en el Mar de China, reunifique la península por las bravas y le ponga Marines en su propia frontera (Washington mantiene 16.000 soldados en Corea del Sur).

Por su parte, Trump no puede permitirse que el pequeño Kim le tome por el pito de un sereno, sobre todo después de haberle amenazado públicamente, perdiendo un prestigio que le es especialmente vital en esa zona del planeta, pero no puede arriesgarse a un enfrentamiento directo y total con su principal socio comercial, China, y tampoco arriesgar una guerra en la que las bajas se contarían con toda probabilidad no en miles, sino en millones de muertos.

El remedio del ‘cambio de régimen’ es una solución de fantasía. Corea del Norte es una sociedad vigilada y fanatizada; la posibilidad de moverse con la discreción suficiente para montar un golpe palaciego -de revolución de colores, ni hablamos- es muy pequeña. De darse un golpe, podría salir mal y la reacción de Kim sería previsiblemente terrible. O podría salir ‘bien’, pero provocando el caos, algo poco aconsejable en un país con armamento atómico.

Este dilema aparentemente insoluble tiene una salida, aunque desde ya advertimos que es una ‘alternativa del diablo’ rozando la ciencia-ficción: que invada China.

Para empezar, Kim no respondería como con toda seguridad lo haría en caso de invasión yanqui, reduciendo Seúl a cenizas. Ni siquiera es seguro o aun probable que lanzara todo su arsenal contra China, su único aliado, que podría intervenir con la promesa de dejar las cosas más o menos como están, si no algo mejor.

Eso mataría muchos pájaros de un tiro, dejando contentos a los contendientes principales: China seguiría contando con Corea del Norte con un liderazgo títere, más fiable, e incluso afianzaría su prestigio en la zona, y Estados Unidos podría darse por satisfecho y vengado en su honor. El mundo entero se libraría del bala perdida de Kim y la propia Pyongyang podría mantener más o menos la estructura de gobierno actual, con su fachada juche pero con alguien menos peligroso al frente.

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