Venezuela es el país del mundo con mayores reservas de petróleo, pero el empobrecimiento de sus habitantes les ha abocado a comprar cucharadas de comida para intentar burlar una escasez de alimentos que se ha agravado en los últimas semanas, cuando la economía entró en una espiral hiperinflacionaria.
Maduro aumentó un 30% el salario mínimo mensual, pero la inflación sitúa esa cantidad por debajo de la percibida por los trabajadores en Cuba. Las diferencias en América Latina son notables: en Panamá se sitúa en 744 dólares, mientras que en el régimen chavista apenas llega a los 0,14 dólares.
Pese a que el gobierno ha aumentado en 555,22% el salario mínimo para “protección al pueblo” en los últimos 12 meses, Maduro no ha podido ganarle la batalla a la inflación que solo en el mes de octubre de 2017 cerró en 50,6%, según el cálculo de la firma de asesoría económica y financiera Econométrica.
Productos de consumo diario como el café, la harina, la leche y el azúcar son ofrecidos ahora en bolsitas que pesan entre 50 y 150 gramos, cuyos precios suben cada día en los puestos ambulantes de los barrios populares al margen de las regulaciones impuestas por el Gobierno.
En la populosa redoma de Petare, ubicada en la barriada caraqueña del mismo nombre, varios buhoneros venden cuatro cucharadas de azúcar por 4.000 bolívares, (poco más de 1 dólar según la tasa oficial de cambio más alta).
Con este precio, un venezolano que como la mayoría de los trabajadores y todos los pensionistas del país perciba al mes el salario mínimo (53 dólares) gana por día el equivalente a 6 cucharadas de azúcar.
Los revendedores, conocidos en el país sudamericano como «bachaqueros», ofrecen otros productos como el café en bolsitas de menos de 50 gramos a dos, tres, cuatro o cinco bolívares, dependiendo de su peso.
Esta forma de comercio se viene registrando en el interior del país desde hace meses y se ha extendido en mercados del este y oeste de la capital venezolana en las últimas semanas, al mismo tiempo que el Parlamento, de mayoría opositora, informaba de una inflación anual acumulada hasta octubre de 825 %.
Otros productos como el champú y el jabón de tocador también han engrosado la oferta del mercado liliputiense venezolano, que arrancó con ítems del consumo directo y ahora incluye algunos de higiene personal.
El champú, el jabón y el aceite vegetal, por ser líquidos, son entregados al comprador en pequeñísimos envases de menos de 250 mililitros y en ocasiones con tapas o sellos improvisados.
En medios locales han circulado varias denuncias de supuestos fraudes con estos productos, por parte de oportunistas que ofrecían aceite de cocina ya usado o cal en lugar de harina de trigo.
Las autoridades no han hecho pública ninguna detención por casos como estos, que han sido expuestos en estados como Zulia y Trujillo, ubicados en el oeste.
La llamada revolución bolivariana ha establecido un control de precios sobre productos de consumo diario como el café, la harina, la leche y el azúcar, generalmente escasos en los supermercados, donde la ley que limita el margen de beneficios se aplica vigorosamente.
Para acceder a estos alimentos los venezolanos pasan a diario horas en colas frente a los establecimientos que expenden de forma racionada la harina, el azúcar, la leche o el café y otra decena de productos regulados que cada vez llegan con menos frecuencia a estos lugares.
Al calor de este desabastecimiento, el mercado de los «bachaqueros» no para de crecer en toda la geografía nacional, e introduce ahora esta mutación minimalista del comercio para seguir siendo accesible a los bolsillos de los venezolanos, cada día más pobres.
Con todo, la oficialista Asamblea Nacional Constituyente (ANC), un órgano señalado de fraudulento por buena parte de la comunidad internacional, prepara una ley de «precios acordados» que buscará armonizar la relación entre el Gobierno y los comerciantes «mediante el diálogo y la corresponsabilidad».
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