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HA ASUMIDO LA NUEVA RELIGIÓN DE ESTADO

Infierno ‘woke’ (I): revisionismo histórico, islamización, privilegios LGTBI y persecución a los opositores en Canadá

El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.
El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Europa Press

Este es el primer artículo de una serie de análisis sobre los países de base anglosajona en los que, por activa o por pasiva, esta nueva religión de Estado está penetrando más que en otras plataformas civilizatorias. El problema: por su amplio poder económico y político acaban infectando a los países de su misma esfera, lo que hoy se considera como «Occidente».

El país norteamericano gobernado por Justin Trudeau es uno de los más distópicos en cuanto a leyes woke y no parece que vaya cambiar de rumbo en el corto plazo. Canadá es al mundo anglosajón lo que es Europa para el resto del mundo: un laboratorio del gobierno mundial. Esto último es frase literal de Javier Solana, ex secretario general de la OTAN. El Reino Unido no se queda atrás, como veremos en futuras entregas, aunque Canadá se ha aupado al primer puesto por méritos propios.

El término woke es un anglicismo cuyo símil en español sería progresismo aunque con obvios matices. Mientras que en su versión inglesa éste es carente de significados políticos, en su versión española hace referencia a «progreso», por lo que configura un marco mental determinante a la hora de relacionarse con significados y significantes en la mente de la ciudadanía. Woke (despierto, en inglés) vendría a ser la persona consciente de determinados problemas sociales que podríamos llamar estructurales (racismo estructural, machismo estructural, desigualdad estructural, etc.). Sería, por así decirlo, la versión simplificada a la inglesa de la metáfora de la caverna platónica. Su aplicación política hoy tiene que ver con toda la ristra de leyes y adhesiones políticas de izquierda en lo referente a la aceptación de posturas pro inmigración, LGTBI, género, globalistas, antinacionalistas, etc. En inglés existe otra expresión: I support the current thing, es decir, «apoyo lo que toque en cada momento». Y en esto Trudeau –y por extensión Canadá– es el alumno aventajado. 

El país de la hoja de arce es el ejemplo más claro de multiculturalismo. Un concepto este, por cierto, acuciado en los años 60 del pasado siglo por el padre del actual ministro, Pierre Trudeau. Aunque sobre el papel el concepto puede parecer impecable, en la práctica ha resultado en una ruptura cada vez más evidente con la compresión tradicional de la sociedad y del individuo. Las cuotas, los espacios seguros, las teorías raciales, el revisionismo histórico y una larga lista de medidas adoptadas por Justin Trudeu lo han convertido en un déspota progresista.

Transformación militar

El Departamento de Defensa Nacional lleva meses trabajando por unas fuerzas armadas libres de racismo. Nadie está en contra de esto, el problema es cuando se aprueban paquetes de medidas sobre diversidad, equidad e inclusión. Una ponente en un acto oficial llegó a señalar que el ejército está infectado de «supremacismo blanco«. Cabe la duda de si realmente hay un comportamiento racista en uno de los países con menos proporción blanca de occidente o se refiere a que todavía hay muchos blancos. El mismo departamento aprobó una beca para el profesor Andy Knight de la Universidad de Alberta para medir el grado de este «supremacismo blanco». Meses atrás, las Fuerzas Armadas de Canadá ya advirtieron sobre los graves problemas que existen para reclutar nuevos soldados o para cubrir todos los puestos ofertados. Una muestra visual es este anuncio del Ejército para reclutar de hace cinco años. Ni un arma para llegar a las nuevas generaciones. El Ejército como una ONG, al ejemplo de lo que siempre quiso José Luis Rodríguez Zapatero para nuestro país. 

