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un ejemplo perfecto de lo que puede ocurrir en otros países de Occidente

Infierno ‘woke’ (II): guerra contra la ganadería, cuotas raciales e ideología de género en Nueva Zelanda

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, junto a su sucesor al frente del país austral, Chris Hipkins. Europa Press

El país anglosajón más cercano a la Antártida, conocido por el exterminio del diablo de Tasmania y de la casi extinción de los nativos maorís, lleva años en la senda del progresismo más extremo. La capacidad de convertirse en un laboratorio de políticas woke lo convierte en un ejemplo sobre lo que puede ocurrir en otros países de lo que se conoce como Occidente.

Jacinda Andern, su primera ministra desde 2017 hasta principios de este año 2023, fue la jefa de gobierno más joven del mundo con apenas 37 años. La imagen recordaba al ex primer ministro de Austria, Sebastian Kurz, pero en el centro-izquierda. Nueva Zelanda siempre se ha considerado un país diferente, en la línea de Australia. Poco tienen que ver con el tradicionalismo británico (no olvidemos que Australia fue un territorio al que se enviaban los presos no deseados en el Reino Unido) pero su corte anglosajón los delata. Con Andern –laborista- han abrazado la agenda multicolor globalista como nunca antes. Durante la crisis sanitaria del coronavirus también fue uno de los países donde más se maltrató a la población con todo tipo de imposiciones aleatorias. Vivir en una isla tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes (en especial a la hora de escapar).

La ex primera ministra es un ejemplo de gobernante globalista, activista antifronteras y antinacionalista. En la ONU, en 2019, describió la soberanía nacional como «simplista». Su principal argumento fue que «nuestro mundo globalizado y sin fronteras nos pide que seamos guardianes no sólo de nuestro propio pueblo, sino de todos los pueblos». El mesianismo clásico de este tipo de gobernantes. No querrán fronteras a nivel internacional, pero no paran de crear fronteras a nivel nacional, como se expondrá más adelante.

Guerra contra la ganadería para luchar contra el cambio climático

Uno de los pilares fundamentales de la Agenda 2030 es acabar con la soberanía alimenticia de los países, en especial con la ganadería y el consumo de carne. En España, el ministro de Consumo Alberto Garzón ha opinado en numerosas ocasiones sobre la importancia de reducir o eliminar el consumo de carne, además de emitir unas declaraciones realmente dañinas en un medio anglosajón sobre la producción de carne española. Jacinda Andern también siguió esta senda al comprometerse con la reducción de emisión de metano de los animales de granja en un 10% para 2030 y hasta en un 47% para 2050. Esto supone eliminar uno de cada dos de este tipo de animales. Este tipo de impuesto a las ventosidades de los animales sería el primero del mundo y quería forzar a los granjeros a asumir los costes aumentando el precio de otros productos agrícolas.

La guerra contra el cambio climático la pagarían, como siempre ocurre, los consumidores, que en gran parte no entienden el porqué de determinadas políticas. Tal y como ocurrió en Países Bajos, la resistencia de asociaciones agrícolas apartó por el momento el plan, pero eso no indica que el nuevo gobierno del también laborista Chris Hipkins haya dejado de lado el compromiso de reducción de emisiones. Los neozelandeses han votado el mismo programa político de su antecesora en el cargo.

Cuotas raciales: hacia un nuevo apartheid

Como se indicaba anteriormente, el trato a la población indígena fue prácticamente de exterminio en la colonización del país. Las nuevas teorías críticas raciales que nacen en universidades anglosajonas han provocado una nueva serie de leyes de cara al futuro. En Nueva Zelanda, el 16,5% de la población es de origen maorí, siendo el total de cerca de 4,5 millones de personas. Lo que propuso la administración Andern fue la implantación progresiva de cuotas raciales al 50% entre maorís y no maorís en los próximos 20 años. Así como en otros países, incluido el nuestro, se han impuesto cuotas femeninas en los puestos ejecutivos de empresas –nunca en el total del mercado laboral- en Nueva Zelanda se están siguiendo los mismos pasos pero desde la perspectiva racial.

En la práctica esto supone la creación de dos sistemas administrativos. Ya existe a día de hoy un sistema de salud exclusivo para maorís conocido como Te Aka Whai Ora. Así como se incentiva de manera errónea la igualdad racial a través del indigenismo en Hispanomérica, se están siguiendo los mismos pasos en la esfera anglosajona. El apartheid ahora es progresista si se trata de ensalzar determinadas razas escudándose en hechos pasados. Esto, aunque no quiera verse, afecta a todo. Por ejemplo, en los premios literarios nacionales Ockham, en 2021, de 16 finalistas, siete fueron no blancos y otros siete fueron mujeres. En poesía, ningún escritor blanco fue escogido y tres de los cuatros libros finalistas sobre no ficción tratan sobre el pueblo maorí. ¿Es un problema tratar estos temas o que se escoja a determinados autores? No, el problema es cuando para reparar una supuesta afrenta histórica se deja de lado a determinados grupos raciales o sexuales por el hecho de serlos. El racismo, así como el apartheid, también es progresista si cumple con los preceptos de las nuevas religiones de Estado.

Ideología de género por bandera

Este país fue el primero del mundo en presentar en los Juegos Olímpicos un competidor hombre biológico en la categoría femenina. El primer transexual de la historia de los deportes en categoría oficial. Laurel Hubbard, un deportista de halterofilia, mediocre en la categoría masculina, se posicionó entre las 10 mejores del mundo femenino. A pesar de eso, no pudo impedir su descalificación en Tokyo 2020.

La política de protección de lo que se conocen como «minorías sexuales» en Nueva Zelanda (ahora incluyen el nombre maorí de Aotearoa antes del nombre oficial por inclusión racial) incluye, al igual que en el resto de países occidentales, lo que se conoce como «delitos de odio«. Las penas máximas por incitación al odio eran de una multa de 7.000 dólares y un máximo de tres meses de prisión. Los cambios propuestos en 2021 aumentan ese máximo a tres años de prisión y una multa de 50.000 dólares. Libertad de expresión sí, pero depende de quién y sobre qué.

Así como ocurrió en Canadá con la persecución al conocido psicólogo Jordan Peterson por no usar de manera «correcta» los pronombres de los transexuales, en Nueva Zelanda también se persigue por ley este tipo de actitudes consideradas «ofensivas».

Los medios y la propagada woke

La emisora estatal Radio New Zealand (RNZ) dedica mucha atención a lo que denomina la comunidad «LGBTQI». RNE, en especial Radio 3, hace lo mismo en España. Durante la pandemia, la RNZ se lamentó de que las restricciones de Covid dificultaran el acceso a una atención sanitaria de género para transexuales. Es decir, que se limitara el acceso a operaciones para modificación de genitales y se viese dificultado el consumo de hormonas. El término «asistencia sanitaria» es un eufemismo para referirse a medicamentos que bloquean la pubertad y que pueden causar daños irreversibles.

En los principales medios de comunicación neozelandeses, académicos y activistas informan sobre la importante «intersección» entre descolonización, ideología de género y cultura indígena –tres grandes mantras woke de hoy en día–. Esto es un extracto del medio digital Stuff:

«Antes de la colonización, los homosexuales formaban parte de las comunidades indígenas. Sin embargo, el matrimonio impío de la colonización y el cristianismo desgarró violentamente el tejido de nuestra cultura, suplantando el amor, la celebración y la aceptación de la homosexualidad indígena por la homofobia, la transfobia y la queerfobia».

El mito del buen indígena –y aún más si se le imagina como un indígena homotransqueer– también existe en la cultura anglosajona.

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