«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Mientras continúa la absoluta indiferencia de los medios occidentales

Matan a un granjero en Sudáfrica después de que en una concentración de extrema izquierda se coreara «¡matad a los blancos!»

Theo Bekker y su esposa. Twitter

En Balfour, Sudáfrica, un granjero blanco, Theo Bekker, de 79 años, ha sido brutalmente torturado y asesinado y su esposa, Marlinda, está en estado crítico y se debate entre la vida y la muerte después de que cuatro bantúes les atacaran en su propiedad, golpeándoles con barras de hierro antes de degollar a Theo.

La noticia no dejaría de ser un caso propio de página de sucesos de prensa local si no fuera por dos circunstancias. En primer lugar, que desde el fin del régimen del Apartheid en 1994 se ha asesinado de forma especialmente brutal a algo más de 3.000 granjeros blancos, en lo que se ha venido en llamar «Plaasmorde», mientras que el total de víctimas blancas varía entre 35.000 y 70.000, sin consideración de edad o sexo. De todo el mundo, los «bóers» son el grupo humano con mayor riesgo de morir asesinados, con una tasa anual de 310 por cada 100.000 habitantes.

Y, sobre todo, el ataque se produce un día después de que el izquierdista antiblanco Julius Malema y su partido, el Luchadores por la Liberación Económica (EFF), llamaran al genocidio de los blancos coreando una macabra pero popular canción titulada, expresivamente, «Kill the Boers».

El EFF, también conocido como el «Partido Negro» en Sudáfrica, es un movimiento marxista de extrema izquierda con millones de miembros, y demanda constantemente la erradicación de todos los sudafricanos blancos, ante la absoluta indiferencia de los medios occidentales, tan selectivos con los genocidios.

En un mitin esta semana repleto de miembros vestidos de rojo comunista, Malema enardeció a la multitud con un cántico cargado de racismo de «¡Matad a los bóers! ¡Matad a los granjeros!». «Boer» es una palabra que en afrikaner significa «granjero» y originalmente identificaba a los descendientes de los colonos holandeses que colonizaron el sur de África a partir del siglo XVII, pero que se suele aplicar a todos los blancos.

Nadie va a ayudarles, el mito de la «Nación Arcoiris» como historia de éxito multicultural y multiétnico es demasiado cara al estamento progresista, y Sudáfrica, por lo demás, se ha sometido a todos los ropajes del progresismo imperante. Así, por ejemplo, su Tribunal Supremo tiene una División de Igualdad que juzga, entre otras cosas, los llamados «discursos de odio». Pero en 2002, esa misma división del Supremo decretó que pedir a gritos que se «mate a los ‘bóers’ no constituía discurso de odio». El violento cántico, que celebra la matanza de colonos de origen holandés en Sudáfrica, está protegido por la libertad de expresión y puede formar parte del «debate político», según el tribunal.

Se sospecha que los miembros de EFF en el pasado participaron en ataques contra granjas propiedad de blancos y asesinaron a granjeros; crímenes horribles que los medios de comunicación han negado sistemáticamente que sean un problema. En algunos casos, los autores son absueltos por los tribunales a pesar de las abundantes pruebas de su culpabilidad.

En Sudáfrica, la población blanca o afrikaner representa hoy el 9% de la población, porcentaje que se ha visto reducido tras las matanzas y exilios masivos. Desde 1994, unos 850.000 «bóers» se han visto obligados a emigrar, sobre todo a Reino Unido y Australia. Recientemente, el Gobierno ruso ha visto la oportunidad de acoger a parte de estos granjeros para que exploten tierras del sur del país, donde ya han llegado más de 30 familias y donde se espera que el número siga aumentando. Moscú ya tiene más de 15.000 solicitudes de asilo de «bóers».

Desde fuera, especialmente desde Estados Unidos, muchos ven en el caso sudafricano un aperitivo de lo que puede acabar pasando en su país si no se contienen de alguna manera los movimientos woke de raíz marxista. Los verdaderos discursos de odio llamando a la violencia racial contra los blancos se han convertido en algo aceptado en el foro público, con una doble vara de medir cada vez más descarada y extrema: lo que en unos es intolerable supremacismo, en otros es meramente «discurso político».

De hecho, el «lavado» que hacen los medios a lo que sucede en Sudáfrica, cuando se molestan en informar, recuerda al tratamiento de las revueltas de Black Lives Matter durante la campaña electoral de las últimas presidenciales, que se describieron como protestas «en su mayoría pacíficas», mientras se quemaban vecindarios en varias ciudades estadounidenses.  

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