Revisionismo histórico

Como consecuencia de las protestas que atravesaron Norteamérica fomentadas por los terroristas domésticos de Blacks Lives Matter (terrorismo porque fue violencia con fines políticos), diversas turbas arramplaron con estatuas de la reina Victoria, Isabel II y John A. MacDonald (al que se podría llamar padre fundador de Canadá). El izquierdista Pierre Trudeau, ya mencionado anteriormente, adoptó oficialmente el multiculturalismo por ley en 1971 como vía para refundar la identidad nacional de un Canadá huérfana tras el fin del imperio británico al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, el país no ha hecho más que volverse contra sí mismo. El actual primer ministro, hijo del por aquel entonces también primer ministro, llegó a declarar en 2016 que el país no tiene «identidad tradicional real» (no core identity). Duras pero realistas palabras para lo que algunos consideran el primer Estado postnacional de la historia. ¿Es este el Estado que desean los globalistas para el resto de naciones?

Islamización

La dictadura de lo políticamente correcto también impera en Canadá de mano de Justin Trudeau. El proceso de islamización parece imparable –al igual que ocurre en Europa– ante el miedo, la incapacidad o la voluntad de no hacer nada por parte de los gobernantes. Mientras que los ataques por motivos religiosos contra judíos y cristiano crecen proporcionalmente al aumento de población musulmana, los políticos canadienses se muestran más preocupados por acabar con la «islamofobia» y sus variantes dentro de lo que se consideran «delitos de odio». La primera mezquita se fundó en suelo canadiense en 1938 y el avance continúa. ¿Es un peligro la existencia del islam? No. ¿Es un peligro cuando aumenta sin que se le impongan condiciones como a cualquier otro ciudadano y confesión? Sí. Cuando un político intenta contentar a una base demasiado amplia de posibles votantes, lo más seguro es que antes o después cometa errores. El más sonado en este sentido fueron los calcetines multicolores con las palabras Eid Mubarak que el primer ministro mostró durante la celebración del Orgullo Gay en Toronto que coincidía con el fin del Ramadán. 

Leyes LGTB

Los privilegios LGTB que estamos viendo en los últimos años también existen en Canadá. La confusión voluntaria entre crítica a un colectivo o a un lobby por un determinado comportamiento y un supuesto delito de odio es parte del día a día. Así como en otros países, incluido España, el concepto de «delito de odio» sólo se aplica cuando la crítica se vierte hacia grupos considerados minoritarios u oprimidos históricamente. La pendiente resbaladiza en Canadá existe y el ejemplo más reciente es la propuesta de una política canadiense para que se apruebe una ley que conlleve una pena de cárcel y una multa de hasta 25.000 dólares a todo aquel que cometa «delito de odio» en torno a eventos LGTB o, incluso, de drag Queens con menores de edad. Cualquier «acto homófobo, transfóbico, de intimidación, amenaza, comentario ofensivo, protesta, disturbio y distribución de propaganda de odio» quedaría prohibido por ley si se aprueba el proyecto, según ha declarado Kristyn Wong-Tam, promotora de dicha medida. 

Respecto a este tipo de leyes surge siempre la misma duda: ¿qué se considera un acto homófobo o transfóbico? El listón para esto cada vez está más bajo. Lo que se busca es una censura evidente pero justificada de tal manera que parezca protección cuando lo que realmente persigue es la cancelación de posturas contrarias o disidentes al discurso oficialista respecto a temas morales o sociales. 

Medidas ilegales contra opositores

Hace apenas un año que el Gobierno de Trudeu impuso la ley marcial contra los participantes en las manifestaciones de los camioneros. Congelar las cuentas bancarias de los asistentes o de las personas que apoyaran logísticamente las mismas no se había visto nunca antes un país que se enorgulleciera de llamarse democrático. El primer ministro estuvo ausente de la esfera pública durante días y tuvo que ser una representante del Gobierno quien anunciara tan impopular medida. Este mazazo en la mesa fue un aviso a navegantes.

Los gobiernos progresistas pueden valerse de palabras biensonantes o de sonrisas de estudio, pero sus acciones distan mucho de lo que pregonan. El Trudeau español es Pedro Sánchez; el francés, Emmanuel Macron. Dirigentes a los que no les tiembla el pulso a la hora de imponer confinamientos, criminalizar a los opositores, usar a las fuerzas armadas contra la población… Ejemplos hay demasiados. 

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