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El Emir pagó 780 millones de euros a la FIFA

La FIFA se esfuerza en blanquear a Catar y su mundial

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, junto a Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani, Emir de Catar, durante la inauguración de la Copa del Mundo. Tom Weller/dpa

Mejor fecha no ha podido elegir Netflix para sacar a la luz Los entresijos de la FIFA, apenas 11 días antes del comienzo del Mundial de Qatar 2022. La miniserie de cuatro episodios indaga en la historia del máximo organismo del fútbol mundial, mostrando cómo éste acabó asiendo la bandera de la corrupción desde la llegada al poder de Joao Havelange hasta la concesión de la Copa del Mundo a Catar (hace ahora 12 años), en el que sin lugar a dudas es uno de los mayores escándalos de la historia del deporte.

Según informó The Times a principios de 2019, Catar pagó en secreto 780 millones de euros a la FIFA por el Mundial, incluyendo coimas por unos derechos televisivos para Al Jazeera —cadena de televisión propiedad del emir del país—, que en absoluto cuadran con los precios reales de mercado. Una oferta mareante a la que no afectaron las normas de la FIFA, cuyos estatutos prohíben tajantemente que empresas vinculadas a candidaturas para organizar la Copa del Mundo realicen propuestas económicas que estén relacionadas con el proceso de elección.

En Catar, uno de los seis países más ricos del mundo, sus autoridades parecen estar por encima del bien y del mal. Hasta Amnistía Internacional insiste en uno de sus últimos informes elaborados con motivo del Mundial en denunciar la sistemática violación de derechos humanos en una nación donde la mujer es sometida, los homosexuales perseguidos con mano de hierro y la libertad de prensa brilla por su ausencia, recordando también la muerte de más de 6.500 obreros inmigrantes (procedentes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka) desde la concesión de la Copa del Mundo 2022.

La delirante rueda de prensa de Infantino

Hechos contra palabras. Por eso los periodistas y aficionados continúan a esta hora boquiabiertos tras la rueda de prensa ofrecida el pasado sábado por el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, a 24 horas del comienzo del Mundial. En un burdo intento por lavar la imagen de Catar y su gobierno, el dirigente suizo se definió a sí mismo como «catarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador inmigrante…«.

En su discurso, Infantino no dudó en dar lecciones de moralidad a Europa y todo Occidente, y destacó unos «avances de Catar» que nadie se cree a estas alturas del partido. Se le volvió a ver el plumero con una siniestra propaganda goebbeliana. Victimismo del bueno al más puro estilo Luis Rubiales, cuando el presidente de la Federación Española de Fútbol, hace siete meses, habló de «cunetas», «piernas rotas» y «cocaína en el maletero», en una encendida, disparatada e increíble defensa del acuerdo con Kosmos, la empresa de Gerard Piqué, para la no menos polémica disputa de la Supercopa de España en Arabia Saudí.

En el caso de la FIFA, Infantino y sus acólitos no morderán la mano del amo que les da de comer. 64 dosis de fútbol a lo largo de un mes, mientras los mandatarios del fútbol mundial se llenan los bolsillos. Nada importan las condiciones políticas de un país para ser designado organizador de un gran evento deportivo, y lo que ya ocurrió en Italia, Argentina, Alemania o China se reproduce ahora en el Golfo Pérsico, y seguirá ocurriendo. El balón puede actuar como placebo, pero no es una medicina: la gran fiesta del fútbol mundial se irá de Catar dentro de un mes, pero las libertades seguirán brillando por su ausencia.

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